''Mi diosa''

559 35 17
                                    

El té comenzaba a enfriarse mientras Imelda le daba vueltas con una cucharilla, su familia la observaba, intranquila. Desde que Pepita había alzado el vuelo la morena no había parado de dar vueltas por toda la estancia, incapaz de concentrarse para ayudar a hacer la cena, comer o tan siquiera beber lo que le habían preparado. Sabían que estaba nerviosa y que después de todo lo ocurrido su "vida" en la Tierra de los Muertos no volvería a ser igual, no obstante intentaban hacer la situación lo más llevadera posible, comportándose de forma extra cariñosa con ella, lo cual Imelda agradecía.

- Tienes que tranquilizarte. Dándole tantas vueltas no vas a conseguir arreglar nada. -

Comentó Oscar con suavidad, poniendo las manos sobre los hombros de su hermana.

- No estoy nerviosa. -

Dijo la contraria, levantando la mirada de su vaso y comprobando que todos los Rivera la observaban, con preocupación. Soltó entonces un suspiro amargo.

- Bueno, tal vez un poco, pero es que no puedo evitarlo, ¿Vale? -

Sus últimas palabras sonaron enfadadas, como era habitual en su tono. Bebió un poco y tras ello, les sonrió levemente, pensando que esto les tranquilizaría.

- Estoy bien, en serio. Marchaos a casa, os informaré cuando haya noticias nuev... -

De repente su voz se vio cortada por un rugido en el exterior de la casa. Imelda se levantó rápidamente de su asiento y se apresuró a salir, seguida de toda su familia. Pepita había vuelto y eso solo podía significar una cosa: Que traía las tan ansiadas respuestas que la morena necesitaba.

Cuando salieron al exterior, el alebrije les esperaba sentado en el suelo, observando fijamente a los Rivera, aunque cuando vio salir a Imelda agachó lentamente la cabeza para que esta pudiera abrazarla. Los alebrijes no podían hablar, pero la conexión que formaban con las almas humanas era tan fuerte que podían intercambiar cierto tipo de "conversaciones": Recuerdos, palabras, fragmentos, etc.

- Muéstrame la verdad, Pepita... -

Susurró Imelda cerrando los ojos. Poco a poco empezó a formarse en la oscuridad una serie de imágenes, al principio un poco difuminadas, pero poco a poco con mayor nitidez.

[ MUNDO DE LOS VIVOS, 1 HORA ANTES. ]

El puente ya había comenzado a desvanecerse y los últimos muertos cruzaban rápidamente para no quedarse en la Tierra de los Vivos, pues de ser así, desaparecerían para siempre. Pepita los observó momentáneamente mientras sobrevolaba este, cogiendo un poco menos de altura conforme llegaba a la barrera que separaba ambos mundos. Cuando sus patas tocaron tierra, ya no era un poderoso tigre alado, sino una pequeña gata callejera.

Empezó a andar por el cementerio, observando también a algunas familias que aún estaban allí, despidiéndose de sus seres queridos pese a la hora que era, y pese a que ya no había ningún alma allí, - aunque ellos no lo sabían, claro -. Pepita conocía el camino a casa de los Rivera por lo que salió del cementerio y comenzó a andar por las calles y plazas durante un rato, esquivando a todos los perros que intentaron acercarse a ella, curiosos: Sabían que no era un gato normal y corriente.

Casi llegando a su destino, Dante apareció ante ella, ladrando con emoción. Se permitió restregarse contra él como símbolo de amistad y con un gesto le indicó que le acompañase, entrando así juntos al patio de los Rivera. La puerta estaba abierta, como solían estar todas en el Día de los Muertos, pero no había ni un ser vivo allí. Algo en el interior de Pepita le llevó hasta una de las puertas, donde suponía que estarían, y efectivamente allí los encontró, en un silencio que solo era roto por el canto de un niño...

"Perdóname". | [ Héctor x Imelda ]Where stories live. Discover now