Capítulo 21

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—Zora dice que no quieres hablar con nadie.

Me miré las piernas, dobladas en la posición de loto, e inhalé profundo.

—Zora es un mentiroso.

Nate se cruzó de brazos y apoyó la espalda en la puerta de mi habitación. Era un nuevo día, o eso parecía. Nate había cambiado de ropa, yo había cambiado de ropa, los guardias habían cambiado de ropa. Todo el mundo parecía haber cambiado de ropa.

Desde que llegamos de nuestro absurdo fracaso en la Amazonia, lo único que había hecho era dormir y comer. Apenas era consciente del transcurso de las horas. No sabía si era de día o de noche. No sabía cuándo pasaba un segundo o un minuto. Estaba perdida en mis deseos de dormir y sumirme en el fracaso.

—¿Quieres contarme qué fue lo que pasó en Brasil? —interrogó Nate.

Jugué con el cabello de la muñeca que tenía entre mis manos y ladeé la cabeza.

—¿Quieres decirme cómo fue que obtuvieron tu amuleto? —contraataqué.

Nate entrecerró los ojos.

—Cuando estaba infiltrado entre los humanos, trabajé un tiempo en una organización llamada OMAN —contestó—. Organización mundial de ambientes naturales. Ya que una de mis habilidades me permitía comunicarme con los animales, me enviaron a la Amazonia junto a otros integrantes de OMAN a estudiar la zona. El objetivo era encontrar recursos que sirvieran a la humanidad e informar al gobierno.

—¿Querían apoderarse de la Amazonia y destruirla? —cuestioné indignada—. No me extraña que las tribus que viven allí nos odien. Tienen sus razones y motivos. Quieren arrebatarles su hogar, a ellos y a todos los animales que viven en esa zona.

—Todos tienen sus razones para hacer lo que hacen —dijo Nate—. Eso no significa que esté bien.

Me encogí de hombros y tragué saliva.

—No importa —susurré—. En realidad, sólo quiero estar sola.

Nate se quedó en silencio varios segundos, y luego habló.

—¿No crees que estás siendo un poco injusta con Zora? Lo encontré llorando en medio de un pasillo. No ha comido. No ha querido comunicarse con los demás. Dice que te extraña, y que te necesita, pero que te niegas a hablarle.

Sonreí, casi con malicia.

—Pobrecito, ¿no?

—Eres su única amiga, Celeste —insistió—. Se siente solo sin ti. Te quiere. Lo creas o no, él te quiere. ¿Por qué no le das una oportunidad?

—¿Una oportunidad para qué? ¿Para qué siga mintiéndome? —espeté—. Ya sé que lo obligaste a acercarse a mí para que se ganara mi confianza. Lo que no entiendo es por qué. Yo jamás te he defraudado. Es más, he sido leal a ti. ¿Cuál era el punto de ese engaño?

Celeste [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora