CAPÍTULO 2

594 79 54
                                    

SORPRESA, GRACIAS POR LEER.

PASA LA HISTORIA CON TUS CONOCIDOS PARA QUE SEAMOS MÁS Y LAS ACTUALIZACIONES SEAN MÁS CONSTANTES.

____________________

Ayer, cuando intentaba dormir, fue inevitable para mí recordar la primera vez que lo hice con él. Aunque el recuerdo fue sustituido por la última vez que compartimos un espacio tan íntimo juntos, y cerré fuertemente mis ojos para evitar llorar más de lo que me he permitido, mis ojos arden y están hinchados, pero no puedo detenerme en lo único que me obliga a abrirlos cada día.

Escribo esta historia para que él nunca sea olvidado; para que nosotros no seamos olvidados jamás.

Voy a escribir un momento que atesoro en mi mente e intento no olvidar nunca; la primera vez que me dijo su nombre.

De algo tan sencillo, él hizo una gran hazaña.

Debía concederle una cita por cada letra de su nombre, me pareció absurdo, pero la idea de pasar tiempo al lado suyo era tan agradable, que acepté después de que me concediera que sí él pagaba la primera cita, yo pagaría la segunda.

Luego de ir al McDonald's, entre risas y temblores por el frío me dijo que su nombre empezaba por B, y por ello andábamos en bicicleta. O lo intentábamos, porque había sido en realidad caótico.

Mi mente comenzó a maquinar, pensando en todos los nombres que podían empezar con aquella letra, entonces recurrí a la persuasión para evitar la intriga, le pregunté que cómo lo llamaría si no sabía su nombre, él se río fuerte, y me dijo:

—Tú puedes llamarme "mi amor", pero si te da vergüenza, puedes usar "mi futuro esposo, padre de mis hijos y a quién amaré aún cuándo tenga arrugas en las arrugas."

Me reí mucho. Él acompañó mi risa.

Luego de ese momento, empecé a llamarlo "bichito", fue lo primero que que me ocurrió con la letra b, además de que ya nos habíamos retirado varios bichos de encima. Supongo que mi subconsciente trabajó de prisa.

Lo extraño demasiado, su presencia era algo constante en mi vida, ¿Cómo me puedo acostumbrar a estar sin él?

La última vez que lo ví permanece grabado en mi mente con fuego, no importa cuánto me esfuerce por olvidarlo, él está ahí, en mi mente, en mi corazón, en mi alma.

Recuerdo que ese día íbamos en un taxi, él por poco saltaba en su asiento de lo nervioso que estaba; yo le había dicho que tenía una sorpresa para él, y la llevaba bajo mi brazo, en un pequeño y feo bolso color marrón, una imitación barata de alguno de marca. Un regalo suyo cuando cumplimos seis meses de novios. No me gustó, pero él estaba tan feliz, que lo acepté sin dudar.

Ese día cumplíamos tres años y medio de salir, y yo estaba feliz, emocionada, ansiosa. Así que no lo hice esperar más, porque de verdad quería ver su reacción sin tener nada que pudiera distraerme, así que con una calma impropia de mí, tomé mí bolso, me lo puse en las piernas, abrí el cierre, saqué una toalla para limpiar el sudor de mis manos —producto de los nervios y la expectativa—, mire por la ventana la calle por la que íbamos, las personas que pasaban por allí hablando; lo miré y sonreí lo más grande que pude para proceder a sacar de mi bolso el pequeño plástico que escondía.

El taxista avisó que ya le quedaba muy poca gasolina y debía desviarse para llenar el tanque, que no sería mucho tiempo perdido porque estaba cerca, lo cual era conveniente porque de verdad su tanque estaba a punto de morir. Pero no lo escuchaba, yo sólo lo miraba a él.

Él estaba mucho más que ansioso, sí lo pienso ahora, creo que inclusive el taxista estaba expectante.

Enternecida por su rostro y la mueca que lo adornaba, y sabiendo que hacía un esfuerzo sobrehumano por no acelerar el momento, levanté la prueba de embarazo y la puse frente a sus ojos.

Esos hermosos ojos cafés que ya no puedo ver, que extraño con tanta fuerza y que intento pintar a pesar de que se me da fatal.

Los suyos tenían algo diferente al resto, siempre tenían ese brillo especial e hipnótico, esos destellos, esa chispa. Sus ojos eran mágicos. Podrías pasarte el día entero mirando sus ojos café. Mis amigos decían que eran lo más normal del mundo, pero ellos nunca los vieron como yo lo hice.

Ellos jamás vieron como se iluminaban cuando lograbas sorprenderlo.

Yo tampoco pude ver sus ojos brillar, pues antes de que él pudiera reaccionar, un camión chocó justo contra la parte delantera del taxi.

Todo después de eso es confuso, no hay mucho en mi mente de esos minutos excepto la manera en que él, aún arriesgándose a morir, me cubrió con su cuerpo para protegerme del impacto.

Estaba asustado, los dos lo estábamos. Por mí mente no pasaba mucho en ese momento mas que el continuo pensamiento de que teníamos que salir de ahí.

Mis oídos zumbaban, los vidrios se reventaron y aunque él intentó protegerme de todo, no fue suficiente. Uno de los cristales rotos se clavó en mi rostro profundamente, pero no sentí dolor, yo únicamente me repetía que debíamos salir de ahí, debíamos hacerlo.

Lo peor fue cuando nos separaron, no recuerdo cuánto tiempo pasó para que llegara la ayuda, para mí lo único importante era entender porque él había cerrado los ojos, ¿se había golpeado la cabeza?, ¿se había desmayado del dolor?, ¿estaba herido, entonces? Me sentía preocupada por él, mi ritmo cardíaco estaba excesivamente alto, ¿por qué sus ojos estaban cerrados?, ¡Yo quería que los abriera y me mirara!, ¿por qué no se esforzaba un poco más?, quería gritarle, pero mis fuerzas estaban reducidas.

Únicamente en mi mente le gritaba "¡Despierta, abre los ojos!, ¡No puedes desmayarte ahora!, ¡Nuestro bebé necesita que nos digas que todo estará bien!, abre los ojos, bichito, por favor, necesito ver tus preciosos ojos una vez más, por favor despierta."

El temblor en mis manos era apenas perceptible, nada a mi alrededor tenía más importancia que él, que saber que no estaba herido. Era inútil siquiera intentar moverme, estábamos en una posición tan incómoda y desesperante.

¡Yo necesitaba que él me hablara!, ¿¡Por qué tenía que estar inconsciente en aquel momento?!

Mi respiración era tan errática y estaba tan acelerada, que no podía distinguir la suya, pero no podía calmarme por más que lo hubiera querido, ¡No podía hacerlo viendo sangre en una de sus manos y en su frente!

¿Era por ese golpe que había quedado inconsciente?, él necesita ayuda, ¿por qué nadie lo ayudaba? ¡Nadie hacía nada por él!, ¡¿Por qué nadie lo hacía?! Mis ojos empezaban a fallar, pues querían cerrarse y estaba viendo borroso.

Recuerdo intentar gritar como último recurso para que despertara, pero era imposible hacerlo, yo sólo podía mover los ojos, y pensar que necesitaba que alguien lo ayudara.

Entonces un sonido aún más chillón que el único que lograba sentir— porque retumbaba sin detenerse un sólo segundo y que acrecentaba aún más mi desesperación— se hizo presente y me separaron de él.

Recuerdo que el grito que surgió de mi garganta no sólo desgarró mis cuerdas vocales, y me provocó un ardor profundo, sino que mostró cuán desgarrada y herida estaba por dentro por no haber visto sus ojos abiertos.

Esos ojos que me acompañan en mis pesadillas porque nunca se abren. Aquellos que atormentan mis noches. Esos que sueño casi diariamente y me arrastran a los recuerdos de una pérdida tan grande para mí, pero que era tan insignificante para el mundo entero.
Aquellos que amo, pero perdí.

ATARAXIA.Where stories live. Discover now