X: sentado en un muro

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Hoy por la noche, mientras la luna comenzaba a caer con aquella lentitud tan característica, y que siempre he admirado, sentado sobre el paredón, no podía dejar de suspirar. El manto de neblina empezaba a rodearme, y la nostálgica y mítica magia de la noche, me había hecho llorar. La oscuridad infinita del cosmos se imponía ante mí, como si en realidad se tratara un coloso descomunal. Parecía suspirar también y reclamarme: "¿Por qué la has lastimado? ¿Por qué lo ha hecho ella también? ¿A dónde fue a parar todo ese amor que los unía? ¿Por qué ha tenido que terminar de esa manera si hasta pensaban formar una familia?"

Tan absorto me había quedado pensando en todo eso, que ni siquiera había caído en la cuenta que había hablado en voz alta, y que había expresado, al aire, mis más francos y tristes problemas. Un gato que dormía por allí despertó, y comenzó a maullar débilmente. Al cabo de unos segundos, trepó al muro de piedra, metales y hormigón, en el que yo estaba sentado, describiendo un semicírculo fugaz de color naranja y vetas de una tonalidad un poco más oscuras. Se sentó a mi lado y maulló con algo de tristeza, como si comprendiera, tan bien como yo, el significado de mi destino, y lo que realmente me estaba aguardando.

Encendí un cigarrillo, di una pitada, y de a poco, fui exhalando el humo que comenzaba a disiparse o a mezclarse (aún no lo puedo aclarar con exactitud) con la neblina fresca, que ya comenzaba a humedecer mis ojos, mi rostro y mis labios, sin mencionar mis cabellos marrones. La había perdido para siempre, y no había marcha atrás. La había maltratado, y jamás me lo podría perdonar... y tampoco tenía el tiempo suficiente como para poder hacerlo. Era demasiado tarde para hacer cualquier cosa.

Aunque me costara mucho hacerlo, tenía que sacarte de mi vida, de mi corazón, pues quería que volvieras a ser feliz, y la única manera de poder lograrlo, era esa. Miraba la luna descendiente, con un gesto desanimado. No quería irme, pero ya lo había hecho. El gato se acostó, como si se sintiera en calma, como si mi presencia lo hubiera tranquilizado de alguna manera u otra.

El amanecer no tardaría en llegar, y la noche llegaría pronto a su fin. Los grillos dejaron de cantar, y la brisa imperceptible comenzaba a soplar. Mis lágrimas se mezclaron con la neblina en mis ojos, o esa fue la sensación que, de repente, tuve. Rodaron sobre mis mejillas, y cayeron, pero como un huracán que destruye todo lo que se encuentra a su paso, y no deja nada en su lugar, como un ínfimo grano de arena que nos hace sentir más que insignificantes, nunca tocaron el suelo.

Fue como yo lo sabía desde siempre, no habían existido, como tampoco lo había hecho nada de lo sucedido esta noche. Al menos, nada había sucedido en lo que a mí respetaba. Ni las lágrimas, ni la sensación de la neblina, que había golpeado contra mi cabello y contra mi rostro. Mientras el fuerte sol comenzaba a brillar, intenso en el este, no pude dejar de pensar en ti. Y, a pesar de todo, creía que estaba a punto de volver a tenerte en mis brazos. Grité realmente exasperado, y enojado conmigo mismo más que nada, y el gato volvió a despertar, dando un gran y horrorizado brinco de sorpresa y de incredulidad. Se había dado un fuerte golpe que, por poco, no le quebró el cuello, como si de un fino palillo se hubiera tratado. Durante unos instantes, había permanecido inmóvil sin saber, sin concebir siquiera, una vaga idea de cómo debía reaccionar. Al fin, optó por correr despavorido, como alma que lleva el diablo, con su pelaje erizado, como si estuviera peleando contra el más temible rival.

—¡Siento haberte hecho daño, mi amor! ¡lo siento, y espero que algún día me puedas perdonar! ¡te amo! —exclamé mientras esperaba que mi hado llegara al fin, y que la sombra de lo que alguna vez fui culminara de una vez por todas, de un momento a otro, como si fuera una vela que se consume por el repentino soplido de un fuerte y cruel viento que, instantes antes, no daba, ni indicios, de encontrarse tan cerca, de acechar escondido a la expectativa, para ver cuál era el momento oportuno de ponerle fin a las cosas, y de lograr que volviera a reinar la oscuridad. Y entonces me desvanecí, dejando en el aire una ínfima estela de la esencia que había habitado en todo mi ser, envolviendo el aire con los restos de mi pobre alma. Algo que no tardaría en desaparecer, cuando el viento volviera a soplar hacia el horizonte, y me llevara hacia el lugar que el capricho del destino hubiera elegido para mis restos...

Al desaparecer, el gato ronroneo nuevamente, la chica caminó entonces dentro de la habitación. El gato rodeó sus piernas, restregando su cuerpo sobre ella, como buscando el calor que en ella ya no habitaba. Se dirigió, con paso lento, hacia la ventana abierta. La luna se mostraba brillante, en un cielo despejado; el viento sopló, revolviendo un poco algunos de sus cabellos sueltos. Con una de sus manos, los coloco nuevamente detrás de la oreja, de cierta forma presentía que algo, o alguien, pudo estar ahí... esperándola... sin embargo, el dolor que sintió hacía tiempo, había sido tan grande que había destrozado cualquier esperanza o sentimiento de amor que pudo refugiarse en ella. Ya no era capaz de sentir, solo existía frialdad y un enorme vació, que no era capaz de llenar con nada. Su existencia se basaba, ahora, solo en observar cada noche la luna, en compañía de su inseparable amigo gato.



FIN

Imágenes de ultratumba y otras paranoiasWhere stories live. Discover now