Capítulo VII |Vulnerabilidad

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Mi vida es como la más cruel historia basada en hechos reales.

Tan impactante, como emocionante, tan llamativa como interesante. Fácil de leer, difícil de interpretar.

Desde los nueve años, he aprendido que, en la vida, uno nunca consigue lo que quiere, que no todos nacemos con la misma suerte de prosperidad y autenticidad. Es como una barata película de comedia y tragedia. Es tan sorprendente que una niña de apenas nueve años sepa eso, se supone que se debería concentrar en jugar a las muñecas y vestir barbies.

Todos nacemos con la capacidad de descubrir, no de entender.

Yo descubrí, y a la vez, tuve la suerte de comprender. Comprender cosas que mis compañeros de curso no sabían, ni siquiera existía en su vocabulario cerebral.

Y es que, al pasar por situaciones bastantes delicadas, uno aprende las dichosas marcas y obstáculos que te da el destino. Si es que existe realmente el destino, ¿cómo es posible que seas tan cruel y despiadado?

Con nueve años, la niña tuvo que quedarse cinco horas en el hospital, al lado de su mamá, agarrando su mano y contándole cuentos mientras ella se recuperaba. Era tan triste ver como aquella niña de cabellos castaños y un moño adornando su pelo lacio, lloraba por las noches preguntando a las enfermeras cuanto faltaba para que su mamá saliera. Tan sólo pedía una oportunidad para que la tormenta pase, para que la tempestad deje de tocar a su puerta, y el sol haga acto de presencia.

Eso era lo que le decía su mamá cuando ella se sentía mal.

Y ahora le tocaba decir eso a ella.

Al llegar al hospital, Sean se encargó de acompañarme a la sala a preguntar por mi madre, aunque no se le veía muy cómodo o complacido con el lugar, como si le incomodara o aterrara. La enfermera de turno se encargó de informarme el estado de mi progenitora y decirme su habitación para que pudiera pasar a verla.

Lo primero que vi al entrar, es a ella acostada en una vieja y gastada camilla, con sabanas tapándole el cuerpo, el rostro con muestra de cansancio y bastante pálida. Según me habían informado, sufrió un desmayo en el trabajo por la falta de proteínas en su cuerpo. En otras palabras y para ser clara, mi madre no andaba comiendo bien, por no decir que no andaba comiendo. Ni quería sacar conclusiones apresuradas.

—Hola mamá.  —me acerco con cuidado y ella me sonríe, pero ese brillo de alegría que siempre aparecía en sus ojos, no estaba— Estas horrible. —bromeo para alivianar la tensión y relajarla. Estaba bastante delicada, según me habían informado, le dieron de comer para que se recupere— ¿Estás mejor, luchadora?

—Estoy mejor que nunca.

Me miente. Porque es mejor decir una mentira piadosa, que aceptar la verdad.

—¿Por qué no andabas comiendo mami? —pregunto, tratando de no sonar molesta, pero sin poder evitar que se note mi tono de reproche.

—No tuve tiempo. —entrecierro los ojos y ella me mira con cautela— Es la verdad, ayer llegué tarde del trabajo, estaba muy cansada para comer algo y hoy salí temprano por la mañana.

—¿Vamos a volver a esto? ¿en serio?

Mi mamá es una mujer bastante fuerte, audaz, valiente. Pero cuando quiere, ese muro que ella misma construye, se derriba, convirtiéndose en vulnerabilidad. Desde la separación con el que se hace llamar mi padre, ha intentado ser fuerte en todos los aspectos, por el simple hecho de que tenía una hija en pleno crecimiento que no tenía conciencia de la vida, o eso creía ella. La necesitaba, si se estancaba en un hoyo de depresión y miedo, lo haría yo igual. Por lo que, con la frente en alto, trato de seguir adelante por mí y por ella. Pero como toda mujer con nadie que la acompañe ni la apoye aparte de su única hija, la vida se la dio difícil, por lo que su armadura de hierro no aguanto cada batalla.

Prescindible AmorWhere stories live. Discover now