<•> Capítulo diecinueve <•>

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—Vincent —sonreí al conocer el  nombre completo de su bebé—, ven acá —lo llamó, y el niño obediente, se acercó.

Derek lo alzó, y el bebé seguía sin quitarme los ojos de encima. Mi jefe, le daba múltiples besos en su mejillas, mientras repetía: «¡Mi amor!» ¡Y yo, moriría de ternuraaaaa! Era un niño demasiado hermoso. Tenía los ojitos verdes y el cabello claro. Era algo gordito y llevaba una pijamita amarilla.

—Mira, él mi amigo del trabajo, su nombre es Ivo.

—Ho-holaaa —lo saludé con la mano, abriendo y cerrándola.

—Holap —respondió—. ¿Juegas conmigo? —me sorprendió que hablara mejor que yo.

—Vin, viene llegando deja que se siente al menos.

—Oh, no, no... hay por-problema.

Minutos después, y como si estuviera en mi casa, estaba en el suelo, jugando con Vincent y sus monos. Me importaba muy poco ensuciarme la ropa, lo importante era rescatar a los animalitos.

Sólo me bastaron unos minutos, para darme cuenta de que me encantaba ese niño. Me lo hubiera comido a besos en ese mismo momento.

Mientras Derek hablaba por teléfono, detrás suyo, vi a un adolescente. Él joven, simplemente me sonrió de siguió su camino.

Luego, mi guapo jefe me presentó a sus dos empleados. Ilse y Sylvio.

—Mu-mucho gu-gusto... —me esforcé para no equivocarme tanto. El hombre alto, le dijo algo a Derek en el oído que lo hizo reír.

—Sylvio, Ivo tiene treinta años.

—¡¿Qué?! —exclamaron los dos señores.

Ay, que vergüenza.

—Sé que no parece legal, pero es menor que yo sólo por tres añitos.

¿A qué se refería con eso?

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La comida fue deliciosa. Nos acompañó Dietlinde y Dustin, ese chico era algo serio, pero de vez en cuando, me sonreía. Vin comía sentado en el regazo de su padre, y aunque sus dos sobrinos trataban de no pelear durante la comida, la cena me había fascinado.

La esposa de Derek, era una tonta. Yo muriendo por estar con él, y ella, engañándolo. Él era hombre más lindo del mundo.

Ahora, estaba sentado en el césped del jardín trasero, a un lado de la enorme piscina. Siempre había querido aprender a nadar, pero nunca pude.

Me metí a la boca otra cucharada repleta de pastel. Ilse era una diosa de los pasteles, pues me pareció el más delicioso de todos. El chocolate líquido que tenía dentro, se desbordaba cada vez que introducía la cuchara.

Mi jefe fue a vigilar que su hijo se durmiera. Hacía frío, pero por fortuna mi suéter era bastante grueso como para evitar que temblara.

La puerta de cristal, se abrió, y Derek también llevaba un suéter puesto, pero ahora, vestía un pantalón corto, el cual, no me dejaba a la imaginación sus gruesas piernas.

—¿Te gustó el pastel?

No pude contestar; la impresión de verlo así vestido, y por tener la boca llena, me lo evitaron.

—Bien, creo que eso es un sí —se sentó a mi lado mientras reía.

Los grillos, eran lo único que se oía, sumado a la cuchara pegando con el platito de porcelana.

—No tienes idea de lo mucho que me esforcé para que todo saliera bien.

¿En serio? ¿Tanto así? La felicidad que me embargó en ese instante, fue inmensa.

Perfecta ImperFecciÓnWhere stories live. Discover now