Capítulo 13

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La confusión y el dolor no me permitieron fijarme en el entorno que me rodeaba mientras los murk me arrastraban hacia el laboratorio de Nate.

Sólo estaba consciente de las manos ajenas sosteniendo mis brazos, el cuerpo de Kum arrojado en el piso, y la enrome escalera al final del pasillo. Pasamos por habitaciones sombrías e iluminadas, por cuartos atestados con humo de cigarrillo, por lugares donde el metal golpeaba el metal, por puertas con llaves y ascensores. Los hombres me guiaron con brutalidad, sin detenerse en ningún momento, y, por último, me arrojaron a una camilla de hierro.

La persona que recibió mi cuerpo condujo la camilla con lentitud, sin forzar las ruedas, y me miró desde arriba como un médico miraría a su peor paciente. Con severidad y compasión. Sus ojos eran del color de las avellanas, al igual que su cabello, sin embargo, en su piel se notaba la carencia de sol e iluminación. Parecía de mi edad, pero su mirada portaba años de sabiduría y dolor.

Tragando saliva, intercalé la mirada entre él y el pasillo por el que me guiaba. Con cada centímetro avanzado, la vida que conocía se alejaba de mi cabeza. Sabía que ese camino tenía sólo un destino: el laboratorio, el lugar donde perdería mi memoria para siempre. Era un recorrido infernal.

—¿Qué me van a hacer? —interrogué, luchando contra la desesperación—. Basta. No quiero entrar ahí.

El chico frente a mí entrecerró los ojos.

—Van a inyectarte un suero, donde tienes tres posibilidades: pasar la conversión con éxito, a medias, o morir. —Detuvo la camilla e inclinó la cabeza para susurrar—: Sólo te daré un consejo: no te resistas. Será peor, y puede causarte la muerte. Si la inyección no funciona, entonces llamarán al portador del Splendor, y allí tus posibilidades de sobrevivir son... inexistentes. Deja que el suero haga su trabajo.

Abrí más los ojos, aterrada.

—No quiero olvidar —balbuceé—. No quiero olvidar a mi mamá. Ella está... en peligro. Debo salvarla. Yo debo salvarla.

Intenté sentarme, pero los músculos de mi cuerpo no respondieron al llamado. El sujeto sobre mí me miró con lastima y tensó la mandíbula.

—Me gustaría ayudarte, pero no tengo opción —respondió—. Esta es tu única oportunidad para sobrevivir.

Dicho eso, agarró la camilla con más fuerza y siguió arrastrándome por aquel pasillo tenebroso. Lo observé en silencio, con las lágrimas derramándose por los costados de mi rostro, y luego tragué saliva. Las luces detrás de su cabeza cambiaban de gris a amarillo.

—¿Cuál es tu nombre? —pregunté en un susurro.

—Agustín, mi nombre es Agustín —farfulló sin mirarme.

—Agustín, lo que haces no está bien —hablé—. Todos tenemos la opción de hacer lo correcto, pero tú no estás eligiendo esa opción. Te estás rindiendo ante los deseos de los demás. Estás eligiendo la oscuridad.

Celeste [#2]On viuen les histories. Descobreix ara