◐Perigeo◐

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Prefacio

La nieve caía lentamente volviendo tediosa la superficie del camino por donde la patrulla andaba

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La nieve caía lentamente volviendo tediosa la superficie del camino por donde la patrulla andaba. Los colores rojo y azul daban chispazos violentos de luz al desolado paraje blanquecino mientras las llantas emitían un chirrido estrepitoso al evadir ramas caídas, montículos de nieve y otros obstáculos que podrían hacerlos perder el control.

El capitán Hannes Jónsson se aferraba con fuerza al volante mientras daba violentos giros a toda velocidad. La llamada de sus compañeros era urgente y debía acudir lo más pronto posible.

A su lado estaba Veronika Reede, una de las recién llegadas agentes a quién Hannes apadrinaba. Arreglaba su poblado cabello pelirrojo en una coleta alta mientras se movía al vaivén del auto, el cual se bamboleaba de un lado a otro como el gracioso caminar de un pingüino.

—Desde que salimos no me ha dicho que es lo que sucede, capitán —farfulló la joven de veinticuatro años con dificultad debido al elástico para el pelo que poseía en sus labios. Sus manos estaban ocupadas arreglando su melena.

El hombre ignoró sus comentarios y pisó más fuerte el acelerador ante la calzada recién libre, causando el asombro de Veronika.

El comunicador resolló con algo de interferencia, igual que un radio viejo y destartalado. Hannes agarró el transmisor y habló en el micrófono.
—¡Repitan su ubicación por favor! Cambio...

El sonido sordo volvió a escucharse. La agente observaba a su superior con un rostro de preocupación; había llegado a la ciudad desde su natal Akranes hace apenas unos meses. Debía familiarizarse con su nueva área de trabajo.

—¡¿Dónde vamos?! —preguntó la joven dedicándole una mirada alterada a Hannes quién no despegaba su campo de visión de la carretera.

Su facciones lucían contrariadas, pensativas. Sus manos parecían garras aferradas al volante y su boca estaba arqueada en una espantosa mueca bajo su poblado bigote gris.
—Han reportado un cadáver en la zona de Háaleiti. Lo ha encontrado una pareja entre unos matorrales hace unas horas —tragó duro y continuó el relato—. No sé en que condiciones esté.

Aquello atemorizó a la pelirroja. Jamás tuvo la oportunidad de apreciar un cuerpo antes, solo se había dedicado a las persecuciones y revueltas.

La estación de policía había sido bombardeada de llamadas de auxilio. Varios cadáveres se habían encontrado en diversas partes de Reikiavik alertando a los pobladores naturales y extranjeros. Se creía que era el desquiciado actuar de un asesino serial que andaba suelto por la ciudad. Todos los cuerpos hallados presentaban los mismas características.
Eso era lo que Hannes más temía.

Observaron la fogosidad de las luces de las patrullas aparcadas a un lado de la carretera. Allí era el meollo de la situación.
Leves copos de nieve besaban la taiga subpolar mientras ambos gendarmes bajaban del coche, al fin habían llegado a su destino; veinte minutos duró la travesía desde la estación.

Teratos: Luna Roja (EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora