Capítulo 6. El medallón

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Kaiene se había pasado toda la tarde tomando nota de cómo realizar medicinas con las hierbas curativas, emplastos para cubrir heridas profundas y evitar infecciones; hasta como sacar carbonato de calcio de una cáscara de huevo. Si lo mezclaba con el zumo de un limón, era muy bueno para fortalecer los huesos. Por otro lado, las propiedades del huevo eran múltiples, servían hasta para hacer un preparado de pintura casera. Kaiene era una aprendiz muy buena y curiosa, ávida por empaparse cuanto antes de los nuevos conceptos, solicitó a Natzuski que la enseñará las técnicas para realizar un bote de pintura blanca. Estaba fascinada por la simplicidad de sus ingredientes: huevos, agua destilada y tiza. Natzuski le había enseñado muchas cosas y tenía la cabeza embotada con tanto dato. Estaba agotada. Las campanadas avisando para la cena, los hizo darse cuenta de lo tarde que era.

—Vaya, se me pasó la tarde volando —comentó Natsuki—. Hay que lavarse las manos rápido, es muy importante que no lo olvides pues los gérmenes se quedan en ellas.

Era un consejo innecesario para ella, Kaiene era algo que hacía habitualmente desde que tenía uso de razón. Su madre desde muy niña solía obligarla a lavarse las manos antes de comer. Cogió el jabón casero y se lo llevó a la nariz. Olía a lavanda, por unos segundos le trajo recuerdos de su niñez. Una vez que estuvieron listos, regresaron al gran comedor. Alysson ya se encontraba allí, se la veía cansada. Como no podían hablar, se limitaron a servirse la comida a base de puré de castañas y pan rancio. Se dirigieron a su mesa y ocuparon sus sitios. El puré se dejaba comer, no así el pan al que ninguna dio apenas un bocado. Durante la cena, pudo observar a Helena y Valerie por el rabillo del ojo, una sonrisa perversa asomaba por la comisura de sus labios. Durante toda la sobremesa no hacían otra cosa que mirar en su dirección y reírse. Prefirió ignorarlas y hacer como que no las veía. No estaba para tonterías. A veces se preguntaba si por esas cabezas huecas pasaba algo más.

Cuando por fin les dieron permiso para levantarse, Helena correteó hasta posicionarse a su lado y la pegó un buen empollón.

—Ten más cuidado —la hostigó Helena entre risas. Alysson la suplicó con la mirada que no cayera en sus provocaciones. Tuvo que reprimir las ganas por respeto a su compañera.

De camino a sus habitaciones Alysson la sonrió:

—Gracias.

—¿Por qué me das las gracias? —se extrañó Kaiene.

—Por no enfrentarte a Helena. Es lo que quiere, sacarte de quicio. Cuando vea que haga lo que haga no consigue nada, terminará por aburrirse.

Las dos miraron en su dirección. Iba la primera apremiando a su compañera de cuarto. Valerie la secundada molestando a todas las muchachas. Eran insoportables. Por fin llegaron a sus habitaciones y cada una se dirigió a su cuarto. Sin embargo, antes de que Alysson y ella se introdujera, Helena llamó su atención sobre ellas.

—Dulces sueños compañeras, espero que descanséis —Valerie se rio con una risita tonta antes de cerrar su puerta. Ese extraño comportamiento en ambas les dejó fuera de juego.

—¿Qué le habrá pasado para desearnos buenas noches? Debió darse un buen golpe en la cabeza —bromeó Alysson con una mirada cómplice, sin embargo, esa actitud tan inusual le provocó cierta inquietud a Kaiene que arrugó su frente con desconfianza. No obstante, no quiso compartir sus preocupaciones con Alysson.

Al abrir su cuarto, tropezaron con algo por el suelo que salió despedido con un sonido seco. Algo no iba bien.

—No encuentro las velas. Hay muchas cosas tiradas por el suelo —se extrañó Alysson.

Las dos se tuvieron que arrodillar en el suelo y a tientas buscar una vela y la yesca para encenderla. Con tanto trasto de por medio las llevó bastante rato. Cuando por fin consiguieron luz, las dos se quedaron de piedra. El cuarto estaba todo revuelto. Alguien se había tomado muchas molestias en destrozarles la habitación. Las sábanas estaban rajadas por la mitad, el colchón de paja yacía ahora desparramado por el suelo. Toda su ropa estaba tirada por todas partes. Hasta los muebles habían sido desplazados de su lugar. Por si fuera poco, además de eso les habían dejado otro "regalito", un cuervo muerto con las tripas abiertas. Con su sangre habían plasmado manos ensangrentadas por las paredes blancas. Alysson apoyó su espalda contra la pared más cercana y se llevó las manos a la boca tratando de ahogar los gemidos que luchaban por brotar de sus labios. Su mirada estaba fija en el ave. Kaiene cogió al pajarraco y lo lanzó por la ventana entre aspavientos de repugnancia.

Navegando En Tierra De NadieWhere stories live. Discover now