33. Leslie regresa

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Quince días después, Leslie Moore volvió sola a la vieja casa donde había pasado años tan amargos. En el crepúsculo de junio fue, a través de los campos, a casa de Ana, y apareció abruptamente, como un fantasma, en el perfumado jardín.
—¡Leslie! —exclamó Ana, asombrada—. ¿De dónde has salido? No sabíamos que venías. ¿Por qué no escribiste? Habríamos ido a esperarte.
—No sé por qué no pude escribir, Ana. Me parecía tan fútil tratar de decir nada con lápiz y papel. Y quería volver en silencio y sin ser vista. Ana abrazó a Leslie y la besó. Leslie devolvió el beso con calidez. Estaba pálida y cansada, y suspiró al dejarse caer sobre la hierba junto a un gran macizo de narcisos que resplandecían como estrellas doradas en el crepúsculo pálido y plateado.
—¿Y viniste a casa sola, Leslie?
—Sí. La hermana de George fue a buscarlo a Montreal y se lo llevó a su casa. Pobre
hombre, le daba pena separarse de mí, aunque fui una extraña para él en el primer momento. Se aferró a mí en esos difíciles días primeros, cuando intentaba comprender que la muerte de Dick no era cosa del día anterior, como a él le parecía. Fue todo muy difícil para él. Yo lo ayudé todo lo que pude. Cuando llegó la hermana, fue más fácil, porque a él le parecía que había dejado de verla apenas unos días antes. Por suerte, ella no ha cambiado mucho y eso
también lo ayudó.
—Es todo tan extraño y tan maravilloso, Leslie. Creo que ninguno de nosotros se da cuenta todavía.
—Yo no puedo. Cuando entré en casa hace una hora, sentí que tenía que ser un sueño, que Dick tenía que estar allí, con su sonrisa infantil, como estuvo tanto tiempo. Ana, todavía me siento aturdida. No me alegro ni me apeno ni nada. Me siento como si de pronto hubieran arrancado algo de mi vida y hubieran dejado un espantoso agujero. Siento como si no pudiera ser yo, como si fuera otra persona y no pudiera acostumbrarme. Tengo una horrible sensación de soledad, de aturdimiento, de impotencia. Me hace bien verte otra vez, me parece que eres una especie de ancla para mi alma a la deriva. »Ay, Ana, le temo a todo: a los chismes, al asombro, a las preguntas. Cuando pienso en todo eso, me dan ganas de no haber regresado a casa. El doctor Dave estaba en la estación cuando bajé del tren, y me trajo a casa. Pobre viejo, se siente muy mal porque él me dijo hace años que no se podía hacer nada por Dick.
«Honestamente, yo estaba convencido, Leslie», me ha dicho.
«Pero tendría que haberte dicho que no confiaras sólo en mi opinión, tendría que haberte dicho que consultaras a un especialista. Si lo hubiera hecho, tú te habrías ahorrado muchos años amargos, y el pobre George Moore, muchos años perdidos. Me siento muy culpable, Leslie.
» Le dije que no, que había hecho lo que consideraba correcto. Ha sido siempre tan bueno conmigo que no podía permitir que se preocupara tanto.
—¿Y Dick, quiero decir, George? ¿Ha recuperado la memoria por completo?
—Prácticamente. Claro que hay muchos detalles que no puede recordar todavía, pero recuerda más y más cada día. Salió a caminar al día siguiente del entierro de Dick. Tenía encima el dinero y el reloj de Dick (quería traérmelos) junto con mi carta. Admite haber ido a un lugar frecuentado por marineros, y recuerda haber bebido, y nada más. Ana, jamás olvidaré el momento en que recordó su propio nombre. Lo vi mirarme con una expresión inteligente pero intrigada. Le pregunté:
«¿Me conoces, Dick?» Y él me respondió:
«En mi vida la he visto. ¿Quién es usted? Y mi nombre no es Dick. Yo me llamo George Moore. ¡Dick murió ayer de fiebre amarilla! ¿Dónde estoy? ¿Qué me ha pasado?» Me... me desmayé, Ana. Y desde entonces, no he dejado de sentirme como en un sueño.
—Pronto te acostumbrarás a este nuevo estado de cosas, Leslie. Y eres joven, tienes toda la vida por delante, vivirás muchos años hermosos.
