"No lo olvides"

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- "Vuelve a casa, Miguel..." -

Las últimas palabras de Héctor quedaron suspendidas en el aire antes de volver a recibir otra fuerte descarga de energía que lo hundió aún más en el suelo, soltando repentinamente las manos de Imelda y dejando caer el rostro hacia un lado. - ¡Héctor! - Exclamó la adulta, observando el frágil estado en el que se encontraba. Se sentía impotente, incapaz de hacer nada más que observar el fin de la persona que más amaba en vida y muerte. Coco, su hija, estaba olvidándole y con ella moriría su recuerdo, Héctor dejaría de existir para siempre.

Las manos de Imelda se cerraron en un puño rabioso al recordar la enorme cantidad de años que había estado odiándole en vida y rechazándole en la muerte todas las veces que él intentó hablarle. Nunca le dio la oportunidad de explicarse, si hubiera sabido que él intentó volver... Y Ernesto... La morena apretó con más fuerza sus puños, recordando al hombre que le había arrebatado al amor de su vida. Durante ochenta años supo la verdad: Le había asesinado cuando Héctor intentaba volver con su familia, y de la forma más cobarde posible no solo ocultó lo ocurrido, sino que se enriqueció a costa de su esposo, dejando que toda su familia le despreciase y olvidase. Por culpa de Ernesto, ahora no podían hacer nada, solo confiar en que Miguel lograse mantener vivo el recuerdo de Héctor de alguna forma.

Pero el tiempo se agotaba, y su alma se escapaba delante de ellos sin remedio alguno. - Por favor... Quédate conmigo... - Susurró Imelda con la voz rota, utilizando un único hilo de voz, cerrando los ojos y poniendo sus manos sobre las de su esposo, rezando silenciosamente para que no se marchara. Sentía que debía ser fuerte, como siempre lo había sido, pero ya le perdió una vez y no estaba preparada para perderle una segunda, y menos aún, que esta fuera para siempre. Su familia yacía tras ellos, aguardando lo inevitable, con la mirada entristecida y tratando de respetar el momento. Todos sabían lo muchísimo que había sufrido Imelda durante toda su vida, - y post vida -, había sido, pese a todo, una mujer muy fuerte pero también triste, pues su corazón siempre estuvo roto, y ahora que por fin parecía que su sonrisa volvía a florecer más intensa que nunca, el destino le jugaba otra mala pasada. Era muy injusto.

- Imelda... -

La frágil voz de Héctor sacó a la adulta de su doloroso silencio, haciendo que abriera los ojos y se acercase un poco más al rostro contrario, con evidente preocupación. Apenas se le veía ya, parecía cada vez más translucido y enfermo, lo que hizo que el casi renovado corazón de la morena se rompiera en mil pedazos. - Mi amor... - Susurró ella, con el mismo nombre cariñoso con el que siempre se habían llamado mutuamente, cuando aún vivían. Fue la prueba definitiva de que su alma y corazón habían perdonado al joven tiempo atrás, cuando su voz y guitarra habían cantado y bailado juntas una vez más. Héctor sonrió débilmente al escucharla. - Lo siento... Lo siento muchísimo, siempre será culpa mía y siempre lo sentiré. - Se excusó con dificultad, haciendo que Imelda tuviera que esforzarse por retener las lágrimas que quemaban sus ojos.

Le había odiado durante muchos años, sí, en la vida y en la muerte, tenía muchas razones para ello. Las abandonó a ella y a su pequeña hija para poder vivir como cantante. Pese a que ella le pidió férreamente que no lo hiciera, escogió otro camino y nunca más volvió. Se sintió más sola que nunca y pese a lograr tantas cosas en la vida, nunca dejó de sentirse sola, triste, abandonada... Y por eso le había odiado tanto. Verle tantas veces en el mundo de los muertos no ayudó en absoluto, su imagen era el recuerdo doloroso de su pasado y cada vez que aparecía bajo su ventana o delante de ella en el mercado no podía hacer otra cosa que echarle a patadas sin permitir la menor palabra, no quería que nada le trajera de vuelta, quería olvidarle para siempre.

