<•> Capítulo cincuenta y cuatro <•>

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Habló como si todo aquello le estuviera haciendo afecto igual o incluso más que a mí. Pero todo era mentira.
Pude imaginármela con aquella expresión de inocencia y punto de romper en llanto...

—Abstente de decirme así —exigí, a medida que la mano que tenía apoyada en el vidrio, comenzaba a cerrarse hasta formar un puño—. Y no me vengas haciéndote la que no sabe. Eres la culpable de que uno de MIS hijos, esté muerto —estaba tan tenso, que la presión que le proporcionaba al celular lo hacía traquear.

—¿Qué? Déjate de bro...

—¡No es una maldita broma! —mis ojos comenzaban a arder, no pensé que tendría que llevarme ese coraje tan pronto—. ¡Por tu culpa! ¡Por irte sin decirme nada! ¡Por dejarlos a ellos solos! ¡Ellos no tenían la culpa de, de... 

Me fue imposible continúar. Para este punto, me importaba relativamente poco que viera cómo podía ponerme por tan sólo una llamada.

—Ey, te juro que yo no sabía nada, Derek.

—¡No voy a creerte esa actuación maldita sea!

—¡Debes hacerlo! Yo... Yo no quise irme, ¡tuve que hacerlo!

—¿Y qué con la llamada que me hiciste antes de irte, eh? Dijiste que seguramente se estaban muriendo y en efecto, así fue. ¡Tú misma te estás contradiciendo, mujer!

Lo más seguro era que todos en la casa no estaban logrando dormir por semejantes gritos que estaba dando casi a la media noche.

—Así que dime de una maldita vez, qué es lo que quieres.

—Ya te lo di...

—¡Lo que quieres de verdad!

No podía evitar que mis ojos se cristalizaran tan rápido, muchísimo más cuando la escuché reirse como si la vida le dependiera de ello. Rápidamente, esas ganas de llorar se convirtieron en rabia, e impotencia...

—Es tan divertido saber que... —hizo una pausa para seguir riendo y tomar aire—. Que te estoy atormentando incluso sólo con que me pienses.

Me sentí humillado...

Sentí de nuevo culpa por todo.

Por no haber dado la talla como esposo y evitar que se fuera...

Por mi insistencia de tener hijos...

Por haberme enamorado de ella...

—Me voy a ir de nuevo del país.

—¿Y qué? —al menos aún tenía algo de valor para seguir enfrentándola—. ¿Ahora me avisas todo lo que harás?

—Volveré en unos cuantos meses, muchooos meses. Unas laaagas y merecidas vacaciones me esperan.

Ahí, comprobé lo que siempre había pensado durante esos dos años: Frieda era el más vivo ejemplo del descaro.

—Pero cuando vuelva... —se quedó en silencio y volví a escuchar las hojas pasar—. Espero que tengas al mejor abogado del mundo, mi amor —de inmediato, sentí una arcada al escuchar esa palabra dicha con tanta sorna—. Así que disfruta de nuestro hijo todo lo que puedas, porque voy hacerte de esa vida perfecta que dices tener; un maldito infierno.

Terminó la llamada.

Si lo que quería hacerme la vida un infierno, estaba logrando su cometido con una sóla llamada, con unos cuantos minutos...

Noté como Ivo se exaltó cuando hice añicos mi celular, estallándolo contra el piso. Ya ni sabía muy bien qué emoción experimentaba en ese momento. Pero, de la misma preocupación, hasta comencé a sentirme bastante mareado, por lo que opté recargarme en la ventana y dejarme caer hasta el piso.

Perfecta ImperFecciÓnWhere stories live. Discover now