V: el hombre del pilotín amarillo

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Aún sigue lloviendo, es como si la densa llovizna me esté desafiando. El constante ulular del viento me da terribles escalofríos, y me pone los pelos de punta el hecho de que parecen ser provocados por una criatura que no pertenece a este mundo.

El hombre continúa parado allí afuera y no deja de mirarme, de observar todo lo que hago a través del gran ventanal que da al living donde me encuentro; hace poco más de media hora que está fisgoneando, poco después de que comenzó a llover. Pero está quieto, como si fuera una momia o algo por el estilo. Tiene un paraguas oscuro y viste un pilotín amarillo que, de a ratos, me parece ridículo y, de a otros, me aterra como si, tras este, se ocultara algo perverso e innombrable.

Llamé a la policía hace unos quince minutos, pero con el tiempo que nos azota, dudo mucho que sepa de ellos durante un buen rato. Quizá ni se dignen en aparecer por aquí.

Sea quien sea el tipo, sigue allí, erguido de manera tal que me da la sensación de que, si él perdiera el equilibrio y se cayera, lo mismo sucedería con el mundo y todo se vendría abajo sin titubear, como si se tratara de una serie de apartamentos mal edificados, como si él fuera el más importante sostén de la humanidad misma. Baja la vista durante unos segundos y la vuelve a subir con algo en su boca; el brillo rojizo me hace comprender que ha encendido un cigarrillo. De alguna manera, a pesar de que jamás he probado uno en toda mi vida, el humo que exhala me parece algo atractivo, como si hubiera estado esperando por él durante toda mi vida. Aunque parezca imposible, casi puedo sentir mis pulmones inflándose poco a poco y a punto estoy de ahogarme pensando en todo eso. Casi puedo percibir el olor y el sofocante sabor que de él se desprenden, como si fuera algo que en realidad conociera de una manera o de otra...

De repente, hay un apagón y todo queda a oscuras, pero el maldito desconocido sigue parado allí, observándome a mí o quizás a nada en particular. Al menos me da la impresión de que yo no significo nada para él. Me acerco más a la ventana para ver si hace algo o si veo algún gesto de su parte y, justo en este preciso momento, cae un rayo muy cerca, a juzgar por el estruendo y todo se ilumina. No alcanzo a ver su rostro ni mucho más que eso —sin embargo, me doy cuenta de que su sombría mirada sigue siendo igual de penetrante, perturbadora y totalmente amenazante—, pero si puedo notar, con el corazón totalmente exaltado, algo que nunca antes había tenido que ver ni que vivir: me percato de que su pilotín amarillo está todo ensangrentado, desde el pecho hasta las rodillas.

Siento un terror creciente y enorme que está a punto de explotar; de alguna que otra manera, sé que si no hago nada va a suceder algo terrible. Entonces voy a tientas a mi habitación, sin preocuparme por hacerlo en silencio, pues mi novia, aún no regresa de sus clases nocturnas y, si el tipo está analizando todo lo que hago, sería una pérdida de tiempo absoluta. Abro el armario y tomo mi impermeable naranja y mi paraguas azul. Luego de luchar un buen tiempo con la cerradura de la puerta, consigo abrirla con un chirrido de satisfacción, sonido que me había recordado a tantas noches de insomnio leyendo historias de terror; todo lo que antaño me había fascinado, ahora, me aterra. Me siento como un pobre y acorralado ratón que se enfrenta contra un hambriento y salvaje gato asesino.

—¡Oiga!, ¡hijo de puta! ¡¿Por qué no se va de aquí?!, ¡ya avisé a la policía y no van a tardar en llegar! —grito, logrando generar un eco tan aterrador que parece de ultratumba, y doy un paso hacia atrás por la sorpresa que, en mis palabras, y en los hechos que observo, he encontrado.

No hay nadie allí en la calle y eso es imposible, no hay ningún árbol donde el maldito pudiera ocultarse. Miro hacia la izquierda y, luego, hago lo propio hacia la derecha, pero me quedo perplejo. Hacía unos segundos, antes de que abriera la puerta, se encontraba allí, pero ahora no había nada; no hay nadie ni nada en los alrededores. ¿Acaso lo había imaginado todo? Aun si hubiera salido corriendo de allí, lo tendría que haber visto o, al menos, tendría que haber percibido algún tipo de ruido... solo parece haber desaparecido sin dejar rastro alguno.

Voy a donde el sombrío individuo se encontraba parado con el objeto de determinar qué diablos está pasando, para ver si no estoy volviéndome totalmente loco. Al no poder percibir indicio alguno, decido regresar a la casa para secarme y tomar una taza de té caliente, para olvidarme de todo y esperar la llegada de mi amada; al fin y al cabo, que la policía ni siquiera llegó y ya todo está resuelto a su peculiar manera. Pero, entonces, me resbalo en un charco de agua, pierdo el equilibrio por completo, caigo y me doy un fuerte golpe en la cabeza. Siento un ruido tan repentino como estruendoso y ensordecedor. Y —si quiera— medio segundo después, un dolor indescriptible e intenso accede en todo mi cuerpo, como si diez locos se hubieran querido desquitar conmigo y hubiesen empezado a darme una terrible golpiza. Vuelvo a escuchar la bocina de una forma casi inaudible —"sorda" es la palabra más adecuada para expresarlo—, cuando caigo en la cuenta de que una gran y vieja camioneta me acaba de atropellar... Y quiero volver a moverme, de hecho, lo intento una y otra vez, pero soy capaz de hacerlo.

Regresa la luz como por arte de magia. Es como si hubiera estado esperando, a propósito, por ello y ya casi no siento dolor alguno. Eso no puede ser algo bueno, ¿no? Agonizo y aterrado, iluminado por los haces de luz roja de la calle que empiezan a brillar de forma acusadora, comprendo, con la vida escapándose de mis manos —como algo que no puedo seguir teniendo por mucho más tiempo por más que quisiera— que me confundí y que llevo puesto el pilotín amarillo de mi novia. En un momento de desesperación, hurgo en el bolsillo derecho y doy con un atado de los cigarrillos que tanto le gustan fumar...

FIN

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