Capítulo 12

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Richard

Cada rincón de la casa tiene su esencia, recuerdos en hasta en los estantes, sus fotografías adornan la pared. La culpa se apodera de mí con más fuerza, destrozándome por dentro, un dolor insufrible en el pecho, uno indiscutible.

Sus cosas, su espacio, la peculiar característica de su habitación, mi princesa no es tan soñadora, ni muy de aire de fanática, carecen las paredes de carteles o de colores rosas o pasteles, prefiere lo neutro y lo negro.

El perfume que lleva desde pequeña, aromatiza el lugar.

Sollozo abrazando la foto contra mi pecho. No me lo perdono, lo sufro en carne viva, me desgarra el alma.

Tengo grabado en mi memoria, el dolor en esos orbes color azul, el llanto, sus reclamos. Me lo merezco, la vendí, eso fue lo que hice y no existe nada en el mundo que pueda cambiar dicho hecho, es tal cual lo pienso, tal cual se ve.

Me siento como un pésimo padre, ¿Lo soy? El peor de todo.

Una vez que quise dar vuelta atrás, ya nada más no se podía. Daría todo por retroceder el tiempo, riquezas, hasta mi propia vida para que la de Melanie siguiera tal cual la tenía. Libre y no forzada a casarse a tan corta edad.

—Maritza está muy decepcionada de usted, Richard —comenta Amalia, recostándose el marco de la puerta rota. Tiene la cara irritada por el llanto, los ojos tristes.

La casa entera reciente la partida de Melanie, hasta las flores lloran por su ausencia.

Me hago un ovillo en la cama, en ningún momento abandono la fotografía.

Es de masoquista estar aquí, sé que entre la estancia de mi hija no voy a lograr nada más que martirizarme por los hechos.

—Merezco ahogarme en mi pena, Amalia —acepto, la almohada se humedece con las gotas saladas que emanan de mis ojos sin control —. Me hago mi propio juicio, soy déspota, implacable

Lastimé a todo mundo con mi desesperada decisión, debí olvidarme de todos, solo pensar en mi tesoro, aunque lo hice, porque era nada o su bienestar y maldigo a Cameron sin piedad.

La casa está sumida en un absoluto silencio, llora, no hay nadie, han tocado cientos de veces la puerta, llamando por Melanie, nadie responde porque yo estipule que así fuera.

No soportaría más sin terminar muerto y quizá debería buscarla.

El celular de mi hija está apagado, pienso en tomar el primer vuelo hacia New York.

Ella está sufriendo.

Duerme.

Llega un mensaje de texto con una fotografía de Melanie relajada, sola, sin rasguños, ni nada.

—Me voy —avisa Amalia.

La volteo a ver.

—¿Para siempre?

Sacude la cabeza.

—Aunque quisiera, no podría, lo he prometido —aclara —. Pero no soporto un instante más aquí sin ella y sabiendo lo que le hiciste.

Asiento, no tengo moral para cuestionar, ni base para negarme.

Merezco estar solo, hasta los animales son más valiosos que yo ahora mismo.

—Vuelve cuando gustes.

Me da la espalda, queda de frente al pasillo, hay una foto de Maritza enmarcada en grande con Melanie en sus brazos.

—Pero se acabó —informa perdiéndose en el pasillo.

Después el ruido de un motor de algún auto se aleja de propiedad.

Casada a mi corta edad © [Danielson 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora