<•> Capítulo cincuenta y dos <•>

Start from the beginning
                                    

—Estoy bien, tío. No me duele mucho, tranquilo, ¿sí? —me hizo mirarlo.

No. Él no estaba nada bien. Su piel había comenzado a tornarse pálida y las lágrimas llenaban sus ojos color avellana.

—Ven commigo —puse mis manos por debajo de sus rodillas y lo alcé—. Llegaré más rápido al hospital que una ambulancia.

<•>

Una operación urgente.

Todo provocado por la basura de su padre. Pero todo estaría bien, durante el camino demostró ser un muchacho realmente valiente.

Kay estaba a mi lado después de arreglar todo con la policía. Al parecer, había logrado salir bajo fianza por parte de uno de los mejores abogado de Berlín. Y todo lo que quería era dinero. De no haber reaccionado así, Dustin no tendría que estar en semejante situación.

—Mira nada más cómo te dejó, cariño —le toqué los moretones.

—Yo estoy bien —la escuché sollozar y se aferró con fuerza a mi ropa—. Sólo quiero saber cómo está mi bebé.

Al poco rato, Ivo se apareció por el hospital, bastante exaltado. Le agradecí infinitamente que consolara a mi hermana con sus abrazos y palabras de aliento.

—¿Cómo supiste? —le pregunté.

—Ilse —respondió y se dirigió a mi hermana—. Todo irá bi-bien, ¿sí? Tr-tranquila.

Luego de unas tediosas y estresantes horas, salió el médico a cargo. Y fue tal y como Ivo dijo. Todo salió bien. Ahora se encontraba aún sedado por la gran cantidad de anestesia administrada. Pero, luego, obligué a Kay hacerse una revisión. Las heridas de su rostro eran fatales.

Pobre de Dustin y Dietlinde, por tener que haber pasado por lo mismo que Kay y yo. Por una mierda de padre machista y desquiciado.

—Kay... Explícame cómo sucedieron las cosas —no quería agobiarla, o quitarle la felicidad de que Dustin estuviera bien.

—Yo venía hacer las compras con Ilse, la quise acompañar, y cuando estábamos en frente de la casa, apareció. Hubiéramos podido hacer algo, de no haber sido porque estaba armado —suspiró largo y tendido—. Lo lamento mucho, hermano.

—Tonta, qué cosas dices.

—Si yo no estuviera de colada en tu casa, nada hubiera pasado.

—Ssh, cállate. No digas eso. A mí me gusta tenerte cerca. No pienses en cosas sin sentido, por favor.

Mi pelinegro se acercó a nosotros con dos cafés en mano. Se había ofrecido a traerlos, le dio uno a mi hermana y el otro a mí. Le agradecí con un pequeño beso en los labios.

No faltó mucho para que la policía llegara, me atacaron con preguntas rutinarias. Además, salí con la excusa de la defensa propia, ¡estaba en mi puta casa!

—¿Cree que necesitará un abogado? —preguntó de manera muy repugnante aquel oficial.

—A ver, yo no hice nada malo. Sólo defendí a mi familia de poco hombre como ese.

El policía se encogió de hombros y siguió anotando cosas en una libreta negra. Algunos oficiales eran tan despreocupados y corruptos, que a veces era mejor ni comunicarse con ellos.

—¡¿Cómo está Dus?!

Un chico de su misma edad entró gritando, preguntando por él. Estaba hecho un desastre, tenía el cabello alborotado y las mejillas rojas por el esfuerzo de correr.

—Muchacho, tranquilízate. Ya está bien, está fuera de peligro.

—Aah, gracias al cielo —estaba llorando—. Gracias al cielo —repitió.

—Tranquilo.

—¿Qué pasó?

—Su padre le disparó —contestó mi hermana, abrazándolo. Mientras el chico no podía creer lo que estaba escuchando.

¿Alguien me podía explicar quien era ese chico? Porque no estaba captando la idea.

—Tú... ¿Quién eres? ¿Eres el amigo con quien siempre sale?

El chiquillo rió nerviosamente y luego miró a mi hermana, ambos se regalaron una mirada complice y respondió:

—Más bien, su novio.

°

°

Perfecta ImperFecciÓnWhere stories live. Discover now