<•> Capítulo veintiseis <•>

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—¡Gracias, gracias, gracias! —exclamé, besándola por todo su rostro.

—Idiota, sólo espero que cumplas con tu palabra de atenderlos.

—Todo cambió. Empezamos a arreglar la habitación para los nuevos integrantes de la familia, compramos juguetes, las cunas... Tendríamos gemelos —Ivo me sonrió— Ya sabes, es de lo más lindo vestirlos igual y esas cosas. Compramos ropa... ropa adecuada para Frieda. Cada noche, me ponía en su estómago y les hablaba, ¡ja, ja, ja! Diciéndoles las cosas más hermosas del mundo, prometiendoles ser el mejor padre de todos. Sólo que ella seguía sin estar muy feliz...

Ivo escuchaba con atención, sin quitarme los ojos de encima.

—Los meses se pasaron volando. Ya le faltaba un mes y medio para dar a luz, y a mí... Me tocó viajar a Estados Unidos en ese entonces.

—¡Te lo dije! —gritó y seguí haciendo mi maleta a regañadientes— ¡Mira nada más cómo tengo esta panza, Derek! ¿Cómo voy a hacer esto sola?

—Lo siento, amor —dejé de arreglar todo para sostener sus manos y con un golpe, me lo impidió— ¡Esto es muy importante, entiéndelo! ¿Crees que me hace feliz dejarlos a los tres solos? ¡Nooo, maldición! Sólo serán tres semanas, por favor, compréndeme aunque sea una sóla vez en tu vida.

—Púdrete.

Salió de la habitación, bastante enojada.

—Ni siquiera quiso despedirse, me fui al otro lado del mundo sin un: «Adiós» de su parte.

—Uno no sa-sabe cuano última vez de ver alguien...

—Exacto, pero eso era algo que ella no comprendía —me mordí el labio y continué—. Y lo peor pasó cuando estuve ahí. Ilse me llamó, Frieda ya estaba en labor de parto y yo apenas llevaba tres días allá. Los bebés nacerían mucho antes de lo programado. ¡Todo estaba saliendo mal! No podía cancelar las reuniones y el clima no era el adecuado para viajar, debía esperarme unos días más.

—¡¿Cómo mierda piensas dejarme sola, imbécil?! ¡Aaah!

Me entraron los nervios. Escuchaba sus gritos al otro lado de la línea, las ruedas de la camilla rechinando contra la cerámica.

—¡Lo siento, nenaaaaa! ¡Yo quiero estar ahí pero no puedo! ¡Perdóname por favor!

Era mi sueño ver a mis hijos llegar al mundo. Escuchar sus primeros llantos, verlos en el primer segundo.

No sería posible.

La llamada se terminó, y nadie me respondió en los siguientes días.

—Parecía como si ninguno quisiera hablar conmigo, nadie me contestaba. Hasta que llegó la hora de partir, estando en el areopuerto, recibí una llamada; Frieda había desaparecido con ambos niños. Aprovechó que mi familia la dejó sóla una tarde y ella... Se fue. Me preocupé e imaginé que les había sucedido algo, a los niños... ¡Ni siquiera los conocía por foto! Llegué a Alemania y me hice loco buscándolos hasta por debajo de las piedras. Estaba mal, ya ni dormía o comía, la policía no me daba razones de nada —fue una de las peores etapas de mi vida—. A los días, llamó diciéndome que se iba y dónde estaban mis hijos.

—¿Entiendes? ¡No puedo pasar un segundo más cerca de un idiota que sólo piensa en tener hijos! ¡Nunca quise ser madre! ¡No puedo estar con un imbécil que cree que su vida es perfecta!

—Frieda, cariño... Cálmate, ¿dónde estás? ¿Dónde están los niños? —eran lo único que me importaba.

Que mi matrimonio se fuera a la mierda, no me interesaba; quería ver a mis hijos de una vez por todas.

—Ah, cierto, esos llorones están en mi antiguo departamento, lo había olvidado. Creo que ya se murieron de hambre.

Nunca se lo iba a perdonar.

—Llegué a su departameto y la puerta estaba abierta. El llanto de uno de ellos me aterraró —el ardor en mis ojos aumentó, y sin poderlo evitarlo, las lágrimas salieron—. Entré a una de las habitaciones vacías, y ahí estaban los dos, en el suelo con unas simples cobijas. Y uno de ellos no se movía, no respondía a mis llamados y sacudidas... No respiraba. Llamé a mi madre, a Sylvio e Ilse, a la ambulacia... ya no había nada que hacer. Ambos nacieron prematuros, muy pequeños, estaban a punto de desnutrición, sucios. Habían estado varios días sin comer, con frío...

Ivo se acercó a mí con mucha dificultad y con su mano derecha, me acarició las mejillas, limpiando las lágrimas y mojando su guante.

—Había un celular en el departamento. Ahí me di cuenta de que se casó conmigo por conveniencia. Ahí... encontré la evidencia de su infidelidad, ¿qué podían haber? ¿Unos treinta hombres tal vez? Las llamadas y mensajes eran obvios —era una perra legítima—. Me entraron las dudas acerca de que si yo era el padre de esos niños. Así que que hice las pruebas necesarias y afortunadamente dieron positivo.

Al menos, en algo había sido sincera.

Ivo se acomodó y volvió a apoyar su cabeza en mi hombro.

—Vin es lo más importante que tengo ahora, y sinceramente tengo miedo de que ella quiera quitármelo.

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Perfecta ImperFecciÓnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora