2. No si lees los correctos

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Terminamos de cenar una ensalada de pollo con tomate seco, queso, pimientos, aceite de oliva, limón y vinagre balsámico

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Terminamos de cenar una ensalada de pollo con tomate seco, queso, pimientos, aceite de oliva, limón y vinagre balsámico. ¡Fenomenal! Y, como dice el dicho: «Barriga llena, corazón contento».

    Justo ahora le estoy contando a Briana lo que pasó hoy. Ella ríe como si no hubiera un mañana. Me uno a ella porque, a pesar de la vergüenza, debo afirmar que la situación fue bastante divertida.

    —¡No puedo contigo! —exclama, golpeando repetidas veces su pierna derecha, mientras se sostiene el estómago con la mano izquierda.

    Cuando ya no le quedan más fuerzas para reír, dice que soy idiota y que espera que haya aprendido de esta experiencia para la próxima vez que me encuentre con una persona ciega. Luego vuelve a reír. Pero, al darse cuanta de que su estómago ya no da para más, deja por terminada la acción. Bosteza y, con voz cansada, me dice que debe ir a dormir porque se está cayendo del sueño. También me recuerda que es posible que mañana sus padres no puedan pasar por la pastelería porque estarán en una reunión de negocios, así que nosotras debemos llevar el postre.

    Los padres de Briana son unos cocineros profesionales muy reconocidos; esa es una de las razones por las que tanto ella como sus hermanos puedan cocinar de tal manera que se te caen las babas. Pero, a pesar de que los tres preparan platos deliciosos, no hay comparación con sus padres, ¡ellos son de otro nivel! Cocinan como dioses. Cuando hueles su comida, llegas al cielo.

    Estamos llevando un flan de huevo casero que compramos hace nada. Cuando queremos postre, vamos a Repostería Cándida, el mejor lugar que puedes encontrar en Aristegui. Todo está hecho de forma tradicional bajo el mando de la señora Cándida, una dulce mujer por las mañanas, pero huraña por la tarde. Es un amor.

    Bajamos del auto y de inmediato veo que en la entrada nos están esperando el tío Daniel y la tía Caro —los padres de Briana—, con una alegría tan inmensa que se les nota a flor de piel. Siempre hacen eso, es como si nunca tuvieran suficiente de nosotras. La primera en abrazarlos y besarlos es Briana. Yo le sigo.

    —Hola, tía Caro. Hola, tío Dan. ¿Qué tal la reunión? —Contenta de verlos, los abrazo.

    —Hola, cariño —responden a la vez—. Muy bien, ya sabes que queremos expandir el negocio —contesta el tío Dan, y yo asiento porque ya lo ha comentado en algunas reuniones familiares—. De eso se trataba la reunión de trabajo. Estamos verificando el terreno y todo lo necesario para poder comenzar —explica mientras entramos en la casa.

    —Me alegro de que todo vaya bien y en proceso, tíos.

    —Si, cariño, todo va bien. En cuanto tengamos novedades te avisaremos. Ahora, a poner la mesa. Coloca el postre en la nevera, Briana —ordena tía Caro, dando por finalizada la charla, porque como ella dice: lo primero es lo primero. Se comienza con la comida familiar y luego nos podemos desviar a otros asuntos que no tienen tanta relevancia como el estar en compañía de los seres queridos.

    Mi amiga le pide que primero la deje ir al baño.

    Estamos colocando la comida en la mesa mientras hablamos y reímos cuando, de pronto, escuchamos que unos coches se estacionan en el garaje. Ya sabemos quiénes son: Tsunami y Terremoto. No me da tiempo de comentar que siempre llegan justo cuando ya todos los presentes están terminando de poner la mesa, porque la puerta se abre de par en par y ellos aparecen en escena.

    —Genteeeee, ¡llegó la fiesta! —exclama Cris mientras Adri tira confeti en la entrada.

    Estos dos siempre busca preparar algo para su entrada magistral. Si un agente de policía llegara a registrar sus coches y vieran todo el arsenal de fiesta que poseen, pensarían que son payasos y no catadores profesionales con otros dos títulos académicos, y una carrera más en proceso.

    Briana y yo reímos sin tapujos. Los tíos, en cambio, lo hacen a escondidas porque si dieran mucho margen de actuación a estos dos desastres naturales, el mundo acabaría. Bueno, más margen del que ya les otorgan, porque son los niños de mami y papi. Son unos consentidos.

    —Ajá ajá. Que se siente el alma de la fiesta, que ya vamos a comer. Después limpian lo que ensuciaron —ordena el tío Dan y todos reímos.

    Comemos filete de cabra con gnocchis de papa dulce; luego, degustamos el flan de huevo y, por último, terminamos la velada con algunas copas de Sauvignon. Y a la hora de recoger la mesa, Briana, Cristian, Adrián y yo comenzamos nuestra costumbre religiosa de jugar piedra, papel o tijeras para decidir quién lavará los platos.

    La familia Uzcátegui no entiende de lavavajillas cuando se está en familia.

    El tío Dan y la tía Caro, como excelentes jueces certificados por todos nosotros, se quedan observando el juego para intervenir o emitir orden en la sala. Y luego de una ardua y casi interminable lucha, Adri es el perdedor. Es divertido hacer esto, ¡se siente tan cálido y natural hacerlo cuando estoy rodeada de ellos! Les debo mucho.

    Pasamos una tarde increíble, como cada semana.

    Nos despedimos de todos; y, cuando Briana y yo estamos saliendo de casa, la tía Caro y el tío Dan me abrazan por un rato, me dicen que por favor los llame y que los visite más a menudo, que les hago falta siempre.

    Ya en el apartamento, nos tumbamos en la cama sin ninguna delicadeza. Estamos supercansadas; esta semana el trabajo fue rudo. Estiro el cuerpo de forma antinatural para irme a dormir; pero, antes de hacerlo, le pregunto a Briana, que está a mi lado en posición fetal, qué hará mañana.

    —Me veré con Paolo, el chico este que conocí la otra vez, ¿recuerdas? No es mi tipo, pero es algo lindo. Vamos a ir a comer y luego a tomar algo. ¿Quieres venir? Le puedo decir que traiga a un amigo. —Sonríe con la esperanza de obtener una respuesta afirmativa.

    Desinteresada, le indico que estoy bien, que vaya y se divierta. Pero antes de siquiera terminar la frase, Briana se levanta de inmediato, y me pregunta con su mirada de desaprobación cuánto tiempo ha pasado desde que salí de fiesta. Sostiene mis manos con las suyas y me pide que vaya, que la pasaremos bien juntas. Pero confieso que no tengo ganas y ruego con ojos de cachorrillo que no insista más. Cuando quiere algo, es muy difícil hacerla retroceder.

    —Mañana quiero descansar y leer un libro; tal vez vaya al parque y me recueste allí. Hace una semana que no leo, me estoy muriendo. —Hago una mueca dramática.

    —Exagerada. —Briana pone los ojos en blanco. Sé que he ganado por esta vez—. ¡Tú y tus libros..! Ellos no te quitarán el celibato ese que tienes, ¿lo sabes, no? —Levanta la ceja izquierda.

    —No si lees los correctos... —Dejo la frase al aire, elevando ambas cejas con una sonrisa abierta.

    Ella abre y cierra la boca. Luego me da una larga mirada.

    —¡Definitivamente leer tantos libros te han atrofiado el cerebro! Ya te contaré cómo me fue en la cita. Dame mi beso de buenas noches, que me voy a dormir.

    Y se me tira encima para conseguir que la apapache antes de caer en un sueño rejuvenecedor.

    Y se me tira encima para conseguir que la apapache antes de caer en un sueño rejuvenecedor

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