<•> Capítulo cuarenta y dos <•>

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Para cuando nos separamos, la respiración entrecortada de ambos, nos indicaban la excelencia de aquel beso. Acto seguido, volvió a estornudar muchas veces, una tras otra.

—¿Quieres que te lleve a casa? —abrió los ojos impresionado e hizo una mueca—. ¿Qué pasa?

—Mama... No dije que esta-estaba.

—¿No la llamaste para decirle al menos?

—No... —no lo culpaba, aunque tuviera treinta años y viviera con su madre, debía decirle dónde estaba, al menos para no preocuparla.

—¿Me lle-lleva?

—Claro —volvió a estornudar—. Pero antes, iremos a comprar algo para evitar que ese resfriado avance.

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Con una bolsa de farmacia en mano y con la otra sujetando la mano de Ivo, esperé a que insertara la llave en la cerradura y abriera. Pero al entrar, ambos sonreímos sin palabra alguna que comentar ante la mirada desaprobatoria de la madre.

—Ho-hola, ma —comentó él.

—A ver, camina —ni siquiera me saludó. Ivo, confundido, me miró y levantó los hombros—. Qué camines, hombre.

¿Tan enojaba estaba?
¿Para qué le pedía caminar?
Ivo obedeció y pidió explicaciones con la mirada, Margot, sonrió completamente animada y se acercó a darme un beso y un abrazo.

—Uf, menos mal. A decir verdad, pensé que tenía que comprar una silla de ruedas y están carísimas.

—¿Por qué harías eso?

—¿Cómo qué por qué, muchacho? Por la follada que le debiste haber pegado anoche —Ivo se tapó los oídos—, que por eso no vino a dormir, ¿o no?

—Ah, Margot... ¿Qué más hubiera querido yo? —fingí decepción y suspiré, mientras llevaba mis dedos al puente de la nariz.

—¿Se puso de miedoso? —preguntó, poniéndose la mano en el pecho.

—A decir verdad, sólo se durmió.

Ivo, no queriendo seguir escuchando esa conversación, sujetó mis manos y me hizo seguirlo a su habitación, dejando atrás a Margot, quien estaba apunto de agregar algo. Una vez cerró la puerta, colocó sus manos en mis  hombros y me besó de inmediato, permitiéndose meter su lengua en mí. No faltó mucho para que la bolsa se resbalara de mis manos, importándome muy poco que la botella del jarabe se pudiera quebrar. Respondí a su boca, aprisionando su cuerpo con un fuerte abrazo, con el cual, lo guié hasta su cama hasta colocarme encima suyo, aún sin despegarme de sus labios.

Me encantaba ese hombre y poco a poco estaba perdiendo la razón por su culpa.

Fui dejando un rastro de besos por todo su rostro, que ahora estaba completamente caliente y mojado por un frío sudor. La fiebre le estaba subiendo cada vez más rápido.
Él, tomándome de las mejillas, hizo que enfocara mi vista en sus bellos y azulados ojos. Me relamí los labios. Joder que era hermoso, era malditamente hermoso. Me fascinaba su manera de lucir tan inocente aunque en el fondo, fuera lo contrario.

Sonrió por última vez, pues no me pude contener más y volví a besarlo, sólo que ahora, era más que evidente su incomodidad.

—¿Te sientes bien? —llevó sus manos a la cabeza y mostró una mueca de dolor—. Definitivamente no. Ve y quítate la ropa —me miró impresionado mientras su rostro se ponía rojo a más no poder; ahí me percaté lo insinuadoras que habían sonado mis palabras—. No me malentiendas, Ivo. Lo digo para que te pongas cómodo y descanses. Ya vengo.

Salí de su habitación rápidamente para evitar que viera mis mejillas sonrojadas, cosa que sólo él provocaba.

—¡Hola, Derek! —saludó la pequeña Schmetterling saliendo de su habitación—. ¿Cómo estás? —era tan confianzuda que me hacía sentir en familia.

—Hola, pequeña. Estoy bien, ¿y tú?

—Bien —ahora, estaba haciendo el mismo tierno puchero rogón de Ivo—, aunque me gustaría poder ir a tu casa para poder jugar con Dietlinde.

—Eso se puede arreglar. ¿Cuándo quieres ir? —sus lindos ojos marrones brillaron ante mi pregunta.

—¿Puede ser mañana?

—Mañana será, entonces.

—¡Yeiiiiii! —exclamó con los brazos al aire—. Por cierto, ¿necesitas algo?

—Mierda, sí. Lo olvidé.

Me dirigí con total confianza a la cocina, donde Margot lavaba unos platos mientras fingía cantar música de los ochentas.

—¿Canto bien, no? —preguntó, sonriéndome. A decir verdad, no cantaba nada, pues solamente movía la boca.

—Oh, espléndido —respondí aplaudiendo.

—¿Qué necesitas?

—¿Podrías darme compresas frías? Ivo está con mucha fiebre.

—¿Huh? ¿Por qué no me dijeron? —puso sus manos en la cadera.

—Lo siento. Por eso fue que vine a dejarlo, hacía un poco de calor en la noche y dejé las ventanas abiertas...

—Eso fue un error.

—Lo sé —bajé la cabeza completamente apenado y culpable.

—Ya. Lo que pasa es que Ivo es un chico con las defensas muy bajas, en  cualquier momento que se exponga al frío, y ya está con calentura toda la noche.

Con razón... Por eso, en el día, siempre llevaba un suéter característico. Hasta pensaba que tenía diferentes para cada ocasión.

—Ya veo... Lo siento.

—Ya, no importa, cariño —salió de la cocina y al rato volvió con las  compresas—. Anda, ve con él. Luego voy yo.

—Gracias.

Para cuando volví con él, estaba hecho una bolita temblorosa en la cama y tenía los ojos cerrados. Además, se encontraba vestido con una pijama de Winnie the Pooh, era tan increíblemente tierno, que no me daban ganas de hacerle cosas indebidas, pero luego veía su lindo trasero y todo aquel recato, se iba por el caño.

—Precioso... —lo sacudí por el hombro y abrió los ojos—. Ven —me dediqué a colocar las compresas en su frente con mucho cuidado—. ¿Quieres que me quede un rato contigo?

Asintió y me acosté su lado antes de darle un beso en la cabeza.

—Gr-gracias... —susurró.

—¿Por qué? —me encantaba jugar su cabello brillante y suave.

Se quedó en silencio un rato y lo único que escuchaba era su respiración un poco agitaba, aclaró la garganta la cual comenzaba a notarse más afectada por el resfriado.

—Por e-etar conmi-migo...

Era completamente distinto. No podía ser posible que él me quitara las palabras de la boca. ¿Cómo podía ser tan idiota de dejarlo decir aquello de primero? Debía hacerle saber, que era todo lo contrario.

—Quien está agradecido soy yo. Gracias por concederme esa dicha, mi amor.

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Perfecta ImperFecciÓnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora