Capítulo 2. Parte 2.

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Y yo no estaba preparada para aquel golpe...

Quería huir. Correr lejos de esa dolorosa verdad. Guarecerme en mi pequeña y protegida rutina que a duras penas conseguía controlar pero, en lugar de eso, abrí la puerta y planté un pie en el interior, seguido del otro. Hiperventilaba. Los ojos me ardían como si hubiesen estallado en una combustión espontánea y un pesado nudo rodeaba mi garganta con fuerza. Dejé de ser dueña de mis propios actos cuando avancé hacia la pila en un alarde de masoquismo integral. El olor a libro nuevo me invadió al instante y el aire acondicionado enfrió el agua que me empapaba, pero yo solo podía centrarme esa fotografía. Dios, era ella e imponía tanto... Era casi cruel verla sonreír así.

Intenté coger uno de los libros. Los dos primeros volúmenes, firmados y dedicados, ocupaban un lugar de honor en mi habitación pero lo último que había sabido de esa tercera parte era que acababa de terminarlo poco antes de que ocurriera todo... Tragué saliva, sin éxito. El nudo seguía ahí, ahogándome.

La verdad es que tener una amiga que a sus diecisiete años había alcanzado el top ventas de medio mundo había tenido muchas ventajas cuando vivía, como tener entradas para eventos super importantes, conocer actores famosos o cenar tacos gratis en el restaurante mexicano que había en el centro, cuyo dueño, además de su mujer y sus hijas, era seguidor incondicional de cada palabra que escribía. Sin embargo, ahora que ella no estaba era una tortura constante. Su muerte aún era noticia y había conmocionado a medio mundo. La mayoría de las noticias las esperaba, de modo que tenía cuidado de evitarlas y, así, no hacer peligrar la enorme mentira que me esforzaba por seguir creyendo. Esto, en cambio, no lo había previsto.

Cogí aire para disipar el nudo de la garganta. No cogí su libro. No me sentía capaz de tocarlo, así que elegí otro al azar, con la esperanza de reunir el valor suficiente para acercarme a la foto de mi amiga.

Bajé la vista hacia ese otro ejemplar y su portada me horrorizó al instante, así que volví a dejarlo en su sitio. Siempre he oído esa frase que dice "No hay que juzgar a un libro por su portada", pero en ese caso era imposible no hacerlo.

—Yo también dejaría ese. Es demasiado... intenso.

Alcé la mirada hacia la voz y justo al otro lado de la mesa encontré al chico que unos minutos antes se hacía la foto con las chicas..

—¿Intenso?—pregunté por decir algo, aunque no tenía ninguna gana de hablar con nadie.

—Látigos, mordazas,... A menos que estés buscando precisamente eso, claro—Clavó sus pupilas en las mías con una mirada pícara pero supe de inmediato que él se había percatado de mis ojos irritados. No quería dar pena. Lo odiaba. Así que fingí una sonrisa para intentar recomponerme .

—¿Típico empresario sadomasoquista?—sugerí.

Él arrugó un poco la nariz.

—Más bien duendes y hadas tremendamente cachondos—rio.

Para mi sorpresa, se me escapó una pequeña risa. Aquello no lo esperaba.

—Vaya...—Fingí meditarlo—Así que, ¿eso es lo que me estoy perdiendo?

—Bueno...—Se posó ligeramente sobre la pila de libros y pronunció la sonrisa—Es muy educativo.

Arqueé las cejas.

—Parece que lo has leído.

—Yo lo leo todo.

—¿Eres escritor? —Aventuré.

Él soltó una carcajada.

—Para nada. Solo un voraz lector.

—Jamás lo habría adivinado—respondí, fijándome mejor en él. Tenía algo que llamaba la atención, aunque no podría decir qué era. Quizá los ojos rasgados, que eran de color pardo y parecían tener un brillo extraño, aunque no pude averiguar si era eso porque prácticamente los ocultaba tras un flequillo largo y castaño. También destacaban sus pómulos, altos y perfectamente esculpidos por la amplia sonrisa que cubría gran parte de su rostro. Llevaba una camiseta estampada y una cazadora vaquera y de su cuello colgaban, además de la cámara blanca, unos enormes auriculares. No me gustaba poner etiquetas a las personas pero no parecía alguien que frecuentara una librería, sino el típico chico guay.

—Oh—fingió sorpresa—No serás de esas que creen que la gente que lee es friki o un bicho raro, ¿verdad?.

—Pues no, la verdad es que no. Y tú, ¿eres de esos que utilizan las hadas y los duendes para ligar?—Mi tono fue irónico aunque me preocupaba sonar cínica o borde. No estaba acostumbrada a los chicos.

—Hasta ahora me ha funcionado bastante bien.

Aparté la vista, incómoda. Siempre he pensado que los chicos son más complicados que la física o las matemáticas y esas apenas conseguía aprobarlas. Cogí aire, un poco incómoda.

—Dices que lo lees todo, —Comenté, cambiando el rumbo de la conversación— ¿qué opinas de estos?—Señalé el primer título de "Bellarina".

—La torre habla por sí sola, ¿no es así? Se trata de un libro para chicas y pareces una chica así que... puedes probar. Creo que una bailarina se identificará con Emma.

Mi vista se clavó de inmediato en él.

—No te he dicho que lo sea.

—¿Eso crees? – Me tendió una mano. —Encantado, Olivia. Soy Marcus Fitzpatrick.

Fruncí el ceño. Toda la diversión acababa de esfumarse de un plumazo.

—¿Cómo sabes mi nombre?

—¿Cómo es que tú no sabes el mío?

¿Qué?

—¿Debería?

—¿No vas a darme la mano?

Le miré exactamente como si de pronto le hubiera nacido una segunda cabeza.

—Nadie da la mano ni se presenta con su apellido a menos que pase de los treinta.

—En esta mesa, es lo habitual. Algunos personajes hacen una reverencia, incluso, pero creo que eso está fuera de contexto en este lugar—susurró.

¿Qué era exactamente lo que le resultaba tan divertido?

—¿Cómo sabes quién soy?— Insistí. Empezaba a impacientarme— ¿Te conozco?

—¿Cuánto deseas esas respuestas?— preguntó, aún con la misma mueca en la cara—¿Lo suficiente como para que vayamos a tomar algo?

No, desde luego que no .¿De verdad esperaba que me fuera con el primer extraño que supiera mi nombre?

—Mira, no importa. Creo,... creo que debo irme. Se me hace tarde.

—¿Tan pronto?—dijo él.

No le respondí. Salí de allí de forma precipitada. Sí, claro que quería averiguar cómo narices sabía mi nombre pero a la vez era demasiado raro y mis padres se habían esforzado mucho en inculcar el instinto de la prudencia en mi cabecita. Algo en él me ponía nerviosa y, en ese momento, no quería más complicaciones..

La calle me recibió con un vendaval húmedo. Los folletos que llevaba en el regazo salieron volando calle abajo. Los vi desaparecer entre la gente sin remedio.

—¡Eh!¡Señorita Green!—oí, de pronto.

Me giré de inmediato pero no me detuve. ¿Señorita Green? ¿En serio? A través de la calle avanzaba aquel chico con algo entre las manos. ¿Qué quería ahora?

—Déjame, ¿vale?.

—Te olvidabas esto—Ignoró por completo mi comentario. Paré en seco para enfrentarle y vi que me tendía una bolsa—No soportaría la idea de haberte estropeado la elección.

Cedí, no tengo ni idea de por qué. Abrí un poco la bolsa y, en el fondo, divisé los colores rosas llamativos del primer libro de Bellarina. Lo saqué y cuando alcé la vista, el chico llamado Marcus había desaparecido...

Del libro sobresalía uno de los folletos que había perdido. Abrí la tapa para verlo y, justo en la página del libro que marcaba, había escrito:

"Por si quieres darme las gracias" y, a continuación, había un número de teléfono.

Vacilé, pero tras un par de segundos, cerré la tapa y metí el libro de nuevo en la bolsa.

Por fin, llegué de nuevo a la Escuela. Ir a casa había sido imposible. Estaba empapada de pies a cabeza y seguía diluviando. Aun así, me detuve antes de entrar y ladeé la vista hacia la librería. Aquello había sido raro. Muy raro... 

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