<•> Capítulo cuarenta y cuatro <•>

Start from the beginning
                                    

Un golpe de gracia y un empujón, bastaron para que cerrara la puerta y golpeara mi frente contra ella.

Para cuando me volteé, Ivo me sonrió con tanta ternura y se acercó a mí. Me abrazó y sin poder evitarlo, estornudó sobre mi ropa.

—Lo si-siento... —dijo con su voz bastante afectada y pasó su mano por donde había dejado sus gérmenes.

—Descuida.

Él estiró sus labios mientras se ponía de puntillas. Sólo que esta vez... Lo separé. Así que decidí formularle una pregunta acerca de algo que me estaba jodiendo la vida.

—¿Qué hacía él aquí?

Vamos, en serio trataba con toda mi voluntad no poderme grosero, pues, sino, me volvería a castigar como la vez anterior. Además, debía controlar mis celos...

El pelinegro titubeó, y volvió a su manía inicial de juguetar con sus dedos.

—No sé. Él... —se dirigió a la mesa y comenzó a tocar los bombones, a la vez que sus ojos brillaban.

—¿Él...?

—Él manda menajes ahora y... —se metió uno a la boca y cerró los ojos mientras soltaba una sonido de satisfacción.

—¿Te manda mensajes, Ivo? —¿por qué cuando veía chocolate se olvidaba de todo?—. Respóndeme.

—Y llama, pero no... —se apresuró a negar—, no quiero con él na-nada...

—¿Desde cuándo te llama? —era jodidamente molesto saber que ese tipejo quería y trataba de arreglar lo que le hizo—. ¿Por qué no me dijiste nada?

No respondió y decidió bajar la cabeza. Así pues, para alijerar la evidente tensión que se había generado, me acerqué a él de nuevo y lo alcé cual saco de patatas, lo que me pareció gracioso y cero romántico. Además, era increíblemente liviano.

—Ey... —comencé a caminar hacia su habitación—. Ey...

—¿Qué? —sentí como me daba pequeños y suaves golpes en la espalda—. Quédece quietecito, señor Lane —coloqué mis manos en su trasero y lo escuché soltar una linda queja por la sorpresa—. Aún está enfermo y detesto no poder verlo en la oficina, así que cúrece lo más antes posible.

Abrí la puerta con el pie y luego, lo empujé a la cama. Ahora sí que él ya no sabía que hacer. Como de costumbre, tenía las mejillas rojas y estaba nervioso, por la manera en la que tragó saliva. Coloqué mis rodillas a cada lado de su cadera y ataqué su cuello con suaves pero candentes mordidas.

—Recuerda... —sujeté sus muñecas y las puse a un lado de su cabeza—. Que eres mío. Y dale gracias a Dios porque no empecé con mis celos enfermizos, mi amor...

—Ajá... —ni siquiera podía contestar.

—Me encantas, me encantas demasiado. Y no vuelvas a dejar que ese imbécil —puse mi dedo índice sobre sus labios y los repasé con lentitud— ponga su boca sobre la tuya. ¿Sabes por qué? —sin quitarme la mirada de encima, negó—. Porque todo de ti, ahora me pertenece. Te lo dije, eres mío. Mío y de nadie más, Ivo.

<•>

—¿No crees que deberías descansar en lugar de estar jugando?

Mi amado pelinegro estaba absorto en la pantalla, jugando con su PlayStation4. Pero, de hecho era bastante divertido verlo, pues sacaba la lengua y daba pequeños saltos cuando las cosas no salían como querían. Además, se suponía que los bombones eran para él, pero terminé comiéndolos yo.

Perfecta ImperFecciÓnWhere stories live. Discover now