<•> Capítulo once <•>

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Giré, caminé hasta mi silla. No escuchaba sus pasos, pero lo sentía detrás de mí.

—Bue-enos días...

—Cierre la puerta y siéntese —le ordené, y obedeció de inmediato.

Estaba guapísimo con un súeter de color azul oscuro con rayas grises. Juntó sus manos en sus rodillas. Mierda, ya lo había puesto nervioso, pero debía admitir, que su actitud tan sumisa; le quedaba perfecta.

—Mire, yo, disculpa-pas —dijo con voz temblorosa—, por el coreo, y por abanonar mi lu-lugar, sé muy bien que hi-hice mal.

—Yo soy quien debe pedirte disculpas —empecé a tutearlo, no podía comportarme mal con él.

—¿Eh? —se sonrojó—. ¡No, no, no...

—Me comporté de manera muy irracional, no debí; no debí ser tan grosero. Además, tuve que escuchar tus explicaciones, lo lamento. Me sentí la peor persona del mundo por haberte hablado así. —miré hacia la pecera bastante apenado, y llevándome la mano a la nuca, comenté—: Pero quizás me puse celoso...

Mi intención era esa, hacerle saber que me habían comido los celos. Pero, lo puse más nervioso de lo que ya estaba, porque se le notaba a kilómetros que estaba temblando y no sabía que palabras usar para contestarme. Además, su sonrojo se incrementó.

—Sólo... no quiero que te guste ese Sector -—comencé a buscar una excusa para esos celos y que él no se  sintiera más incómodo de lo que ya estaba— y que luego me digas que quieres laborar ahí. En estos pocos días, has hecho muy bien tu trabajo en este piso...

—No, de-decuide; me usta aquí. Gacias por darme la opotunida de tabajar con u-usted —cuando terminó de hablar, hizo una pequeña inclinación de cabeza.

—Gracias a ti —levantó la mirada—, por querer trabajar conmigo —esbocé una sonrisa enorme. Luego, recordé que debía hablarle sobre la idea de Caleb—. Ahora, necesito hablar contigo de otro asunto, algo más personal, ¿te molestaría?

—Mi poble-blema, ¿no? —preguntó de inmediato, señalándose.

—Precisamente de eso —¿Cómo lo supo?— Realmente espero que no te moleste.

—Bueno.

—Mira, no quiero que malentiendas lo que voy a decirte, ¿de acuerdo? Debes saber que te contraté aquí sin que me moleste tu trastorno; pero, quiero ayudarte.

—¿Cómo?

—Básicamente te corrigiría en las palabras que digas mal, es lógico que lo haría de manera constructiva —iba a contarle sobre la profesión de mi hermana, pero preferí hacerlo hasta que se arreglasen sus problemas.

—No quero moles-estar. Uste hizo ucho dándome tabajo —agachó la mirada.

—Vale, te lo dije la otra vez, ¿no? —volvió a mirarme y frunció un poco el ceño—. No me molestas para nada. Si te lo estoy diciendo, es porque me apetece.

Parecía que lo estaba asimilando, pensando en los pros y en los contras. Sin embargo, dijo, un rato después:

—Está bi-bi-bien —sentí que moría de la felicidad—. Pero, yo un poco len-lento, y la pacen-pa... —entonces ahí encontré su primera dificultad, pues vi claramente como luchaba por decir esa palabra. Estaba frustrado.

—¿Paciencia?—pregunté.

—Eso —dijo muy sonrojado.

Como símbolo de promesa, puse la mano derecha sobre mi pecho y dije:

—La tendré, lo prometo.

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Mi buen humor estaba en lo más alto, pues había arreglado el gran daño que hicieron mis estúpidos e irracionales celos. Además, el plan de estar cerca de Ivo, y ayudarlo, había empezado. Ahora, estaba sonriendo con un maldito loco, al ver que él me observaba con más frecuencia, y me regalaba las pequeñas y sutiles sonrisas que me hacían derretirme. Le di las gracias a Tamara —mentalmente—, porque le asignó el escritorio que estaba justo al frente de mi oficina. Entonces, esto me daba más razones para mantener la puerta abierta durante toda la jornada laboral, aunque aquello no me molestaba; tampoco es como si fuera a follar en mi escritorio... ¿O sí?

«Tal vez alguien pueda hacerte cambiar de opinión»

Estaba a punto de chasquear la lengua como respuesta; pero James entró, interrumpiéndome la hermosa vista.

—Necesito hablar contigo.

—¿De qué? —hablé con aburrimiento, mientras le prestaba atención a la computadora—. Estoy ocupado, ¿no ves? —fingí estarlo.

—¿Ocupado? ¿Mirando a Ivo? —vale, tenía un punto por tener toda la razón del mundo.

—¿Qué te importa? —sonreí, mostrándole todos mis dientes.

—En fin, hace poco recibí una llamada...

—¿Y eso qué tiene que ver conmigo?

—Una amiga mía quiere conocerte.

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Perfecta ImperFecciÓnWhere stories live. Discover now