—Tal vez pueda verlo bajo esa luz dentro de un tiempo, Ana. En estos momentos, me siento demasiado cansada e indiferente como para pensar en el futuro. Me siento... Ana, me siento sola. Echo de menos a Dick. ¿No es muy extraño? ¿Sabes? Yo quería al pobre Dick, digo, a George, como querría a un niño indefenso que dependiera de mí para todo. Había odiado y despreciado tanto a Dick antes de que se fuera que nunca lo habría admitido. Cuando me enteré de que el capitán Jim lo traía a casa, pensé que sentiría lo mismo. Pero nunca me sucedió, aunque continué despreciando a aquel Dick del recuerdo. Desde el momento en que llegó a casa, no sentí más que lástima, una lástima que me dolía y me atormentaba. En aquel momento supuse que era sólo porque su accidente lo había vuelto indefenso y lo había cambiado. Pero ahora creo que era porque en realidad se trataba de una personalidad completamente diferente. Cario lo sabía, Ana, ahora me doy cuenta de que Cario lo sabía. Siempre me llamó la atención que Cario no hubiera reconocido a Dick. Los perros son por lo general tan fieles... Pero él sabía que el que había regresado no era su amo, aunque ninguno de nosotros lo supiera.
»Yo nunca había visto a George Moore, tú lo sabes. Dick mencionó una vez que tenía un primo en Nueva Escocia al que se parecía como si fueran mellizos, pero yo me había olvidado de eso y nunca le di mucha importancia. Nunca se me ocurrió cuestionar la identidad de Dick. Todos los cambios en él me parecieron resultado del accidente.
»Ay, Ana, ¡aquella noche de abril cuando Gilbert me dijo que pensaba que Dick podía curarse! Nunca la olvidaré. Me pareció que había estado prisionera en una horrible jaula de torturas y que la puerta se había abierto y me dejaban salir. Seguía encadenada a la jaula pero no adentro. Y aquella noche sentí que una mano despiadada me arrastraba otra vez dentro de la jaula, de vuelta a una tortura aún más terrible que la anterior. No culpé a Gilbert. Sentí que había actuado bien. Y fue muy bueno; me dijo que, en vista de los gastos y de lo inseguro del resultado de la operación, si yo decidía no correr el riesgo, él no me culparía en lo más mínimo. Pero yo sabía qué tenía que decidir y no podía soportarlo. Anduve por la casa toda la noche como una loca, tratando de obligarme a enfrentarlo. No podía, Ana, pensé que no podía, y cuando llegó la mañana, apreté los dientes y decidí que no lo haría. Dejaría que las cosas siguieran como estaban. Era una mala acción, lo sé. Habría sido un buen castigo para semejante maldad, si hubiera seguido adelante con esa decisión. Me mantuve en ella todo el día.
»Aquella tarde tuve que ir a Glen a hacer algunas compras. Era uno de esos días tranquilos de
Dick, de modo que lo dejé solo. Tardé más de lo que pensaba y él me extrañó. Se sintió solo. Y cuando yo llegué a casa, vino corriendo a mi encuentro, como un niño, con una sonrisa feliz. De alguna manera, Ana, en aquel momento me rendí. Aquella sonrisa en su pobre cara inexpresiva fue algo que no pude soportar. Sentí que le estaba negando a un niño la oportunidad de crecer y desarrollarse. Supe que debía darle esa oportunidad, fueran cuales fueren las consecuencias. Entonces vine a decírselo a Gilbert. Ay, Ana, me encontrarías insoportable durante aquellas semanas antes de irme. No era mi intención serlo, pero no podía pensar en nada más que en lo que tenía que hacer, y todas las cosas y las personas eran como sombras.
—Lo sé y lo entendía, Leslie. Y ahora todo terminó, la cadena se ha roto y ya no existe la
jaula.
—Ya no existe la jaula —repitió Leslie, absorta, arrancando briznas de hierba con sus dedos largos y bronceados—. Pero me da la sensación de que no hay nada más, tampoco, Ana. ¿Te... te acuerdas de lo que te conté sobre aquella locura mía, aquella noche en el banco de arena? He descubierto que es difícil recuperarse de las propias tonterías. A veces pienso que hay personas que son tontas para siempre. Y ser una tonta de ese tipo, es casi tan malo como ser un perro atado a una cadena. —Te sentirás muy diferente cuando se te pasen el cansancio y el asombro —dijo Ana, quien, conocedora de cierta información que Leslie ignoraba, no se sentía llamada a sentir mucha compasión. Leslie apoyó la espléndida cabeza dorada sobre la rodilla de Ana.
—Al menos te tengo a ti —dijo—. La vida no puede ser del todo vacía con una amiga como tú. Ana, acaríciame la cabeza como si fuera una niña pequeña, hazme un poquito de mamá, y déjame que te diga, ahora que mi necia lengua está un poco suelta, lo que tú y tu amistad han significado para mí desde la noche en que te encontré en la costa de rocas.

Ana y la casa de sus sueñosOnde histórias criam vida. Descubra agora