21. Es que no se dan cuenta

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Briana está sentada en el sillón individual de la sala con las piernas cruzadas, los brazos formando un cuadrado y la ceja derecha levantada con una sonrisa a medias, observando el panorama desde su trono

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Briana está sentada en el sillón individual de la sala con las piernas cruzadas, los brazos formando un cuadrado y la ceja derecha levantada con una sonrisa a medias, observando el panorama desde su trono.

Gabriel, en el otro sillón lateral al de mi amiga, tiene las piernas extendidas una sobre la otra, los brazos cruzados, la cabeza ladeada y los párpados cerrados. Pero a mí no me engaña; los movimientos casi imperceptibles en su boca delatan que esta situación le divierte.

Yo, en cambio, estoy frente a Briana y Gabriel, desviando mi cuerpo un poco hacia la derecha, una pierna doblada y la otra extendida, con las manos sobre mi muslo derecho y con ganas de reírme, pero también de querer estar seria. Créanme, es difícil no hacerlo.

Desvío la atención hacia los protagonistas de este día: Una chica ataviada con sandalias bajas y un vestido negro que le llega hasta los tobillos, con mangas hasta las muñecas. Su compañía viste de un modo más sport, unos zapatos blancos deportivos, un jean azul roto —de esos que están de moda—, y una camisa nívea con las mangas dobladas hasta el codo. Ella, con el tronco en línea recta cual soldado, y moviendo una y otra vez las manos, mira a todos lados, menos a la persona que se encuentra a su lado. Él, cruza los brazos, los desenreda, los vuelve a cruzar y los desenlaza, luego pasa las manos sobre sus pantalones como si se las estuviera secando, y repite la misma rutina: «Brazos cruzados-Secado de manos».

Son tontos.

Pero, aun así, ¡por fin! ¡Hasta que llegó el día! Ya no aguantaba tanto sufrimiento.

Aquí estamos, todos reunidos en un encuentro que debería ser entre dos personas, pero no pudo ser así porque ellos son especiales y difíciles.

Quien orquestó la idea de esta reunión fue esta belleza que está aquí, junto con su mano derecha, mejor conocida como Briana. El dúo perfecto y todo eso. Como sea, el punto es que, ahora que logramos juntarlos, no podemos dejar que se queden mudos todo el santo día. No, no, no, eso no va a pasar, señoritos.

—Bueeeno... —Al parecer, si yo no digo algo, nadie lo hará.Regaño con la mirada a Briana y a Gabriel, porque no están ayudando para nada—. Mel, ¿que tal si nos cuentas cómo te ha estado yendo en la universidad? —Le sonrío.

Ella me entrecierra los ojos; sigue sin saber que se ve linda cuando está enojada. Al ver que no me doy por vencida, suspira y se remueve en su lugar como una niña malcriada.

—Como ya todos saben... bueno, al menos mi familia —ve de reojo a Eric; él intenta no mirarla—, soy tan buena que, además de obtener excelente en la totalidad de mis asignaturas, los profesores me han invitado a varias actividades y exposiciones de arte —levanta pecho orgullosa de sí misma—, pero les he dicho que tengo que pensarlo —se mira las uñas, pretenciosa—, porque tengo que ser selectiva, ya saben. ¿Verdad que sí, Gabo? —Observa a su hermano, esperando su aprobación.

Y no la decepciona.

—Eso es correcto, princesa —afirma sin humildad—, solo los escogidos tendrán la oportunidad de compartir espacio contigo. —Asiente con seriedad—. Pero —alza la mano y levanta el dedo índice— también es importante que reconozcas cuándo es necesario aceptar una invitación o un comentario, ya que el aprendizaje puede venir de cualquier persona, no lo olvides. Y, por muy buena que seas en lo que haces, recién estás terminando tu primer año de carrera.

Ella, como buena chica que es, responde: «Sí, Gabo».

Me levanto como un resorte y todos se giran a verme.

—Qué rica charla y todo eso —todos se percatan de que mi sonrisa es falsa, pero no me importa, ya me cansé de tanto rodeo—, pero nosotros ya tenemos que irnos. —Señalo a Briana, a Gabriel y luego a mí misma—. Fue un gusto verlos hoy, queridos, pero nos urge estar en otro lugar justo en este momento. Qué agonía no poder seguir con ustedes, de verdad. —Me despido de Eric con un beso en la mejilla y después voy hasta Mel, quien me da miradas que matan con amor.

—Sabes que es mentira que tienen que estar en otro lugar —responde Mel y me sorprendo. Todos, en realidad, porque abren los ojos y las bocas. Gabriel levanta sus párpados.

—¿Ah, sí? ¿Te me pones así, Mel? ¿En serio? —Coloco mis manos en jarras y enarco la ceja izquierda—. Pues lo digo abiertamente. Ob-vi-o que no tenemos que ir a ningún lado, pero como ustedes dos no dicen ni «pío» cuando están juntos, y menos cuando están solos, pues tenemos que tomar medidas drásticas. ¿Qué quieres que te diga, Mel? Ustedes nos han obligado a esto, y a pesar de que esa frase suene a película barata, es la verdad. —Levanto los hombros, enfatizando lo que acabo de decir—. ¿Querías la verdad? Pues allí la tienes. Y ahora, si nos disculpan, nos tenemos que ir por allí, a hacer cualquier otra cosa que no sea estar aquí.

Recojo mi cartera y con la mano le hago una seña de «nos vamos» a Briana, y ella va hacia Gabriel y le da un pequeño golpecito en el hombro para que se levante. Él lo con tranquilidad, y suponiendo que su hermana lo está mirando atónita, levanta los brazos en rendición mientras camina hacia la salida.

—¡Y tú —señalo a Eric—, di algo, por el amor de Dios!

Dejando a un atónito Eric, los extras nos retiramos, no sin antes tomar algunos vasos de plástico para llenarlos de bebidas refrescantes; y, en un apabullante silencio, cerramos la puerta del apartamento de Gabriel.

    Dejando a un atónito Eric, los extras nos retiramos, no sin antes tomar algunos vasos de plástico para llenarlos de bebidas refrescantes; y, en un apabullante silencio, cerramos la puerta del apartamento de Gabriel

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Entre cambios y deseos ©️Où les histoires vivent. Découvrez maintenant