Y sin embargo allí estaba ahora, rezando para que nadie le olvidase, para que se quedase a su lado. Se sentía muy mal por no haberle permitido hablar con ella, aunque sabía que nunca habría aplacado su ira, si ni siquiera él mismo conocía la terrible verdad sobre su muerte... Ahora que ambos lo sabían, el sentimiento de culpabilidad era muy grande, pero también era grande el sentir que tenía razón, por mucho que Ernesto le convenciera para abandonarlas y después le asesinase, fue él al fin y al cabo quien se marchó, y eso, no podía negarlo nadie. Había estado muy enfadada incluso después de saber toda la historia, pero el amor y la paz poco a poco se habían instalado en su corazón, permitiendo que le perdonase por fin y su mente estuviera en paz consigo misma y con los demás.

Pero Héctor seguía pidiendo perdón e Imelda no podía dejar de pensar en lo buena persona que había sido siempre, y lo mucho que le quería. - No pasa nada, está todo bien. - Respondió ella al instante, sintiendo en lo más profundo de su ser que ansiaba que él también estuviera en paz con respecto a lo ocurrido años atrás. - Te quiero, mi amor, no lo olvides... - Susurró finalmente el moreno, apretando sus manos con cariño antes de volver a recibir una descarga de dolor que desvaneció su mirada. - ¡¡Héctor!! - Gritó Imelda, aferrando las manos contrarias y mirándole con desesperación. Pese a todo, aún guardaba la esperanza de que no fuera olvidado.

Pero Héctor no volvió a responder y conforme pasaba el tiempo la morena empezó a asumir que ya no volvería, lo que finalmente provocó que dos ardientes lágrimas corrieran por sus calavéricas mejillas. - Héctor... - Llamó con la voz rota de dolor, abrazándole como hacía años que no le abrazaba, como si con ello pudiera devolverle a su lado. Rindiéndose al dolor comenzó a llorar en la espalda contraria, arrepintiéndose de no haber podido perdonarle años atrás, de todas las veces que le echó a patadas y él siguió volviendo una y otra vez a su lado, diciéndole lo guapa que estaba, mostrándole aquella sonrisa tan jovial, de la que se enamoró... Lloró con rabia, pena y dolor, sintiendo que no había podido proteger a su familia, a lo que más quería.

- Ehr... Imelda... -

La voz de Julio provocó que alzase la cabeza y mirase hacia atrás lentamente, observando entre las lágrimas a su familia. - No se ha desvanecido... - Terminó el mayor con timidez, observando el cuerpo del que hablaba. En aquel instante, la morena bajó la mirada y comprobó que tal y como Julio decía, el cuerpo de su esposo seguía entre sus brazos, ella seguía abrazándole y toda su familia estaba mirando. Cuando alguien era olvidado en la Tierra de los Muertos, su cuerpo se desvanecía, para siempre, desaparecía. En cambio, Héctor seguía allí, inmóvil, pero seguía. Eso significaba...

Presa de un ataque de timidez dejó de abrazarle, levantándose rápidamente y mirando con seriedad al grupo familiar. - ¡No habéis visto nada! - Exclamó con su fuerte carácter habitual, enojada por haberse dejado ver tan frágil e indefensa ante la pérdida de su amado, el cual, por cierto, todos sabían ya que lo era y que le había perdonado. El grupo no dio muestra alguna de reírse ante lo ocurrido, temerosos de la posible represalia que la mujer pudiera tener pues todos conocían su carácter.

- Felipe, Óscar, ayudadme a llevar a Héctor a casa. Puede que aún corra peligro y debe descansar para recuperarse. -

En cuanto escucharon las palabras sus hermanos gemelos acudieron rápidamente a levantar el cuerpo del moreno con cuidado, pudiendo iniciar así la marcha de regreso a sus respectivas casas familiares. Había sido un día muy duro, aunque finalmente satisfactorio. El corazón de Imelda latía con felicidad y paz, sabía que Miguel había logrado que Coco recordase a su padre y esto le había salvado de desaparecer. Encontraría la solución para que nunca más fuera olvidado, de eso estaba segura, era un Rivera, y no cualquier Rivera, sino aquel que había unido a su familia para siempre. En el rostro de la adulta brillaba una sonrisa casi apenas imperceptible que no desapareció en ningún momento durante el camino de vuelta a casa.

"Perdóname". | [ Héctor x Imelda ]Where stories live. Discover now