III.

9.7K 528 8
                                    

El día siguiente fue parecido.

Excepto por el momento en el que al profesor le pareció bien ponerme con Adam Johnson para hacer un trabajo de Ética por parejas.

—Profesor, no puede hacerme esto. Adam y yo somos demasiado diferentes... —susurré esto último cuando acabó la clase y me acerqué a él para protestar contra su forma de formar parejas.

El señor Smith suspiró y me miro por encima de sus gafas.

—Brooke... —tosió intentando corregir lo dicho—. Señorita Wells, ustedes dos necesitan conocerse. Tienen mucho potencial guardado. Ambos. Juntar algo tan distinto debe suponer una magnífica explosión... —Lo último lo dijo como si estuviera hablando para sí mismo.

Le miré elevando una ceja, incrédula.

—Será una explosión magnífica para usted que no es el centro de ella —me quejé—. Por favor, profes...

—Brooke —me interrumpió esta vez tuteándome—. No quiero más quejas, por favor. Puedes irte.

Le miré exasperada y salí del aula, recordando la sonrisa cínica que había puesto Adam cuando escuchó el nombre de su compañera de trabajo. O sea... yo.

Suspiré y me choqué con alguien.

—¡Brooke! ¿En quién vas pensando que te veo tan despistada...? —preguntó Ann pícara, mientras recogía los libros del suelo que yo le había tirado.

—Perdóname, Ann. Digamos que el día no ha empezado demasiado bien.

Noté cierta curiosidad en sus ojos, pero enseguida pasaron a transmitir alegría.

—¡Tú lo que necesitas es otra tarde solo de chicas! No te preocupes, hablaré con Amy. Tengo que irme, me toca economía y ya sabes como es la Srta. Amargada —dijo haciendo un gesto exagerado.

Reí y me despedí de ella.

Es cierto, el día no había empezado muy bien, pero no por mi padre. Es más, él no apareció por casa anoche. Las cosas no iban del todo mal; eso es lo que me preocupaba.

Aquel día escolar pasó muy lento, así que agradecí el maldito estruendo de la alarma que indicaba la hora de salida. Amy no había acudido a clase por estar enferma, por lo que me propuse esperar a Ann para irnos juntas.

—Eh —noté una voz detrás de mí.

En cuanto lo vi, rodé los ojos. Me molestaba su presencia, su existencia, su arrogancia.

—¿Qué quieres, Johnson? —pregunté fastidiada.

Me miró de arriba a abajo y el recorrido de sus ojos se detuvo cuando llegó a los míos.

Verdes. Sus ojos son verdes.

Sacudí mi cabeza disimuladamente y presté atención a lo que me estaba diciendo.

—Te recuerdo que somos compañeros en el trabajo de Ética. No te creas que a mi me hace mucha gracia, niñata, pero necesito aprobar la asignatura. Esta tarde a las 17:30, en mi casa. Toma —me tendió un papel con una dirección, suponía que la suya.

Lo miré con una ceja levantada, perpleja.

—Ni siquiera me has preguntado —le dije enfadada—. Te has limitado a afirmar. Y no, hoy no puedo.

—Esta tarde en mi casa, a las 17:30, en la dirección que te he dado —repitió como si yo no hubiera dicho nada, mientras se alejaba sin mirarme.

—Maldito estúpido —susurré.

Me cansé de esperar a Ann y me fui a casa yo sola.

—Ya estoy en casa —grité veinte minutos después cuando abrí la puerta de mi casa.

Mi madre asomó con su sonrisa por la puerta de la cocina y se acercó a mi para darme un abrazo.

—¿Qué tal te ha ido, cielo?

—Bien —asentí sin mirarla a los ojos— ¿Dónde...

—Aún no ha aparecido —me interrumpió, pues ya sabía qué iba a preguntar.

Mejor. A ver si hay suerte y no aparece nunca más.

Mi madre y yo comimos como hacía tiempo que no comíamos: en paz y tranquilidad.

Hablamos sobre mis profesores, sobre el trabajo de mi madre, sobre el mío con Johnson, sobre los supuestos chicos guapos que debe de haber en el instituto –y a los que yo no miro–, y sobre variedad de temas.

Una vez recogida la cocina y acabados los pocos deberes que tenía, me puse una chaqueta negra y cogí mis llaves.

—Mamá, me voy a ver a Amy. Está enferma, hoy no ha ido a clase, se encontraba demasiado mal.

—Vale, cariño, ten cuidado. Dile que espero que se mejore —contestó dándome un beso.

Salí por la puerta y me dirigí calle abajo, hacia la ya muy conocida calle de mi mejor amiga.

No pensaba ir de ningún modo a hacer el trabajo con aquel imbécil. Lo haría, pues tengo que aprobar Ética con buena nota, pero de ninguna forma bajo las ordenes del señorito-perfecto-debes-hacer-lo-que-me-dé-la-gana y mucho menos cuando él me imponía la hora, el día y el lugar.

Pasé toda la tarde con Amy. Estaba mucho mejor y ambas nos animamos mutuamente.

Cuando volví a casa y abrí la puerta, me sentí desfallecer.

Nunca había dolido tanto.


Déjame hacerte feliz (ACABADA Y EDITADA)Where stories live. Discover now