Capítulo 46

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Después de la corta ducha de mi novio no recuerdo más que el momento en el que me encontraba en el asiento del copiloto del coche de Austin, mirando por la ventanilla. Llevábamos una hora de viaje e ívamos sin rumbo, a un lugar desconocido, ni siquiera él sabía a donde nos llevaba. La carretera estaba desierta, aunque el paisaje era hermoso, el cielo estaba medio nublado y el sol iluminaba muy poco, aunque lo suficiente como para que creara armonía entre los cientos de árboles que se desplazan a medida que el automóvil los dejaba atrás.

Media hora después de estar escuchando musica de la radio, comenzamos a ver casas, coches, y al acercarnos, un cartel rojo a lo lejos, Welcome to Berwyn.

Exploraba lo que veía a medida que nos acercábamos. Había una grán escultura que constaba de ocho coches estampados sobre un eje en medio del aparcamiento de un centro comercial. Lo que más me había llamado la atención había sido lo bonito que podría ser vivir en un lugar como aquel, con un ambiente tan cálido y humilde.

Paramos en un restaurante de perritos calientes llamado Henry's y nos sentamos en la barra a pedir dos coca-colas y dos perritos calientes normales. La camarera nos atendió alegre, tanto que pareciera como si nos hubiese conocido de toda la vida, hasta su aspecto era encantador, una chica bajita con los ojos grandes marrón oscuro y peinada un moño desenfadado.

Nos comenzamos a comer los perritos y de vez en cuando limpiaba a Austin con una servilleta cada mancha en el labio de ketchup o mayonesa. La chica nos miraba divertida.

Aquel día había un partido de los San Antonio Spurs contra los Nets.

Besé a Austin, quien me miró con cara de niño pequeño y diciéndome con la mirada "Primero déjame comer". Reí y seguí con mi perrito.

- Se ve que no sois de por aquí. -Dijo la chica mientras secaba jarras de cristal para cerveza.

- Somos de Chicago. -Contesté mientras Austin miraba el partido, maldiciendo cuando Kirilenko marcó a su equipo, que claramente eran los San Antonio Spurs.

- Pues venís en buen momento, el pueblo está de fiesta, esta noche hay un concierto de electrónica. -Comentó la chica.

- Gracias. Por cierto, me llamo ___, McBlue. -Me presenté y nos dimos la mano.

- Soul Hill. -Asintió con la cabeza y siguió secando jarras, vasos y copas mientras atendía al partido de baloncesto como la mitad de las personas que se encontraban en el bar (Austin incluido).

Después de comer todo y pagar la cuenta nos despedimos de Soul y salimos a explorar el pueblo. Caminamos de la mano como niños pequeños mientras no dejaba de dar saltitos y reir para sacar la mala cara a Austin, no le había hecho bien ver un partido en el que había perdido su equipo, es malo para su salud. Di vueltas mirando al cielo y llegamos a una plaza en la que estaba llena de puestos de mercadillo y en una esquina músicos tocanto sus instrumentos mientras niños jugaban y ancianos bailaban recordando su juventud.

- ¡Austin! No lo puedo creer. -Grité

- Yo tampoco, ese punto de Andrei a los Spurs era inválido, nunca me calleron bien los Nets. -Se queja cruzandose de brazos.

- No, idiota, eso no, mira, un puesto donde venden collares y pulseras. -Le dije tirando de su brazo.

Comencé a ver todos los collares que estaba colgados en una barra sujeta al bajo techo del stand, había tanta variedad que me daba ganas de comprar el puesto entero e ir cada día con un collar y pulsera distintos.

Una señora con el pelo largo y de color casi plata se acercó a mí sonriendo.

- Nunca he visto a una adolescente acercarse a este puesto con tanto entusiasmo. -Me habló colocándose a mi lado, con voz pacífica y tan dulce que era buena a los oídos.

- Me encanta coleccionar colgantes y pulseras, tengo un montón, hace que mis outfits no sean aburridos. -Le dije sonriendo, me sentía como una niña pequeña.

- Pues estas en toda la razón. Él es tu novio, ¿cierto? -Dijo señalano a Austin, quien miraba un puesto en el que se hacían tatuajes de henna.

- Sí. -Sonreí mintras la señora sacaba una caja de detrás del stand.

- Tengo algo perfecto para vosotros. --Dijo sacando una caja marron con miles de fotos y avalorios pegados en la tapa. La abrió dejando ver un montón de colgantes y ninguno igual, aunque todos preciosos. Me tendió dos colgantes con forma de nota musical que juntos formaban un precioso corazón.

- ¿Cuánto tengo que pagarla? -Dije buscando mi dinero en los bolsillos, pero ella tomó mi mano dejando los collares en medio de mis palmas. -Señora, no puedo aceptarlos. -Dije intentando volver a entregárselos, pero ella, en silencio, negó con la cabeza e hizo un gesto con la mano. Me dejó allí de pie mientras iba a atender a un chico alto de pelo negro, se despidió de mi con la mano y volvió su atención al chico.

Antes de irme, sonreí y me despedí de la señora, la cual me había hecho aquel precioso regalo.

La Bella Durmiente (Austin Mahone) ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora