Capítulo cinco

22 8 16
                                    

Tres días pasaron entre agonías y noches solitarias, entre cafés y pesadillas. Por fin, al cuarto día dejaron ir a la niña. El trayecto a casa no fue precisamente divertido. No se movía ni el aire, y un sepulcral silencio rodeaba el vehículo.

Entraron a la casa, toda sucia y maloliente por la falta de cuidado y limpieza por parte del chico, que únicamente centraba su mente en la pequeña. Francisco se tiró de bruces a la cama, agotado por el nerviosismo y la conmoción, quedándose dormido en un abrir y cerrar de ojos.

La niña se sentó en el suelo, cruzó las piernas y empezó a observarlo fijamente, sopesando una y otra vez hechos que habían ocurrido. Sus ojos se tornaron azul, mientras un extraño aura rodeaba el cuerpo del joven junto a la niña. Posteriormente, esta quedó dormida en el suelo, víctima del excesivo esfuerzo que acababa de cometer. Y gracias a ello, Francisco pudo descansar por primera vez en días.

Las horas escaparon del transcurso, y mientras los dos dormían plácidamente, un aura negra empezó a rodearlos lentamente. Y aunque fue un fallido intento de su misión, consiguió perturbar el sueño de Francisco.

El joven se despertó, sorprendiendo a la niña dormida, con un hilito de saliva por el labio inferior y la cabecita apoyada contra las manos. Sonrió. Había tenido una semana tan, quizás incluso más, ardura que la suya. Se merecía descansar, y consciente de ello, se fue intentando hacer el mínimo ruido posible.

El reloj que había colgado en la pared terminó marcando las ocho, y gracias al sueño ligero que había adquirido, se despertó con mucha facilidad, atolondrada y sin ser capaz de situarse físicamente. Se dirigió a la cocina, no sin antes caer unas cuántas veces del agotamiento, para intentar despejarse con un poco de agua.

Francisco estaba horneando una pizza, y mientras la niña bebía con gusto, él aprovecho para intentar sonsacarle algo de información.

―¿Qué te pasó el otro día? Los médicos dicen que pudo ser un desmayo. ¿Están en lo correcto?

―Ño ―. Respondió, recalcando lo más que pudo en la eñe.

―Entonces... ¿Qué pasó? Estuve muy preocupado por ti.

―Un pájaro ― el Corvus Corax―, me golpeó en la frente. Y a partir de ahí, eso me persiguió.

―¿Pero qué es? Seguramente te pudiese ayudar si me lo dijeras―. Acto seguido, le dio un abrazo.

―No se lo puedes decir a nadie, ¿vale? Tienes que prometérmelo.

―Te lo prometo, Kim.

El rostro de la niña se tornó sombrío. Momentos más tarde, habló. Habló con una voz seca, apenada y profunda. Tanto, que Francisco se asustó. Su familia era procedente de Inglaterra. Su padre, un lord adinerado, osó reírse de una bruja que atemorizaba a la ciudad. Esta, en respuesta, lanzó un hechizo que maldeciría a él, su familia y toda su descendencia. Las desdichas comenzaron con la hacienda. De un día para otro, era uno de los hombres más buscados por el gobierno. Y por culpa de ello, encontraron su única salvación en el exilio. Consiguieron llegar a la parte noroeste de la península Ibérica en un modesto barco; y al llegar a tierra e intentar sacar dinero, se dieron cuentan que no había forma de traspasarlos de Inglaterra. Así que, con únicamente trescientas libras, se dispusieron a pasar su peor etapa.

El frío y el hambre tardaron realmente poco en acabar con el cabeza de familia, dejando desoladas a la madre e hija. Mendigando como podían, iban buscando desesperadamente un trabajo que nunca encontraron; y un trágico día de granizo, la madre exhaló su último aliento.

Pasó incontables horas junto al inerte cuerpo de la madre, abrazada a un pasado perfecto y la calidez que una familia pudo ofrecerle a lo largo de su vida. La gente se paraba observando la triste escena, y alguna bondadosa alma, conmovida por ello, depositó cien euros "para la caridad".

―Eso solucionará todos mis problemas, claro―; pensó para sí misma con un amargo llanto.

Las últimas palabras que su madre había alcanzado a pronunciar no eran otras que "El maleficio nos ha seguido hasta España. Y no se irá hasta acabar contigo" Eso la marcó para siempre.

―Ahí lo tienes. Murmuró apenada la niña. Por favor, no quiero repetirlo― dijo mientras rompía a llorar.

―Claro. No te haré repetirlo, conmigo estás a salvo.

Sabía que eso no era así, que Kim estaba tan expuesta cómo en cualquier otro sitio; y aun así, intentó convencerse de lo contrario. Pero ella misma lo había dicho, y él lo sabía perfectamente. "Eso me seguirá hasta la muerte, vaya donde vaya". Ahora lo entendía, no era un mensaje encriptado, ni nada parecido. Eso era la realidad de Kim. Seguramente la razón de las muertes de sus padres, de Paul y muchas otras muertes que ―por suerte―, no había tenido la terrible suerte de estar condenado a observar. Estaba dispuesto a sacrificarse por ella de la misma forma que sus padres se sacrificaran por él. Porque así era el ciclo, y así sería.

El aleteo de un cuervoWhere stories live. Discover now