Debilidad

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(Erick)

—¿Puedes soltarme? —le dije a la chica que no paraba de colgarse de mi brazo.

Tras zafarme de ella, me fui de clase dejando al grupito de Elenna con la misma expresión de sorpresa que cuando se fue Leo.

Mi intención era que viniese a comer conmigo, pero la zorra de Elenna y su séquito de descerebradas se habían puesto en medio.

Cuando lo vi salir con Sarah de clase, sentí una punzada en el pecho. Había querido ser amable invitándolo a comer para así acercarme un poco más a él, pero al final no había podido hacer nada.

Fui a clase de Mickel y Arthur y les esperé al lado de la puerta hasta que saliesen.

—¿Qué te pasa Erick? —preguntó Mickel— Te noto algo raro.

En realidad ni yo mismo sabía por qué estaba molesto. ¿Era porque Leo no se había ido conmigo? ¿Por qué no había funcionado el siguiente movimiento de mi plan?

No sabía por qué era, y eso me molestaba aún más.

—Tengo que contaros algo —les dije mientras caminábamos juntos hacia la parte trasera del instituto.

Iba a contarles mi plan. Puede que me ayudasen de una manera u otra.

Bajamos las escaleras hasta el primer piso, y después salimos al exterior.

—Tú dirás —contestó Arthur cuando llegamos a nuestro destino.

—Pues veréis —observé los alrededores por si había alguien— ¿Habéis visto al chico nuevo? ¿Al de los ojos violetas?

—Sí —respondió Mickel—. El que dejó en ridículo al señor Fisher y gracias a eso, ese estúpido profesor cogió una baja por depresión y se fue del instituto —rió.

—Así es —continué—. Pues al parecer es el nieto de un viejo amigo de mi abuelo y se está quedando a vivir en mi casa por un tiempo —me crucé de brazos—. Pero lo que quería deciros es que cuando decidí que sería la próxima persona que me llevaría a la cama, me rechazó.

Mis dos amigos me miraron confusos.

—¿Y qué quieres decirnos con eso? —preguntó Arthur.

—Que no voy a dejar que me humille y se vaya de rositas —sonreí—. Tengo un plan. Pienso hacer que se enamore de mí, y cuando me lo folle le romperé el corazón diciéndole que todo a sido un juego, humillándolo aún más —pronuncié satisfecho.

Los dos me lanzaron una mirada extraña.

—¿Estás seguro que esa es una buena idea? —preguntó Mickel.

—¡Claro que sí! Es perfecto.

—Pues a mí no me pidas ayuda —respondió Arthur—. Siempre te he ayudado en todo, y si quieres llevar a cabo tu plan, adelante, pero no cuentes conmigo esta vez —se cruzó de brazos—. No me parece correcto lo que vas a hacer solo porque el chico no haya querido meterse en tu cama.

Colors of the Soul ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora