Principios dulces, finales amargos

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(Erick)




Comencé a desperezarme lentamente mientras los primeros rayos de sol entraban por la ventana.

Sentí un peso sobre mi brazo, y al girarme, no pude evitar sonreír como un bobo.

Leo se encontraba aún dormido a mi lado. Su cabello azabache estaba todo revuelto, y mientras que su cabeza reposaba en mi hombro, sus delgados brazos estaban sobre mi pecho.

Lo habíamos hecho. Leo me había entregado su primera vez y, además, era la primera vez que tenía sexo sin protección con alguien; pero al fin y al cabo se trataba de Leo.

Él me había entregado su primera vez, y yo, había hecho con él el amor por primea vez en toda mi vida. No había sido una noche de sexo sin más, de eso no había duda. Era la primera vez que quería darle placer a alguien y no sentirlo yo solo. La primera vez que quería estrujar a alguien entre mis brazos y recorrer su cuerpo dándole innumerables besos.

Me acerqué un poco a él, y deposité un beso en su frente.

Leo se desperezó, y llevó las manos a su cara para frotarse los ojos. Cuando giró su cabeza hacia mí, con los ojos entrecerrados, los abrió de golpe y su cara comenzó a teñirse de rojo.


—Buenos días —sonreí.


El aludido comenzó a abrir y cerrar la boca nervioso, como si le hubiese comido la lengua el gato.


—B-buenos días —dijo al fin.


Volvía acercarme a él, y capturé sus labios con los míos, introduciendo mi lengua en su boca y acariciando lentamente la suya.

Cuando nos separamos, pude apreciar que el rojo de su cara se había intensificado aún más.


—¿Qué tal está ahora tu cuerpo? —pregunté.


Leoa partó la vista avergonzado y se giró dándome la espalda.


—B-bien—tartamudeó—. Pero me gustaría darme un baño.


Sonreí. Me levanté de la cama, y sin esperar a que Leo dijese algo, me dirigí al baño de la habitación.

Para ser un hotel perdido entre las montañas, era bastante lujoso. El baño tenía una moderna cabina de ducha, un par de lavabos con sus respectivos espejos y estanterías, y un pequeño pero lujoso jacuzzi.

Me acerqué a él, y tras pulsar varios botones, comenzó a llenarse deagua.


—¿Qué estás haciendo? —preguntó alguien a mi espalda.


Me giré, y observé como Leo me miraba con una expresión curiosa y tan solo cubierto por una sábana.


Mierda—pensé—. Si sigue así de adorableme lanzaré encima de él de nuevo.


Aparté la vista hacia el jacuzzi, metí mi mano en el agua para comprobar su temperatura, y al ver que estaba perfecta, apreté otros botones par aque dejara de llenarse.

Colors of the Soul ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora