32. La señorita Cornelia habla del tema

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—¿Me estás diciendo, querida Ana, que Dick Moore ha resultado no ser Dick Moore sino otra persona? ¿Es eso lo que me has dicho por teléfono?
—Sí, señorita Cornelia. Es asombroso, ¿no?
—Es... es típico de un hombre —dijo la señorita Cornelia, perdida. Se quitó el sombrero con mano temblorosa. Por una vez en su vida, la señorita Cornelia estaba innegablemente perpleja.
—Me parece que no comprendo, Ana. Te he oído decirlo, y te creo, pero no puedo asumirlo. ¿Dick Moore está muerto, ha estado muerto todo estos años, y Leslie es libre?
—Sí. La verdad la ha hecho libre. Gilbert tenía razón cuando dijo que ese versículo era el más grande de la Biblia.
—Cuéntame todo, Ana querida. Desde que recibí tu llamada, he estado muy confundida, créeme. Cornelia Bryant nunca ha estado tan confundida.
—No hay mucho por contar. La carta de Leslie era breve. No entró en detalles. Este hombre, George Moore, recobró la memoria y sabe quién es. Dice que Dick cogió la fiebre amarilla en Cuba y el Four Sisters tuvo que zarpar sin él. George se quedó con él para cuidarlo. Pero Dick murió en seguida. George no escribió a Leslie porque pensaba volver y decírselo personalmente.
—¿Y por qué no lo hizo? —Supongo que su accidente se lo impediría. Gilbert dice que es muy probable que George Moore no recuerde nada de ese accidente, o de lo que lo llevó a él, y tal vez no lo recuerde jamás. Probablemente sucedió muy poco después de la muerte de Dick. Podremos averiguar más detalles cuando Leslie vuelva a escribir.
—¿No dice lo que piensa hacer? ¿Cuándo vuelve a casa?
—Dice que se quedará con George Moore hasta que él pueda salir del hospital. Le escribió a su familia de Nueva Escocia. Al parecer, el único pariente cercano de George es una hermana casada, mucho mayor que él. Vivía cuando George se fue en el Four Sisters pero, por supuesto, no sabemos qué pudo haber pasado desde entonces. ¿Usted había visto alguna vez a George Moore, señorita Cornelia?
—Lo vi. Ahora recuerdo todo. Estuvo aquí visitando a su tío Abner hace dieciocho años, cuando él y Dick tendrían unos diecisiete. Eran primos por partida doble, sabes. Los padres eran hermanos y las madres eran hermanas mellizas, y se parecían increíblemente. Por supuesto —agregó la señorita Cornelia con desdén—, no era uno de esos parecidos de los que una lee en las novelas, donde dos personas son tan parecidas que una puede ocupar el lugar de la otra y ni siquiera sus más íntimos se dan cuenta. En aquellos días, una sabía perfectamente quién era George y quién era Dick, si se los veía juntos y de cerca. Separados, o de lejos, no era tan fácil. Ellos hicieron muchas bromas a la gente y les parecía muy gracioso; ¡vaya dos bribones! George Moore era un poquito más alto y bastante más «llenito» que Dick, aunque ninguno de los dos era lo que se llamaría «gordo», sino que eran los dos más bien delgados. Dick era más rubicundo que George y tenía el cabello un poco más claro. Pero los rasgos eran idénticos y los dos tenían esa cosa rara en los ojos: uno azul y el otro castaño. En lo demás no se parecían mucho. »George era un muchacho agradable, aunque muy travieso, y hay quien dice que ya entonces le gustaba la botella. Pero todos lo querían mucho más que a Dick. Estuvo alrededor de un mes aquí. Leslie nunca lo vio; ella tendría unos ocho o nueve años, y ahora recuerdo que pasó todo aquel invierno al otro lado del puerto, con su abuela West. El capitán Jim tampoco estaba; aquel invierno había naufragado en las Magdalenas. No creo que ni él ni Leslie hayan sabido jamás que el primo de Nueva Escocia se parecía tanto a Dick. Nadie pensó en él cuando el capitán Jim trajo a Dick, a George, mejor dicho, a casa. Claro que todos pensamos que Dick había cambiado mucho; estaba tan pesado y gordo. Pero achacamos eso a lo que le había sucedido, y sin duda ésa fue la razón porque, como te decía, George tampoco era gordo antes. Y no había otra manera para averiguarlo, porque el hombre había perdido completamente el juicio. No me extraña que todos hayamos sido engañados. Pero es desconcertante. ¡Y Leslie ha sacrificado los mejores años de su vida cuidando a un hombre que no tenía ningún derecho sobre ella! ¡Ah, malditos sean los hombres! Hagan lo que hagan, lo hacen mal. Y sean quienes sean, son quienes no deberían ser. Me exasperan.
—Gilbert y el capitán Jim son hombres, y gracias a ellos se ha descubierto la verdad —dijo Ana.
—Bien, lo admito —concedió la señorita Cornelia a regañadientes—. Lamento haber regañado tanto al doctor. Es la primera vez en mi vida que me siento avergonzada de algo que le he dicho a un hombre. Pero no sé si se lo diré. Tendrá que imaginárselo. Bien, Ana querida, es una suerte que el Señor no escuche todas nuestras plegarias. He estado rezando mucho para que la operación no curara a Dick. Claro que no lo pedía tan claramente. Pero eso era lo que estaba en el fondo de mi mente, y no me cabe duda de que el Señor lo sabía.
—Bien, Él ha escuchado el espíritu de su oración. Usted lo que quería era que las cosas no fueran más difíciles para Leslie. Temo que en lo más oculto de mi corazón, también yo esperaba que la operación no saliera bien, y estoy muy avergonzada por ello.
—¿Cómo se lo ha tomado Leslie?
—Escribe como si estuviera atontada. Creo que, como nosotros, todavía no ha tomado plena conciencia. Dice: «Todo me parece un sueño extraño, Ana». Es la única referencia que hace a sí misma.
—¡Pobre criatura! Supongo que cuando a un prisionero le quitan las cadenas, ha de sentirse extraño y perdido sin ellas. Ana querida, hay un pensamiento que no puedo apartar. ¿Qué hay de Owen Ford? Las dos sabemos que Leslie lo quería. ¿Alguna vez se te ocurrió que él la quería a ella?
—Sí... una vez —admitió Ana, sintiendo que hasta ahí podía avanzar.
—Bien, yo no tenía ninguna razón para pensar que sí, pero se me ocurrió que tenía que quererla. Ahora bien, Ana querida, el Señor sabe que yo no soy una casamentera y que desprecio esos menesteres. Pero si yo fuera tú y le escribiera al Ford ése, mencionaría, como de pasada, lo sucedido. Eso es lo que yo haría.
—Claro que lo mencionaré cuando le escriba —dijo Ana, algo distante. Por alguna razón, no podía hablar de este tema con la señorita Cornelia. Y sin embargo, tenía que admitir que el mismo pensamiento había estado agazapado en su mente desde el momento en que se enteró de que Leslie era libre. Pero no lo profanaría poniéndolo en palabras.
—Claro que no hay prisa, querida. Pero Dick Moore murió hace trece años y Leslie ya ha desperdiciado buena parte de su vida por él. Veremos qué resulta de esto. En cuanto a George Moore, a quien le ha dado por volver a la vida cuando todo el mundo lo creía muerto y enterrado —típico de un hombre—, lo siento por él. No encajará en ningún lado.
—Todavía es joven y, si se recupera por completo, lo cual parece probable, podrá
volver a hacerse un lugar en el mundo. Ha de ser muy extraño para él, pobre hombre. Supongo que todos estos años, después del accidente, no existirán para él.

Ana y la casa de sus sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora