XXXV

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Un halconcillo surcó el cielo con gran rapidez, cortando el aire con sus esbeltas alas bajo la escena negra y melancólica que se llevaba a cabo

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Un halconcillo surcó el cielo con gran rapidez, cortando el aire con sus esbeltas alas bajo la escena negra y melancólica que se llevaba a cabo. Todos en sus trajes y vestidos oscuros guardando unas lágrimas por el difunto. La viuda trataba de contener el llanto en un pañuelo mientras abrazaba a su hermana en busca de consuelo mientras la grave voz del sacerdote recordaba a los presentes las buenas cualidades del hombre que yacía en el ataúd.
Víktor trataba de asimilar la situación, sentado en su silla de ruedas mientras un tanque de oxígeno ayudaba a sus pulmones a trabajar correctamente luego del ataque de ayer. Bajaba la cabeza en símbolo de respeto hacia su compañero y gran amigo caído mientras dirigía una mirada triste al capitán de la estación de policía.
Hannes acunaba tiernamente a Veronika en su pecho mientras acariciaba su cabello rojo de fuego. Ella sollozaba casi en silencio a medida que la gran caja de madera iba descendiendo a los confines del agujero en la tierra.
Las rosas blancas iluminaron aquel abismo oscuro donde el objeto mortuorio reposaba mientras Helena de Sanderson imploraba en llanto de que le devolvieran a su esposo en medio de las miradas de compasión de los presentes. Los más allegados a ella fueron a consolarla, mientras que el resto solo se contuvo a mirar la desgarradora escena.
Veronika se aferró con más fuerza a la camisa blanca de Hannes y lloró ante la angustia de la mujer, imaginándose la oleada de dolor que estaba sintiendo. No quería imaginarse un mundo donde la persona que más amase ya no pudiera estar a su lado. Subió la mirada a Hannes por unos segundos y contempló algo que jamás había presenciado antes: los ojos del capitán estaban hinchados y húmedos mientras una pequeña lágrima descendía por su mejilla, aún contemplando el rostro sereno que lo caracterizaba. A Veronika simplemente se le derritió el corazón ante aquello.

En medio de la multitud, un joven de cabellos castaños contemplaba incrédulo la escena junto a otros chicos y chicas de su misma edad que contenían las lágrimas. Aún no podía creer la trágica noticia que le habían dado aquella mañana cuando apenas se levantaba. No creía que su respetable profesor de Biología haya sido asesinado a tiros por un maniático sin razón conocida.

La gente comenzaba a dispersarse y el joven británico se dirigió a ofrecer su pésame a la esposa de su profesor acompañado de otros amigos suyos. Con todo el dolor del mundo, la mujer apretó entre sus brazos a todos y les dijo lo importantes que eran para su marido, aún cuando a veces le solían sacar de quicio en las clases. Todos soltaron una pobre risa y lágrimas. Esperaban llevarse recuerdos gratos de tan admirable profesor.

Luego, la mujer se dirigió hacia los tres grandes amigos de Craig y se abrazaron. Cada uno compartió unos segundos de consuelo con la viuda aguantándose las inmensas ganas de llorar.

—Mi esposo realmente los admiraba a todos ustedes... —señaló ella quitándose unas lágrimas con el pañuelo de lino en su mano.

—Nosotros del mismo modo admirábamos a su esposo. Era una persona inteligente y brillante —Hannes fue el único que logró hablar, los otros dos incapaces por el nudo en su garganta.

Teratos: Luna Roja (EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora