Flores En Mi

Prologo

La montaña era demasiado rocosa para mi gusto. Empinada y rocosa. Era difícil caminar, pero Kacchan parecía caminar en un piso recto y firme. Nunca se tambaleaba o caía.

Lo veía con emoción.

—Deku. Eres muy lento. Apurate o te voy a dejar.

—Esperame, Kacchan —un tropezón y una caída.

—Por eso eres sólo un Deku —sorpresivamente una mano fue extendida en su dirección —. Ven levantate —no dudo ni un segundo en tomarla. Estaba cálida.

—¿Mamá, a dónde se fue papá?

—Se fue de viaje.

—¿A dónde?

—A otro lugar.

—¿Cuando volverá?

—No lo sé.

—Pensé que papá estaba enfermo.

—Lo está.

—¿Por qué no se quedo en cama, entonces?

—... Porque tiene que irse de viaje ...

—Mamá, ¿Por qué lloras?

—No lo sé.

—¿Es porque papá se fue?

—... Sí ...

—No llores, aquí estoy yo para que no estés sola.

—... Lo sé ... Siempre lo has estado.

Cuando mi madre me abrazo. Sentí su cuerpo helado. Sus lagrimas me caían en los hombros, estas estaban más heladas que su cuerpo. Empecé a sentir escalofríos. Y sin más, la acompañe en su llanto.

Por alguna razón me acordé de la calidez en la mano de Kacchan.

Antiguamente la tierra vivía en un gélido invierno. No existía tal cosa como la primavera, el otoño o el verano; todo siempre era un frío invierno interminable. Por lo tanto, encontrar una flor era casi imposible, no existía ningún lugar lo suficientemente cálido para que pudieran crecer. Eran una especie de leyenda, con abuelos contando sobre su olor, el color de sus petalos y su suave textura. Pero nadie había visto nunca uno en persona, todas eran historias contadas de generación en generación, pareciendo al final loco e irreal.