<•> Capítulo treinta y uno <•>

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—¿Co-comecial? —no entendí nada de lo que decía.

—Ah, claro, seguramente tú no sabías... El señor Derek tiene un avión privado.

—¡¿Eh?! —exclamé impresionado.

—Sí, antes solía tener muchos viajes a último momento y casi siempre la hora de los vuelos no le servían... Así que hace unos quince meses, se compró un avión. ¡Y déjame decirte que es enooorme!

¿Más pobre me podía sentir? No, por supuesto que no.

—Romy, tráeme un maldito café.

¡Aaah, esa voooz! Di me volteé y me casi me da algo. ¡Se había dejado crecer la barba! ¡Ahora le podía hacer competencia extrema a cualquier dios griego! Llevaba el cabello un poco alborotado y su corbata estaba algo torcida, pero estaba guapísimo.

Siempre luciría perfecto para mí.

—Tan guapo como siempre... —dijo, mordiendo la tapa de una pluma—. La verdad es que la esposa ha de estarse muriendo del arrepentimiento ahora mismo, ¿no crees? —me rasqué la oreja derecha e hice presión en mis muelas—. Ese hombre está para comérselo de arriba a bajo con todo y su lechita.

Creo que nunca había tenido tantos instintos asesinos como en ese momento. ¡Ahhh! ¡Maldita seaaa! ¿Qué no podía guardarse los comentarios? Bien, si no lo hacía ella, tampoco lo iba hacer yo. Además, su leche, ya me la había ofrecido a mí.

—Be-besa bien.

Solté sin descaro alguno. Quizás me traería problemas, ¿pero que más daba? Ella había empezado a decirle piropos a MI HOMBRE. MÍO. No iba a dejar que dijeran de él lo que se les viniera en gana, menos cuando su atractivo físico fuera el centro de conversación.

—¿Qué dijiste? —parpadeó varias veces, arrugando la frente. No iba a repetírselo, ella había escuchado muy bien.

—Bye —sonreí y me di vuelta en la silla para volver a mi trabajo.

Más diva no pude sentirme.

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Está de más decir que todo el piso del Sector Ejecutivo se volvió un caos, unas solicitudes apenas recibidas en el trayecto de América a Europa, debían recibir el visto bueno lo antes posible.

—¡Ah, cariñoooo! ¡Qué rico veeerte! —me abrazó rápidamente Tamara—. ¿Qué tal si vamos por un café más tarde? —sonreí, me parecía buena idea y aunque ella fue con mi jefe a Estados Unidos, me caía bien—. ¡Que ahora estoy que me vuelvo loca! ¡Es jefe está furioso!

—¿Enogado? —fruncí el ceño y ladeé la cabeza.

—Enojado —corrigió—. Sí, bastante. Ya te contaré.

—Oke-key...

Ahora, tenía miedo.

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No había salido de la oficina en todo el día. Y yo tenía unas cuantas dudas acerca de unos documentos, y si estaba enojado, no me atrevía para nada molestarlo. Estaba un poco desaminado, pues llegué a pensar que ni siquera sabía que yo estaba laborando de nuevo.

Entonces, un hombre alto y de facciones rudas, llamó la atención de todos cuando entró sin permiso alguno a la oficina de Derek, azotando la puerta. Romy ni siquiera tuvo la oportunidad de detenerlo.

Tamara torció los labios y cruzándose de brazos, añadió:

—Ahora sí, que todo empeore en tres, dos, uno...

Ambos hombres allá dentro comenzaron a gritar, reclamándose todo tipo de cosas. Duraron así unos largos y tediosos quince minutos, todos ya estaban incómodos, no se podía prestar atención en el trabajo, pues seguramente esos gritos se escuchaban hasta el Sector Creativo, añadidos al estrés de muchos teléfonos sonando y pitidos de las máquinas de fax.

—¡Que se calle, maldición! —pegué un brinco al escuchar a Derek—. ¡¿Cree que tiene el derecho de venir a gritarme a mi empresa?! ¡Lárguese de una buena vez!

Sin embargo, no podía quedarme con aquella duda, porque sino, haría el trabajo mal. Me levanté y agarré los papeles, le preguntaría a la señorita Sophie, pues Tamara estaba en peores condiciones que yo.

Fui hasta su oficina, situada en uno de los pasillos principales, pero antes de que pudiera llamar a la puerta, vi que el señor caminaba apresurado, furioso y escupiendo cualquier cantidad de palabras ofensivas hacia todos nosotros.

—Quítate de mi camino, inútil.

Recibí un fuerte empujó de su parte, haciendo que trastabillara y cayera. Todos los papeles salieron volando. No pude evitar soltar una mala palabra. Me quejé, acariciando mi trasero, había dolido mucho.

¿Qué rayos le pasaba a ese viejo?

—¡Ja! ¿Cuándo no? —levanté la vista y estaba James, cruzado de brazos— Siempre haciendo lo que se pegue la puta gana —él se agachó a ayudarme—. Viejo estúpido —chasqueó la lengua—, sólo viene a poner de mal humor a Derek.

—Ah, él, él ¿quién, es? —pregunté, esperando a que me comprendiera.

Miré por el pasillo; el señor de traje negro y elegante ya no estaba. James se echó una risa sarcástica y añadió:

—Es nada más y nada menos que John Kellerman, el padre de Derek.

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Perfecta ImperFecciÓnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora