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Con un estruendoso golpe, Leena golpeó el mesón de la cocina ocultando un gutural gruñido monstruoso

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Con un estruendoso golpe, Leena golpeó el mesón de la cocina ocultando un gutural gruñido monstruoso. Contuvo una arcada mientras escupía los restos de carne de res de su boca, su mente cada vez más inmersa en su infierno. Poco a poco su tolerancia a la carne animal iba desapareciendo. Con esto daba inicio a su fatídica espera por el astro fantasma que se hallaba próximo a aparecer entre el cuerpo celeste.

Miró a su alrededor con sus ahora brillantes ojos dorados mientras cubría su boca, adornada con los más amenzantes e inhumanos colmillos que sobresalían de la comisura de sus labios. Sus huesos comenzaron a quebrarse y su cordura a desmonoronarse.

Pensaba solamente en aquellos ojos bonachones de Travis. Había causado tanta impresión en ella que ahora solo deseaba matarlo, con todo su monstruo interior.

El ulular salvaje del viento entró por la ventana de la sala agitando con vehemencia las cortinas rasgadas por sus mismas garras asesinas en alguna ocasión pasada. Corrió a cerrarlas, siéndole imposible no apreciar la belleza de la luna creciente a punto de llegar a su punto crucial en su vida.

A lo lejos, un gran búho ártico posado sobre un poste de luz erizaba sus pulcras plumas ante el crudo frío que hacía.

Una nube fue cubriendo su luz hasta volver a la penumbra de la noche y Leena recobró su tranquilidad. Cerró con picaporte la ventana y la puerta mientras cogía el último trozo de carne para comérselo como bocadillo antes de irse a acostar.
Frente al espejo del baño al lavarse los dientes, pudo observar sus facciones endurecidas y su piel pálida, signos de que la transformación se hallaba próxima a suceder. Sus perrunos colmillos ya no eran visibles entre su dentadura y sus ojos habían perdido aquel brillo demoníaco. Unas negras ojeras eran notorias y su mirada era cansada y agobiada.

El intermitente ataque de sus instintos de licantropía cada vez eran más evidentes y frecuentes. En ese momento, Leena tomó la decisión de amainarlos mediante una expedición al bosque de abetos en la zona sur de Reikiavik por el resto de la noche. Debía alejarse lo más pronto posible de la sociedad.

Vaya suerte, había conseguido un trabajo fijo en aquella carnicería y ahora iba a ausentarse unos días. Su condición de mujer lobo era cada día más inestable.

La noche era tranquila, o así de seguro lo pensaban los transeúntes que recorrían los lugares tranquilamente disfrutando del agradable ambiente. Jamás iban a sospechar de que un casi descontrolado monstruo hambriento de carne se hallaba oculto entre ellos.
Con la mirada perdida y las manos metidas en los bolsillos de su suéter gris caminaba por las calles tratando de discernir sus elocuentes pensamientos. Los que pasaban a su lado pensaban que era una joven que había enloquecido probablemente por las drogas y el alcohol como la mayoría de jóvenes que andaban en aquellas condiciones. Comparado a la tragedia del día a día de la pobre Leena, aquella vida lucía de alguna u otra manera, más sencilla y tranquila.

Ella era la única persona en el mundo que debía de vivir de aquella manera, o eso había logrado consultar en Internet y en viejos libros de leyendas nórdicas y eslavas. En algunos escritos y mitos se recalcaba la existencia de un solo licántropo a la vez en el mundo y, al parecer, ella era la única que debía vivir exiliada entre las sombras, ocultándose y huyendo de la sociedad como un fantasma errante.

Teratos: Luna Roja (EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora