Capítulo 1: Hielo y Sol

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ALBA
Barcelona, último casting. 


— ¡No paran de decirnos que no pensemos en las cámaras, pero ellos no tienen el objetivo metido en las narices! — grité a mis compañeras con un gesto de rabia y los nervios a flor de piel. Hoy empezaba el casting final, el definitivo, el que nos aseguraría estar más cerca de cumplir nuestros sueños. Éramos más de ochenta personas y nos habían agrupado para trabajar en equipo. Mi grupo estaba formado por cinco chicas: Nerea, May, Elena, mi tocaya y yo.
Eran muy agradables, todas teníamos un objetivo en común, pero en lugar de echarnos mierda encima nos preocupabamos por los nervios de cada una, qué temas habíamos elegido, nuestras primeras impresiones... El ambiente era genial, estábamos al aire libre y bajo la sombra de los árboles inhalábamos aire puro y exhalábamos canciones de nuestro repertorio personal.

No recuerdo cuántas personas habían pasado delante de mis ojos, tan sólo trataba de concentrar mi atención en aguantar los nervios que intentaban escaparse desde la boca de mi estómago. Entonces, algo pasó. Una sensación completamente distinta se apoderó de mi cuerpo. No sabía explicarlo con palabras, rebuscaba en mi cabeza sin éxito alguno. El tiempo se había congelado, sentía la brisa acariciarme la espalda y los rayos del sol que se colaban entre los huecos de las ramas señalaban un punto fijo en el terreno. Mis pupilas enfocaban con precisión a una chica morena de otro grupo, cuyo cuerpo esbelto parecía estar flotando en la tumbona a rayas de color blanco y celeste. Su conjunto era muy alegre, por lo que era casi imposibe no destacarla entre la multitud. Vestía un peto amarillo, bajo el cuál llevaba una camiseta blanca que terminaba de darle cierto aire inocente. Las botas militares marcaban un punto macarra y atrevido que hacían que me cuestionara su elección.
Quizás eso era ella, quizás su ropa intentaba representar su personalidad. Puede que su voz sea dulce y potente al mismo tiempo. O quizás no tenga ni puta idea de combinar, pero aún así, el conjunto le quedaba increíblemente bien. Con ese tipo podría llevar hasta una bolsa de basura que lo luciría igual, con naturalidad y seguridad en sí misma. Mi análisis exhaustivo fue interrumpido por la conversación que mis compañeras mantenían con entusiasmo:

—¡Ay, no puede ser! ¿Conoces a ese chaval? Pero si antes casi se me caen las bragas cuando le he escuchado cantar. ¡Tienes que presentármelo!— exclamó una de las chicas con euforia.
Puede que todos fuéramos mayores de edad, pero aquel sitio era el lugar perfecto para revolucionar hormonas y donde era fácil que aquellas chicas sonaran como adolescentes desesperadas por encontrar un ligue antes de volver a casa. Sin embargo, aquella conversación fue la clave para calmar mis ansias de saber. Quería conocer a esa chica, simplemente tenía que fingir que mi interés era puramente amistoso y así no tendría que soportar preguntas incómodas sobre mi sexualidad. En pleno siglo XXI todavía existía gente que veía la bisexualidad como puro vicio, así que hice un esfuerzo por involucrarme en la conversación e infiltrarme de forma que mi pregunta no resultara nada sospechosa.

