II

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Muéstreme un Ser Humano sano y yo lo curaré para Usted.

Carl Jung

Capítulo 2: Soy humano.

La música era suave, la radio se dejaba oír con una sinfonía antigua, pero común que mayormente se tocaba en lugares finos. Las voces y risas opacaron la majestuosa tonada y las sonrisas pronto parecían irritantes.

Faltaba un minuto para que sea media noche, pronto sería 19 de marzo y su hermana cumpliría la mayoría de edad. Lucía un vestido rojo brillante cuyas perlas falsas brincaban a cada paso suyo. 

Ya era un nuevo día, él sonrió cuando las manijas del reloj apuntaron las 12:01. La fiesta estaba en un punto sin retorno pues las botellas de cerveza iban de un lado a otro, las risas se volvieron carcajadas desvergonzadas y los gritos agudos de algunas damas se hacían preocupantes. Finalmente la fiesta terminó por el golpe de la puerta al ser abierta, de inmediato tres policías entraron al lugar, armas en mano y chaleco antibalas cubriendo sus cuerpos.

—Arriba las manos —Una orden y las pistolas ya estaban disparando en su dirección, todos lo observaban consternados. Nadie se imaginaría que un joven como él terminaría siendo apresado—. Arriba las manos —Volvieron a gritar y lo hizo, porque temía que las cosas empeoren más —, debe acompañarnos, tiene derecho a guardar silencio cualquier...

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—Arriba —La voz desde un altavoz logró despertarlo.

Parpadeó unos segundos dándose cuenta de que seguía en aquella especie de habitación de metal con un tubo que contenía agua verde, al fondo de ella brillaban seis barras de plástico verde que debía recoger. La presión del agua aumentaba cada que bajaba y los segundos que tardaba eran energía desperdiciada. En ese punto, Kaled ya estaba completamente agotado.

Hace dos días lo sacaron de aquella habitación blanca. El doctor de ojos dorados lo despertó con un gran chorro de agua fría y sin siquiera permitirle despabilar por completo hizo que dos guardias lo arrastraran por los pasillos hasta el salón de metal que empezó a odiar. Hasta ese momento, Kaled solo vio a cinco personas, a nadie más; al mismo doctor, a la doctora de cabello rojo, a SH 12-03 y a los dos guardias que lo arrastraban de un lugar a otro.

Dejó de quejarse dos días después de decir su nombre. Él tan solo veía a su alrededor y obedecía lo que le pedían, porque no encontraba otra manera de mantenerse cuerdo. Afuera de aquel lugar, desconocía si era de día o de noche, la única ventana en el pasillo estaba cubierta por aerosol negro, muy denso para dejar entrar un rayo de sol o luna y demasiado duro como para romperlo. Aprendió a contar las horas sin demasiada concentración, su día cero era la vez que se levantó por completo.

—Arriba —Reconocía la voz del doctor de ojos dorados. Aunque ahora le parecía insoportable, antes le reconfortaba porque era lo único que consideraba conocido en aquel lugar—, 68-09 ¡Arriba!

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