<•> Capítulo treinta y cuatro <•>

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—¿A qué te refieres?

—A que usté está chan-chant...

—¡Ja, ja, ja! ¿Crees que te estoy chantajeando, Ivo? —él asintió apenado—. Bueno, es cierto que estoy buscando una manera para que me perdones, pero...

—Ya —dejó de comer para volver a bajar la cabeza—. No impo-pota.

—No, claro que importa. Y mucho.

Me revolví el cabello y solté un gran suspiro. Entonces, y sin dudar ni un poco de lo que iba hacer, me coloqué al frente suyo y me puse de rodillas.

—¿Eh? —comenzó a mover las manos de un lado a otro con desesperación—  No, se-se-señ...

—Perdóname —dije, fuerte y claro.

Él estaba completamente impresionado y yo, completamente arrepentido por haber sido tan idiota. El grandioso Derek Kellerman se encontraba rodillas frente a un hombre que lo tenía loco, si todos se dieran cuenta, sería comido por los comentarios. Pero no me importaba, ahora lo que tenía verdadera relevancia, era recibir el perdón de ese hermoso pelinegro.
Tomé sus manos, las besé y me apoyé mi cabeza sobre ellas, para continuar disculpándome.

—Perdóname, precioso. Estuvo demasiado mal la forma en que reaccioné. Lo siento mucho.

¡Dios! ¿Podía ser más idiota? ¡No! ¡Obviamente que no!

—De-descuide —añadió, luego de bastante rato en silencio.

—¿Me perdonas? —asintió, sonriendo con pena—. ¡Gracias, gracias, gracias! —me incorporé para abrazarlo—. Ahora, déjame besarte —dije, acercándome a su boca—, que me estoy muriendo por probar tus lab...

—No.

¡¿Qué?! El muy vengativo había colocado su mano en todo mi rostro, hasta empujarlo lo bastante lejos de sus labios.

—¿Huh? —balbuceé incrédulo y asimilando su rechazo—. ¿Cómo que no? —tomé su mano y la besé, tratando de lucir muy sexy y que se arrepintiera.

—No —me miró a los ojos y sonrió con descaro—. Usté fue go-grose-sero.

—¡¿Me vas a castigar así?! —grité—. ¡Mierda, Ivo! —él rió con muchas ganas—. ¡Nooo, no seas así, joder! —seguía muriendo de la risa—. ¡No es gracioso!

Él se encogió de hombros y entonces, mi sesos se desplomaron en cuestión de segundos, cuando se mordió el dedo índice, y jalando levemente la punta de su guante, comenzó a desplazar su mano izquierda con una tediosa lentitud, desde su cuello, hasta su estómago. La colocó ahí durante unos segundos, para volver a subir y bajar.

—¡Alto! —exigí—. Tú no puedes hacerme esto, precioso —estaba absorto, viendo cómo había dirigido su mano hasta su entrepierna, para comenzar a masajearla levemente, sin quitarme los ojos de encima.

—Lá-lástima, ya... Ya lo hi-hice.

¡Jodeeeer! Sentía mis mejillas hirviendo a miles de grados celcius. Verlo de esa manera, tan entregado y dispuesto, me daban ganas de hacerlo mío en ese momento. También, analizaba con seriedad que no me negaría si quisiera hacerme lo que fuera, porque debía ser honesto: en realidad, sus arranques de activo me volvían loco.

—¡Noooo! —resongué—. Por favooor —quise tocarlo ahí abajo, pero de inmediato, me golpeó la mano, haciendo que la quitara al instante—,  no me castigues de esta manera...

Sabía que aunque aún no teníamos contacto sexual, me moría por tocarlo y besarlo hasta el cansancio.

—No.

Se levantó con torpeza y caminó hasta la puerta, ahí, dudó un poco y se devolvió. Pensé de inmediato que se había arrepentido de dejarme así, inclusó llegué a estirar mis labios y a ponerme cómodo, aún sentado en el suelo. Pero no. Él sólo tomó los chocolates y dijo:

—Gr-gracias...

Reí una vez estando solo. Me encantó la manera en la que olvidó que le tenía miedo a los truenos, a mostrarse picarón.

Pero prohibirme besarlo...

Eso fue un golpe bajo.

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—Entonces el nene falleció —asentí, luego de haber tomado un gran trago de whisky—. Lo lamento mucho, señor Kellerman.

—Gracias —sonreí, agradecido por su pésame—. Y no me llames así, dime Derek.

El abogado recomendado por George era un chico muy simpático y agradable. Era joven y sin embargo, lucía confiable para poder defenderme en algo tan grave. Estábamos reunidos en mi casa, el mismo día sábado, pues dijo que había estado muy ocupado.

—Dice que la vio ya en Berlín, ¿cierto?

—Bueno, yo, personalmente no —levantó las cejas—. Fue mi amigo hace unas semanas, pero si se puso en contacto con mis padres, es porque todo va en serio.

—¡Papi! —apareció mi lindo bebé, debajo de la falda de Ilse, quien miraba a Andrew con suma curiosidad.

—¡Mi bolita hermoosaaa! ¡Ven acá!

Salió corriendo y sentí que se me detenía el corazón. Era tan hiperactivo, tan lleno de energía, que pensaba que se caería en cualquier momento. Así que antes de que terminara su recorrido, lo alcé.

—Saluda, anda.

—¡Hola! —movió su manita con ganas.

—Hola, cariño —le respondió el abogado, tocándole la mano—. Señor, ¿me puede proporcionar los documentos del fallecimiento del otro pequeño? Necesito revisarlos

—Claro. Ilse...

—¡Ahora mismo! —no hacía falta que le pidiera el favor, ella ya había escuchado.

—¿Se casaron hace...?

—Cuatro años.

—Señor... —me volteé y me encontré con Sylvio—. La cena está lista, ¿el joven nos acompaña?

—Oh, no. Me da mu-

—Se quedará —dije y él sonrió apenado—. Prepara la mesa, por favor.

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—Mire, señor Derek, necesito serle absolutamente franco.

Bajó todos los papeles que le había proporcinado y se acomodó sus lentes.

—Adelante...

—No sabemos con qué tipo de pruebas se vaya a presentar la señora Bärh —asentí—. Tenemos buenas bases. Sus trabajadores del hogar y sus padres son testigos del abandono, de los engaños. Además, están los registros médicos urgentes cuando encontró a ambos pequeños en índices de desnutrición y fallecimiento. Sin embargo...

Eliminé mi sonrisa al instante. Tragué duro y me preparé mentalmente para lo que diría.

—Tiene que estar conciente de que el noventa por ciento de las demandas por custodia, son ganadas por la madre.

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Perfecta ImperFecciÓnWhere stories live. Discover now