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Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es.

Jorge Luis Borges


Capítulo 1: Soy 68-09

Era inútil saber el año, mes y día. Afuera de aquel laboratorio, con pinta de hospital, una guerra se montaba. No formaron bandos, ni lados, todos luchaban por sobrevivir. Buscaban la oportunidad de comer y si aquello les obligaba a matar pues nunca dudarían en tomar un arma y apuñalar el corazón a quien lo buscase. La única regla que nadie debía romper era no cruzar la cerca del hospital. No importaba si morían de hambre, si tan solo pisaban un centímetro de aquel enorme edificio, entonces tu muerte era segura. Nadie lo notaría, tan solo sería capturado y luego su cadáver sería la comida de algún perro. En esa actualidad todos eran enemigos y el hambre acababa con cualquier pensamiento de luz en el planeta.

—68-09, me alegra verlo despertar una vez más, sin embargo, es algo que todavía no debía suceder —El joven que lo atendía portaba una bata blanca cubriendo la mayoría de su cuerpo, bajo esa, unos pantalones negros se notaban junto a una camisa blanca. Su cabello era de un negro que se confundía con su sombra y unos ojos color dorado—. A continuación va a sentir un adormecimiento en su cuerpo, es normal, lo volveremos a ver la próxima semana.

El joven de traza amable le sonrió una última vez antes de que cerrara los ojos y vuelva a sumirse en un sueño que nunca entendía.

Aquello se repitió alrededor de dos veces en la semana: Despertaba, veía al mismo joven y segundos después era puesto a dormir. Su cuerpo, sin embargo, permanecía fuerte y vital, como si pudiera alimentarse en aquel estado vegetativo en el que lo mantenían.

La última vez le fue escalofriante. Mantuvo los ojos se abrieron mientras su cuerpo permanecía muerto. Todos los doctores al notar eso se alteraron de una forma singular. Las inyecciones no faltaron, contó unas siete, pero ninguna hizo que su cuerpo reaccionara o sus ojos se cerraran. Permaneció de aquel modo por unas cinco horas antes de que el joven de ojos dorados entrara a su habitación, si es que podía llamarlo así, lo acompañaba una joven con piel blanquecina y de rasgos peculiares. En cuanto sintió la mano de la muchacha en su cabeza finalmente pudo mover su cuerpo, como si unas cadenas lo liberaran.

No esperó ni un segundo para atrapar a aquella joven y ponerla entre sus brazos. Con un solo movimiento le rompería el cuello si es que no le decían lo que sucedía, porque estaba cansado de dormir y despertar tantas veces.  Le enfurecía no conocer donde estaba y, sobre todas las cosas, estaba completamente enfadado de que le llamen por un número. Sus ojos retaron al doctor quien levantó las manos mostrando que estaba sin armas y entonces aquella sonrisa lo confundió aflojando el agarre un segundo, solo un lapso que corrigió de inmediato. Ahora estaba más enojado y la presión en el cuello de su víctima se hizo más fuerte. 

Los pasos del doctor de ojos dorados le advirtieron que estaba metiéndose en problemas.

—68-09, debe soltar a...

—¡Ese no es mi nombre! —gritó ofuscado por seguir escuchando un número en lugar de su nombre. La furia se notó en la persona que tenía en sus manos pues el color ya no estaba en su rostro.

—Bien, está bien —el doctor alzó la mano deteniendo a aquellos guardias que corrían a ayudarle— ¿te gustaría contarme quién eres?

—Mi nombre

—Sí, tu nombre, pero primero debes soltar a 12-03 ella te hizo un gran favor para despertarte, no es la manera apropiada de agradecerle.

Usualmente creía que el intercambio era tonto, él estaría dando dos cosas a cambio de nada. Antes lo hubiese rechazado, pero en aquel instante estaba tan desesperado por ser llamado por su nombre que soltó a la chica y alzó las manos en una disculpa que nadie entendería. Al notar a la muchacha lejos y al doctor sentado en su cama decidió acercarse. Sus pasos eran sigilosos, siempre alerta de cualquier movimiento que lo amenace, dispuesto a atacar. Se sentó junto al doctor y volteó a verlo a los ojos, notando aquellos iris dorados que parecían hipnotizarlo. Sacudió la cabeza y bajó la mirada viendo aquel piso de baldosas blancas y brillantes, notando su reflejo maltratado y mirada sombría.

—Mi nombre es Kaled Bauer, nací el 17 de marzo de 1994 en Alemania, tengo 26 años —Se sorprendió de aquella necesidad de hablar que le carcomía, sentía que había estado encerrado por varios años.

—¿Recuerdas algo más? —El delgado doctor le miraba curioso, aquello hizo que soltara todo lo demás que recordaba.

—Fui encarcelado por magnicidio el 19 de marzo de... —Pero algo andaba mal, los recuerdos lo golpearon con fuerza. Imágenes iban y venían en su mente: de familia, amigos, colegio, escuela, universidad, sangre, muerte, gritos, llanto y aquella pena de muerte—. Esto, esto no está bien.

—¿Qué más recuerda SH...Kaled?

—Fui encarcelado por magnicidio —Su mente se volvió un caos y un fuerte dolor lo azotó, el grito fue acallado en sus labios— por magnicidio —Su tono de voz bajó varios niveles—. Fui condenado a cadena perpetua y luego... —Escenas pasadas nublaron su mente, aquel castigo, un último rezo, su despedida— luego condenado a la pena de muerte.

Proyecto ODAHWhere stories live. Discover now