—Por cierto, ¿habéis venido con alguna amiga o conocéis a alguien de por aquí? Siento un poco de envidia al ver que algunas personas han llegado hasta aquí juntas y pueden apoyarse... —solté en el momento oportuno. Las respuestas fueron variadas pero ninguna consiguió resolver el puzzle que seguía atascándose y girando en mi cabeza, ninguna había mencionado a la chica del peto amarillo. Al cabo de unos minutos, tres de ellas continuaron chismorreando sobre los chicos de otros grupos que les llamaba la atención,  y sólo quedó una. Elena me siguió la mirada en silencio, esperando continuar conociéndonos un poco más. Mi radar no era fiable del todo, pero su desinterés por la conversación de las otras me hizo pensar que quizás ella podría ayudarme a desenmascarar a la chica misteriosa. Le hice un par de preguntas personales por cortesía y ella me hizo tres o cuatro más mientras yo disfrutaba de la atmósfera. Allí donde mirase encontraba a gente sonriendo, bailando o disfrutando, con ojos vidriosos, la melodía melancólica de una guitarra. Tantos sentimientos entremezclándose, era como un torbellino de emociones que todos compartíamos, y al mismo tiempo, me sentía distante, aislada del resto. No conseguía conectar con las de mi grupo lo suficiente como para dejar de fijarme, de cuando en cuando, en la chica de las botas militares. Pasó un buen rato hasta que me decidí a soltarle la pregunta a Elena, que acaba de terminar su historia de cómo había sido seleccionada para venir al casting:
—Oye Elena, ¿por casualidad conoces a esa chica de allí? Me suena mucho su cara... — mentí como pude, escondiendo mis intenciones a Elena, que no notó nada extraño debido al estado pletórico en el que estaba sumergida.
—Uhm... Creo que se llama Natalia, al parecer el jurado se ha fijado bastante en ella y ya sabes como es la gente, la envidia les corroe por dentro y empiezan a criticar. No es que me guste seguir los chismorreos de los demás pero... la escuché cantar mientras hacía cola en una de las fases del casting y me flipó su voz. Me pregunto por qué hablan a sus espaldas, yo no le veo nada malo. En fin, si canta bien y acaban eligiéndola pues enhorabuena, me alegro por ella. Sentir envidia es una mierda, no te deja estar agusto contingo misma, sólo estás machacándote todo el rato. Que si esa es más guapa, que si la voz de esa me da mil vueltas...— Elena no tenía dificultad alguna para relacionarse y compartir sus pensamientos, todo lo contrario a mí. Pero cuando empezó a justificar cómo sabía todo aquello y el origen de la envidia humana, dejé de prestarle atención.
El nombre de Natalia se había convertido en eco, como una piedra rebotado en las paredes de una cueva marina. No lo hice intencionadamente, pero la información que Elena me había proporcionado era esencial para encontrar la manera de acercarme a Natalia.
Cada ciertos segundos afirmaba con la cabeza para que Elena no se sintiera ignorada, mientras tanto, yo pensaba mil formas de presentarme a Natalia sin sonar como una estúpida. A los pocos minutos me encontraba poniendo caras raras en su dirección, frunciendo el ceño cuando descartaba opciones y alzando ligeramente las cejas cuando nuevas ideas me parecían menos violentas. De pronto, volví a la realidad y nuestros ojos se cruzaron por unos instantes, a la misma velocidad a la que ella se acercó la mano a los labios para ocultar una leve sonrisa.
Mi cara debía ser un cuadro, ya que durante aquellos segundos dejé de escuchar la voz de Elena, el alboroto de la multitud y la confusa banda sonora que surgía de los instrumentos musicales. La sonrisa de Natalia me había convertido en una escultura de hielo a punto de derretirse bajo la profunda mirada de sus ojos color café. Fue entonces cuando me dí cuenta. Casi pude imaginar el crujido del hielo, como si al romperse él y el hechizo, mi cuerpo volviera a la realidad. Mis oídos captaron el ruido al mismo volumen que antes y el caos musical se enredó con la voz de Elena, quien seguía hablando sobre su filosofía de vida.
Ahora, más que nunca, deseaba ser una de las dieciocho finalistas. Si Natalia iba a ser elegida por el jurado, yo debía dejarme la piel en el intento. Aquel deseo de demostrarme a mí misma que era capaz de cumplir mis sueños encabezaba la lista de prioridades, pero había añadido otro punto más. Ver a Natalia sonreir, al menos, una vez más.

Mi luz eres tú // ALBALIA // NATALBA // ALBEILANWhere stories live. Discover now