No sé cuándo ni cómo pasó, pero estaba de pie con los ojos cerrados un momento y, al siguiente, me encontraba en el suelo llorando y templando, rodeada por los brazos más reconfortantes que había allí.

—Shhh, cariño —Adam me susurraba una y otra vez mientras me mecía como si fuera un bebé.

Estábamos en un cementerio y todos los ojos preocupados apuntaban hacia mí, pero él me mecía y todo lo demás parecía no existir, parecía difuminarse, parecía desaparecer... Y me sentí aliviada.

Me dejé caer hacia atrás en la cama recordando de nuevo aquel día y todo lo que vino después de ese.

—¿Brooke? ¿puedo pasar, cielo? — oí la voz suave de mi madre desde el otro lado de la puerta.

—Sí — contesté mientras me volvía a sentar en la cama.

Entró y cerró la puerta despacio, luego se sentó a mi lado y me miró.

—¿Estás bien?

Asentí.

Mentira.

—Sé que esto es difícil, Brooke, pero...

—¿Difícil? No es difícil mamá, es una puta mierda pero no es difícil —exploté—. No tengo ganas de llorar, no tengo ganas de odiar a a la vida por llevarse a ese hombre y no siento pena alguna. Eso es lo que me está carcomiendo por dentro. Que no siento nada.

Cerré los ojos y me puse a llorar.

—Si ese hombre se hubiera comportado como si fuera mi padre, Dios sabe que estaría llenando litros en el mar. Pero no era mi padre. Papá murió hace tiempo, mamá.

Me miró son ojos suplicantes y me abrazó.

Lloraba.

Como yo.

No había consuelo alguno.

No eran necesarias las palabras, nos sosteníamos la una a la otra.

—Debería volver a clase, mamá —me aparté de ella y aproveché para sacar aquel tema—. No puedes obligarme a quedarme encerrada de esta forma, no es bueno para mí.

—No, no deberías volver aún. Me gustaría que estuvieras una semana más de duelo, Brooke, sé que no lo sientes pero necesitas sacar y asimilar esto y necesitas ese tiempo.

Cerré los puños, frustrada.

—No sé cómo quieres que siga con mi vida si me obligas a hacer un duelo que no siento.

Me acarició suavemente la mejilla y sonrió un poco.

—Me lo agradecerás. No sabes hasta qué punto el dolor se acumula si no se saca cuando es el momento... —susurró mientras se levantaba y caminaba hacia la puerta.

Miré al techo para que las lágrimas dejaran de mojarme las mejillas.

—Y luego duele muchísimo más sacarlo —la oí decir antes de salir y cerrar la puerta.

Asimilé todo lo que me había dicho mientras respiraba hondo.

—Deberías llamar a Amy y a Ann —gritó desde fuera.

Me tumbé en la cama de nuevo.

Otro suspiro en el que se me iba la vida. Esa clase de suspiros que te vacían los pulmones y el alma, y en los que metes todo lo malo que tienes dentro. Pero, ojo, eso no quiere decir que salga.

Giré mis ojos hacia la mesilla y agarré mi móvil, apretando las teclas rápidamente.

—¿Brook? ¿qué pasa? ¿estás bien? —sonó su voz preocupada desde el otro lado del teléfono.

Sonreí.

—Estoy bien, Amie. Escucha, ¿estás ocupada?

—No, no, claro que no, para ti nunca lo estoy.

—¿Podrías llamar a Ann y venir a mi casa?

Silencio.

—Claro... ¿Necesitas algo? —dijo dubitativa, preocupada y cautelosa.

Negué con la cabeza para mí.

—Solo necesito a alguien —susurré. Y colgué.

Amy y Ann eran las mejores amigas que alguien podría necesitar en un momento como aquel. Sabiendo como era Amy y ella conociéndome a mi, un minuto después de colgar el teléfono seguramente ya estaría en la calle.

Eran la clase de personas que sabes que están ahí, que están en tu lado del campo.

Me levanté para recoger un poco el desastre que tenía por habitación y diez minutos después sonó el timbre.

Sabía que mamá iba a ir a abrir.

—¡Hola, chicas! Me alegro mucho de que hayáis venido. Subid —oí el saludo de mi madre desde arriba y luego, unos pasos rápidos subiendo las escaleras y entrando en mi cuarto.

—Brooke.

Me giré.

Amy y Ann estaban en medio de la habitación, mirándome preocupadas, esperando que montara un espectáculo.

—Hola, chicas —susurré mientras me acercaba a ellas.

Sonreí de nuevo mientras las miraba.

El resto de la tarde pasó como si fuera arena escurriéndose entre los dedos.

—No necesito saber cómo diablos folla tu novio, Amy, por Dios —gritó Ann mientras las tres reíamos.

De repente sonó un móvil y nos callamos.

—Es el mío —dije mientras me levantaba y lo buscaba.

Lo encontré entre las sábanas y en seguida sonreí cuando vi quién era el que llamaba.

—Vuelvo en un momento —dije rápidamente mientras salía de la habitación.

—Es el caliente Johnson —oí gritar a Amy.

Negué con la cabeza mientras reía y le daba a aceptar la llamada.

—Adam.

—Brooke.

Suspiré.

—¿Cómo estás? —preguntó interesado.

—Bien —respondí—. Amy y Ann están aquí y sirve de ayuda.

Le oí sonreír. Es raro, ¿no? Oír sonreír a alguien... Pero es que él hace un sonido muy leve, como si sus hoyuelos pudieron decir "eh, que estamos sonriendo". Y adoro eso de él.

—Me alegro. Mañana... ¿quieres que pase a por ti por la tarde? Porque no irás a clase, ¿no?

—No, no iré. Mi madre y mi duelo, ya sabes —contesté rodando los ojos—. Le preguntaré a mi madre si me deja salir de la celda, pero creo que sí podré.

Le oí reír levemente. 

—Bien, porque tengo que contarte algo. Estaré allí por la tarde. No te entretengo más, disfruta. Adiós, cariño.

—Adiós...

Colgué.

Me alegro de que a mi madre le gustara Adam, porque eso significaba que seguramente sí, me dejaría salir de casa para despejarme con él.

¿Que era aquello que tenía que contarme?

No sabia cómo conducir eso, nunca había salido con nadie, nunca había sentido aquello.

Seguramente iba a decepcionarle.

Como a todos.

Sacudí mi cabeza intentando apartar aquellos pensamientos y me encaminé de nuevo hacia la habitación.

Las risas se oían desde fuera.

Déjame hacerte feliz (ACABADA Y EDITADA)Where stories live. Discover now