Prólogo

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—No me puedo creer que sigamos viendo estas películas—le dije a Eleonor, mi mejor amiga, a la salida de los multicines. Acabábamos de tragarnos la decimotercera adaptación cinematográfica del año.

—¿Qué dices? —Me dio un pequeño empujoncito a modo de protesta. Mis botas crujieron sobre la nieve y mis pies patinaron peligrosamente— Te ha encantado. Sonreías como una idiota.

Reí, consciente de que era cierto. No pensaba decírselo, claro, porque darle la razón a Eleonor suponía hacerle entrega de una peligrosa arma que dominaría a la perfección con el fin de torturarte. La peli no había sido tan mala, la verdad. Reconozco que a una parte de mi incluso le había gustado. A esa hormonada y fantasiosa que solía ignorar por miedo a distraerme. Yo era una chica extremadamente centrada y, en ese momento, me creía invencible. Soñaba sin miedo, a sabiendas de que el mundo podía darme aquello por lo que luchara de verdad. Consciente de que todo lo que quisiera conseguir dependía de la pasión y el esfuerzo que empleara en ello. Mi yo de dieciséis años anterior a la última primavera estaba lista para comerse el mundo y todo lo que se pusiera por delante...

—Eso ha pasado solo una vez—argumenté mientras le daba la tercera vuelta a la bufanda. Hacía un frío cortante y húmedo. — y solo porque la frase ha sido buena, pero reconoce que ya hemos visto esta historia media docena de veces.

—¡No es así de simple! —protestó ella, con fingida indignación. –Matices, amiga mía. Si te leyeras los libros...

Eleonor era más que una mejor amiga, era mi otro yo. El lado irresponsable y alocado que me había enseñado a no tener miedo a nada. Ese invencible, divertido y dispuesto a ser eternamente joven. Nos conocimos a los seis años y ya entonces me atrapó su extraordinaria capacidad de soñar. He deseado millones de veces poder ser así y sentir a su manera.... A ella le debía, sin ninguna duda, el sentimiento de invencibilidad que me embargaba en aquella época.

—Algunas estudiamos a tiempo completo—le recordé—. Aún sigo intentando encontrar el momento de leer los tuyos.

—Decimoséptima edición—apuntó, orgullosa y repentinamente seria, con un larguísimo dedo acusador señalando en mi dirección— Si no te das prisa, serás la última en el planeta en leerlos.

—Sin presiones, ¿eh? —exclamé. — Sería más fácil si no fueran tantos libros. La próxima vez ten compasión de mí y condénsala en uno, por favor.

—Puede que lo haga si eso consigue que abras la tapa de alguno de ellos para algo más que para buscarte en la dedicatoria—sonrió.

Hice una mueca exagerada de dolor.

—Sácame ese puñal...

—Para tu tremenda satisfacción, solo queda uno. Llevo demasiado tiempo hablando de Emma y Gabriel— Dio una vuelta teatral con su bufanda en alto, como un velo.—. Es hora de explorar nuevos horizontes.

—¿En serio? ¿Ya lo has escrito? Hace solo unas semanas que entregaste la tercera parte—No podía dejar de sorprenderme la increíble capacidad que tenía de encontrar tiempo de debajo de las piedras.

—No—Se detuvo y entornó los párpados con expresión traviesa—, pero está todo aquí— Señaló su sien. —Y va a ser increíble, te lo juro. El otro día me hinché a llorar imaginándomelo. Gabriel y Emma son... ah—Suspiró— Les quiero...—Entonces, sonrió— Así que léetelos, por Dios, pedazo de pesada. ¿Sí?

Hizo un mohín y yo puse los ojos en blanco.

—Lo haré, te lo prometo, ... Dormir está sobrevalorado, ¿no?

Somos polvo de estrellasWhere stories live. Discover now