XXXIX

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El olor del aguaje cada vez era más potente a medida que la tarde caía

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El olor del aguaje cada vez era más potente a medida que la tarde caía. La sombra de un joven contemplando las rabiosas olas contra las rocas heladas era algo digno de una pintura al óleo perfecta. En su rostro, una radiante sonrisa parecía brillar más que el sol que parecía una bola incandescente que se fundía al tocar las aguas del océano a la distancia. En su boca un cigarrillo soltaba su estela de humo mentolado y su mano derecha yacía oculta en su bolsillo. El recuerdo de sus labios cerrándose sobre los suyos era imponente en sus pensamientos.
Hay quienes dicen que el tiempo no es el mejor amigo del hombre, pues arrebata de un momento a otro los instantes de magia y a seres queridos. Sin embargo, los recuerdos quedaban y las palabras prevalecían.

Un hombre de sombrero de ala corta de color marrón se le acercó por detrás y carraspeó un poco para llamar la atención del joven enamorado.
Travis volteó ante el sonido y se sorprendió al observar a un hombre de cabellos entrecanos y de facciones cansadas con enormes ojeras bajo sus ojos. Parecía enfermo o chiflado. Su cuerpo estaba cubierto por un viejo chaquetón del mismo tono que su sombrero que le daba un aspecto algo misterioso entre la blancura del paisaje besado por la nieve caída. Los ojos de un vibrante azul glacial era el único vestigio de vida en la apariencia de aquel hombre.
—¿Me invita uno, joven? —pregunto el hombre aclarando su garganta luego de toser un poco.

Travis no le negó la oportunidad. De su bolsillo del pantalón sacó la cajetilla de cigarrillos y el encendedor.

—Claro, sírvase caballero —dijo el joven mientras se hacía hacia un lado de la banca donde contemplaba al mar y le abría un espacio al hombre para que lo acompañara.
Se la ofreció al hombre el cual tomó un único cigarrillo y el encendedor, agradeciéndole con un educado “gracias” y sentándose a su lado para luego encender el cigarrillo.
El humo pronto emanó de la nariz y boca del hombre y una expresión de satisfacción inundó su rostro.
—Gracias muchacho. Me hacía falta uno de estos en estos momentos difíciles —declaró el hombre mientras subía una pierna sobre su rodilla y mantenía el cigarrillo entre sus dedos.

—De nada, señor. Para ser verdad, me siento bastante alegre hoy —añadió Travis recordando lo pasado hace apenas un tiempo atrás.

El hombre le sonrió de vuelta y le dió una calada al cigarrillo.
—Los jóvenes tienen la suerte de ver a este caótico mundo con ojos positivos. Eso se va perdiendo con el tiempo. En mi caso, esa característica es nula. La he perdido por completo —soltó el de cabello cano viendo como la oscuridad iba llenando la atmósfera.

Las luminarias ya habían sido encendidas para dar luz a la lúgubre escena y ambos caballeros continuaron admirando el horizonte hasta que el sol se ocultó en las profundidades del mar.
Algunos caminantes de la noche cruzaban por el muelle y se entremezclaban en la bruma marina de la noche mientras el cabellero de sombrero llegaba hasta el final de su cigarrillo.

—Realmente te agradezco el gesto, muchacho. No muchos son capaces de compartir con este pobre viejo.

—No se preocupe, señor. Me alegra haberle ayudado a relajarse —por alguna razón, el chico necesitaba preguntarle a alguien con mayor experiencia aquello que había estado taladrando su mente apenas se alejó de Leena. Necesitaba un consejo de inmediato—. ¿Le puedo preguntar algo, señor? Espero no sea mucha molestia.

Teratos: Luna Roja (EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora