Capítulo 18

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Las horas y el día, o los días, transcurrieron.

Después de que Nate tuviera ese extraño comportamiento en la habitación, no volvió a aparecer delante de mi vista. Zora tampoco volvió a mencionar mi momento de descontrol y debilidad, y yo no volví a tratar de quitarme la vida.

Con las horas, la rabia y la tristeza que sentía fueron menguando. Me mantuve en mi dormitorio, leyendo o aprendiendo sobre los murk, exhausta y extrañamente adormecida, hasta que Zora me informó que ya podía salir a recorrer Abismo.

Al principio, a pesar de mi ansiedad por inspeccionar la guarida de mis enemigos, me negué a abandonar la habitación. Temía encontrarme con murk salvajes, o toparme con Reece y ver esos increíbles ojos azules que me desarmaban al primer segundo.

Zora se cansó de insistir, y me entregó un mapa de papel que contenía los nombres de algunos lugares importantes, como el comedor, los dormitorios, los sanitarios, el laboratorio, el calabozo, entre otros. Dijo que, si quería salir, tendría que hacerlo sola, porque no seguiría insistiendo.

Luego de aquella pequeña discusión, transcurrieron otras horas, o días, hasta que mi mente y mi cuerpo se pusieron de acuerdo para obligarme a abandonar la habitación. El encierro se hizo insoportable y mis extremidades rogaron por algo de acción. Ya no podía seguir negando lo evidente; necesitaba salir y moverme.

Me bañé, me vestí con un conjunto de ropa limpia y guardé algunas dagas dentro de las mangas de mi chaqueta. Me cepillé el cabello, enredado durante lo que parecía bastante tiempo, y guardé el mapa en mis bolsillos. La muñeca de trapo se quedó en la cama, debajo de las almohadas, y el collar de mi madre se mantuvo pegado a mi cuello como un amuleto fortalecedor.

Adquirí valor, uno que no tenía, y salí al oscuro pasillo del exterior. Allí, hice el mismo recorrido de la última vez. Volé por aquel túnel oscuro, bajé las escaleras, custodiadas por el mismo murk, y me interné en el laberinto de pasillos que componían Abismo.

Era extraño caminar por el con tanta facilidad, sin esconderse, sin vigilar mi espalda, sin mirar a ambos lados antes de avanzar. Parecía ilógico, incluso ridículo. Los mismos hombres que deberían haber estado tejiendo un plan para asesinarme, pasaban por mi lado, saludándome o simplemente mirándome, y me dejaban continuar.

Ni siquiera me di cuenta del momento en el que llegué a la puerta de la habitación de Reece y mi mano estuvo agarrando el frío pomo de metal. Ocurrió de forma inconsciente. Mis pies fueron guiados por una fuerza externa, como la corriente del mar guía a las tortugas al mar, y se detuvieron frente a la sala de pintura del hombre que amaba.

Me mantuve allí por varios segundos, con la mano quieta y la respiración agitada sacudiendo mis pulmones, hasta que unos gritos interrumpieron mi consternación y me sacaron del ensueño.

Provenían del extremo derecho del pasillo, y eran femeninos y familiares. Arranqué una daga de mi chaqueta, de forma inconsciente, y eché a correr en aquella dirección. No me costó dar con el espectáculo a cincuenta metros de distancia. Había seis personas arremolinadas en el pasillo, sosteniendo dagas y cuchillas en sus manos oscuras y putrefactas. En el centro, de rodillas y con la chaqueta roja arrancada, estaba Zora.

Celeste [#2]Where stories live. Discover now