Silas, todavía suspendido en el aire, abrió los brazos y de sus palmas surgieron gruesos tentáculos de energía púrpura. Las lenguas se agitaron en el aire, furiosas, y enseguida cayeron como agujas sobre la tierra. Todas buscaban atravesar a mis compañeros, pero Reece era rápido y las esquivó con mucha facilidad. Saltó, girando en el aire, y se subió a uno de los tentáculos para correr sobre el y llegar a Silas.

Retrocedí, sin saber qué hacer o a quién proteger, y me llevé las manos a los oídos. Reece sonrió, a un metro de Silas, y saltó para cortarle la cabeza con sus espadas. No obstante, Silas desapareció y apareció detrás de él con su espada negra desenvainada.

Sentí que mi corazón se detenía como un viejo reloj, y en ese instante comprendí que cada parte de mí siempre iba a elegir a Reece. Abrí la boca, dispuesta a advertirlo, pero entonces Reece volteó el rostro, sólo un poco, y Silas salió suspendido hacia atrás..., metros y más metros de distancia en la que hileras de árboles fueron destruidos por su cuerpo.

Abrí la boca, y Reece giró en medio del aire para aterrizar con facilidad sobre la tierra. Mi cabeza dio bruscas vueltas precipitadas. Silas y Betty estaban allí para protegerme, porque necesitaban detener a los murk y que la Fuente regresara a su hogar, pero mis compañeros y yo se los estábamos impidiendo. Era una tontería. ¿No se suponía que debería haber corrido hacia ellos para salvar el mundo? Sí, pero en lugar de eso todo lo que deseaba era ver a Reece triunfar.

Corrí con fuerza, agitando los brazos a mis costados, y me dirigí a Reece. Alguien me agarró del codo en el trayecto y, cuando me volteé a mirar, me di cuenta de que se trataba de Betty. Sus ojos estaban puestos sobre mí, llenos de decepción, y su boca formaba una curva descendente.

—Celeste, ¿qué estás haciendo? —cuestionó—. ¿De qué lado estás?

Tragué saliva.

—No del tuyo, Betty.

Ella frunció los labios, pero aun así me soltó.

—No puedo ganar contra ti —confesó—. Ya no. Sólo espero que tengas una buena explicación para esto, porque tendrás que dármela cuando todo haya terminado.

Ladeé la cabeza, confundida.

—Vete —dijo Betty, señalando a Reece con la mano—. Escapen, yo distraeré a los demás. No tienen mucho tiempo.

Abrí más los ojos.

—¿Estás segura?

—Te lo debo —respondió—. Por buscarme, y por luchar por mí.

Asentí.

—Gracias, Pitufina.

Betty sonrió.

—Date prisa.

Sin perder más tiempo, corrí hacia Reece y lo agarré de la mano para arrastrarlo entre los árboles que nos rodeaban. Él trató de rehusarse en un principio, pero al darse cuenta de que mi fuerza era mayor que la suya, dejó de poner oposición y me siguió.

Corrimos sin detenernos, con nuestras manos entrelazadas y nuestros pulsos cada vez más frenéticos. Aplastamos ramas, hojas y piedras, y esquivamos diversos obstáculos para abrirnos paso en aquel paisaje salvaje y desconocido. Podía sentir el estallido de explosiones detrás de nosotros, el ruido de la fragorosa batalla y los gritos de nuestros compañeros.

Reece me miró, vacilante, pero continuó corriendo. Sabía que no estaba conforme con la idea de escapar, lo veía en sus ojos, él quería regresar y asesinar a aquellos que consideraba sus enemigos. No obstante, no podía permitir que él y Silas se destruyeran. Confiaba en Silas, y sabía que su propósito era el correcto, pero amaba demasiado a Reece como para ponerme en su contra.

Celeste [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora