15. La visión

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El druida fijó sus ojos sobre los azules de Ekaitz y este comenzó a notar cómo se desvanecía. Tuvo la sensación de ser trasladado a otra dimensión de forma muy brusca. Un cierto mareo le revolvió el estómago.

Parpadeó un par de veces y comenzó a enfocar la vista. No fue hasta que se acostumbró a la oscuridad que notó que estaba en una especie de cueva. Tras las sombras había algo oculto. Un animal con los ojos inyectados en fuego. Aquella bestia alada se escondía tras las tinieblas pero merodeaba cerca de Kaiene. Ella estaba preciosa. No era consciente de su belleza. Su pelo castaño recogido en una cofia mostraban un rostro de piel suave y bonitas facciones. Sintió ganas de acariciarla. Paseaba sin ser consciente del peligro que la acechaba. De pronto, la chica contrajo su rostro acuciada de un dolor involuntario. Ekaitz era un mero observador invisible. Impotente, se giró hacia aquel ser y lo vio como una de sus alas rozaban su vientre. Alargó la mano hacia ella pero solo consiguió cortar la visión. Se levantó de un salto del taburete.

—Tranquilo, muchacho. No puedes hacer nada. No estás allí.

—¿Qué era eso? ¿otra vez ese asqueroso bicho?

—Esa cosa ya está preparada para atacar de nuevo. Solo aguarda a ser alimentada. Me temo que es hora de que te marches.

El joven estuvo de acuerdo y se levantó. Recogió sus cosas y se despidió del Druida.

—Cuídate mucho, muchacho. Lo vas a necesitar. Toma, este colgante es para ti. Si alguna vez te vieras en peligro, solo has de presionarlo.

—¿Qué es lo que hace?

—Nada. Solo avisarme. —Ekaitz se rio de su propia estupidez. Creyó que lo teletransportaría. A veces su imaginación volaba muy lejos.

—¿Puedo preguntarte si fuiste tú el que me curó una herida venenosa y me dejaste cerca de mi castillo?

—Sí.

—¿Cómo me llevaste tú solo?

—Muchacho, hay cosas que ni tú mismo comprenderías. Llámalo magia.

Asintió avergonzado al no recibir una respuesta concluyente y tuvo que aceptarla como válida. Cuando se hubo echado los bártulos y la silla a la espalda, salió a buscar a su montura. Coger a Dorotea fue un trabajo de chinos. La muy comodona se había acostumbrado al calor y a la hierba fresca de aquellos pastos y no estaba dispuesta a dejarse atrapar. Ekaitz corría tras ella sin mucho éxito.

—¿Será posible que un animal como éste me dé tanta guerra para montarlo? No me puedo creer que sea tan torpe, dichosas mulas, donde esté un buen caballo... —se quejó.

Cogió un par de azucarillos y se los mostró. Pero la muy taimada sabía que eran para cogerla. Estiró el rabo y se alejó al trote con la cabeza bien alta y rebuznando. Parecía burlarse de su jinete. Harto ya de tanta escaramuza, cogió una cuerda y se la lanzó al cuello hasta que la atrapó. Tras dos rebuznos más, inmovilizó al bicho y le colocó la silla. La dirigió directo a aquella muralla invisible de magia. Reacia a atravesarla, Ekaitz acarició su lomo con cariño y la espoleó.

La salida fue brutal. El viento y la nieve les azotó con furia. El descenso iba a ser mucho más pesado. Sobre todo porque Ekatiz iba inquieto, y esa intranquilidad se la transmitía a su montura. Todo lo que había salido de la boca del druida más lo que había visto, lo hacían apurar a la mula para llegar cuanto antes. Estaba muy preocupado por Kaiene. Unos aullidos de un par de coyotes, no hicieron más que avivar el paso de la mula. No pararon a descansar ni de noche. La guió río a través y solo pararon para beber. El tiempo corría en su contra. Llegó al castillo agotado. Iván lo recibió muy intrigado. Parecía tan nervioso como él por saber lo que tenía que compartirle.

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⏰ Last updated: Jan 07, 2022 ⏰

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