Capítulo 2. El despertar

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2. El despertar

Un goteo rítmico y melancólico se introdujo poco a poco en su mente. Su cuerpo dolorido y magullado parecía que hubiese sido arrasado por un tornado. La cama le producía un espantoso dolor de huesos. ¿Cómo podía estar tan dura? ¿Y ese goteo tan extraño? Su nariz percibió un extraño olor a húmedo y moho. Probó a mover una mano y casi se asustó al notarla. Sus ojos poco a poco se fueron acostumbrando a la oscuridad y pronto descubrió una ventana. Podía ver los rayos de la luna colarse a través de ella. Parpadeó unos segundos más y divisó unos barrotes. El hospital no tenía barrotes, pero lo más absurdo es que aquella ventana tampoco tenía cristales. Una brisa helada se colaba por ella. Trató de arroparse con algo, y notó al tacto unas briznas duras y puntiagudas. ¿Paja? ¿Estaba sobre un colchón de paja?

Se incorporó a duras penas sobre la colcha que hacía de cubrecama, y por poco se desmaya de los mareos. Aquel repentino vértigo provocó que tuviese que erguirse con cautela. Respiró entrecortadamente y notó el aire más puro y limpio que jamás hubiese visto. Dejó que entrara de nuevo por sus fosas nasales y se dedicó a profundizar en los distintos olores de la naturaleza. Pino y hierba, mezclados con algo más. ¿Dónde se encontraba? ¿Qué era ese extraño lugar?

Cuanto más tiempo pasaba, notaba que la estancia incrementaba su iluminación y podía ver mejor. Observó que llevaba una vestimenta muy antigua, similar a las prendas que usaban las mujeres en la Edad Media. Era de un color oscuro, quizás berenjena con un fruncido a la cintura. Sus piernas estaban bajo una falda de grandes pliegues. Tenía un brocado muy hermoso en color pastel. Al mirarse las manos, casi da un grito de espanto, estaban tersas y firmes. No había rastro de aquellas venas abultadas por los años y la artrosis de sus huesudos dedos. Se tocó la cara y la notó joven. ¿Qué diablos estaba pasando?

Al contemplar más detenidamente la estancia, observó que estaba encerrada en una celda. Había una puerta de madera maciza con un ventanuco, estaba condenado por el exterior con una reja de forjado muy rústica. Su camastro estaba amarrado a la pared con un par de gruesas cadenas. En un rincón había una gran mancha húmeda, de ahí aquel goteo, debía filtrase agua por las paredes. Se levantó y usó a los muros de piedra como apoyo. Caminaba despacio debido a que tenía las piernas entumecidas y no la respondían adecuadamente. Cuando estuvo a la altura de aquel charco, cerró los ojos, tenía miedo de lo siguiente que pudiese descubrir. Por fin, la curiosidad pudo más con ella y acertó a inspeccionar su propio reflejo, ya no era el de una mujer mayor, correspondía a de una jovencísima Kaiene de unos diecinueve años. Su imagen se tornó turbia. Sus lágrimas caían en cascada como perlas de plata desencadenando ondas en el agua. No entendía que hacía allí.

Se giró y se asomó a la ventana, tuvo que alzarse un poco pues era muy alta. Lo que vio, solo consiguió inundarla de mayor pavor. En el cielo se estaba formando una insólita alineación de cinco lunas de similar tamaño, producían un grotesco ruido como a cierto desprendimiento en las placas tectónicas. Lo que más la llamó la atención, fue la estela iridiscente de una enorme aurora boreal, se maravilló con aquellas intrincadas mezclas de colores. El verde fluorescente se superponía al violeta y así sin descanso, parecía batallar por la supremacía del cielo estrellado. Ese fenómeno que Kaiene supiese, únicamente sucedía en los hemisferios polares, pero allí no parecía hacer frío. Más bien, se notaba un ambiente primaveral.

Estiró un poco sus piernas y comenzó a recuperar las fuerzas. Se armó de valor y se acercó a la puerta.

—Hola, ¿hay alguien ahí? —nadie emitió respuesta. ¿Estaría sola?

Por fin, oyó unos pasos, la cara de un hombre barbudo se asomó al ventanuco. Kaiene se asustó. Tenía una pinta de hombre salvaje y rudo. Sin embargo, volvió a alejarse una vez la hubo inspeccionado.

Navegando En Tierra De NadieWhere stories live. Discover now