Capítulo 23

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«Me encontraba de pie frente a una mujer mediana, de cabello negro azabache y ojos turquesa, de pestañas gruesas y negras, de piel fría y mejillas tibias, de mirada destrozada y sueños rotos..., de mí. Entrecerré los ojos y traté de acercarme a mi cuerpo, no obstante, el mar rojo que había entre mis piernas me lo impidió.

—No debiste —habló la mujer, sin moverse—. No debiste hacer eso. Mi destino no está con él. Tú destino no está con él. Estás fallando. Te estás equivocando.

Extendí mi brazo y traté de silenciarla, sin embargo, mi cuerpo se hundió en la sangre y se me hizo imposible emerger. Aún en lo profundo, su voz seguía repitiéndose como un eco».




Abrí los ojos y me encontré con la oscuridad de la noche. Tenía el cuerpo dolorido y los músculos tensos a causa de la posición. Estaba recostada junto a la fogata verde, de frente al cielo y las ramas de los árboles, con el brazo de Reece alrededor de mi cintura y su cabeza sobre mi pecho. Ambos estábamos vestidos, sin embargo, Reece tenía el torso descubierto y a mí me faltaba la chaqueta.

Incliné la cabeza para mirarlo, aturdida, y contemplé los hematomas que había en su anatomía. El recuerdo de lo que hicimos vino a mí como un tsunami en una playa y dejó que la realidad me empapara como una ola salada.

Había tenido sexo con Reece, a pesar de la maldición, y lo había lastimado. Mi fuerza excesiva le había provocado lesiones en la piel. Tanto sus brazos como su espalda estaban llenos de lagunas púrpuras que mis dedos habían dibujado. Mi carne, por el contrario, se encontraba completamente sana.

Me llevé una mano a la boca y miré a mi alrededor. La selva se veía vacía y desprovista de intrusos, pero era absurdo pensar que nadie nos había observado. Estábamos en medio de un ambiente salvaje, donde indígenas se trasladaban de un lado a otro. La sola idea de que alguien pudiera habernos descubierto me hizo estremecer.

Volví a fijarme en Reece; miré su rostro tranquilo y pacífico, y luego sus hombros amoratados. Yo le había hecho daño. El significado de aquello me hizo fruncir el rostro y apartarlo de mi cuerpo para sentarme sobre la tierra. Porque mi interior estaba consciente de que no sólo acababa de causarle lesiones físicas, sino también lo había puesto en riesgo contra la Fuente de Heavenly.

Extendí mi mano y le acaricié el cabello, luego su rostro del color del cielo en invierno, sus labios, su mentón, su cuello y su pecho esculpido en cemento. Tuve unas incontrolables ganas de lanzarme a llorar, pero Reece se removió inquieto y abrió los ojos para posarlos sobre mí, y yo tuve que ser fuerte.

—¿Muñeca? —susurró.

Tragué saliva espesa y arranqué mis dedos de su cuerpo.

—Reece, ya es tarde —informé—. Tenemos que ir al asentamiento de OMAN. Nos quedamos dormidos. No sé cuánto tiempo nos queda hasta que regresen.

Celeste [#2]Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt