Capítulo 8. La aldea

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La campanilla sonó para anunciar que era el momento de salir ordenadamente del comedor. Un revuelo de faldas y suspiros de alivio recorrieron la sala. Natsuki esperaba paciente a Kaiene junto a la puerta. Ella echó una mirada de soslayo a Helena una vez más y se alejó presta para no tener otro encontronazo con ella. Se miró el brazo y vio una marca camino del morado. La había dejado un feo cardenal. Empezaba a creer que era el principio de muchas más jugarretas. Al llegar junto al oriental, Kaiene esbozó una trémula sonrisa. Estaba deseando alejarse lo máximo posible de Helena. Sin embargo, temía lo que pudiese encontrar a su regreso.

—¿Ocurre algo? Tienes cara de cansada. —Kaiene frunció el ceño extrañada por semejante pregunta. El cansancio hacía mella en ella ciertamente, sin embargo los extraños acontecimientos que había vivido desde su llegada, la hacían desconfiar y activaban sus alarmas. Se alegraba de no haber compartido con Alysson su secreto. Temía qué pudiera llegar hasta los oídos de los monjes.

—No, estoy bien, supongo tuve una mala noche, pero eso no es impedimento para la tarea que tenías reservada para mí. Estoy ansiosa por acompañarte a visitar a los lugareños de aquí. —Trató de disimular y desviar la conversación de aquellos derroteros.

—Va a ser tu primera salida. Toma, guárdate esta daga, puedes necesitarla.

Natsuki llevaba una katana y varios cuchillos de estilo oriental en el cinturón de cuero, y un arco a los hombros. Hasta ahora, no había supuesto que salir al exterior pudiese conllevar tanto peligro. Aun así, esperaba que aquello no nublase sus ganas de explorar el exterior. Estaba ansiosa por conocer qué había más allá del monasterio.

Iban de camino hacia la salida, traspasaron una nueva arcada que daba a un recinto lleno de celdas enrejadas. Al fisgonear el interior, descubrió encarcelado al hombre que le había arrojado el medallón. Estaba encadenado con el torso desnudo, su hábito de monje colgaban de su cintura. Tenía todo el cuerpo ensangrentado lleno de profundos cortes. Le quedaba un halito de vida, su cabeza colgaba inconsciente toda amoratada. Kaiene tuvo que forzar una mirada de indiferencia, sentía verlo tratado de esa forma. ¿Tendría algo que ver el medallón que ella portaba bajo sus enaguas? Sus manos sudoraron por inercia, sentir aquella pieza que no le pertenecía, le producía nerviosismo. Sintió alivio cuando lo dejaron detrás.

Al llegar a la puerta levadiza, unos extraños monjes con indumentaria militar comenzaron a girar de lo que parecía un timón gigante de un barco y las cadenas cedieron hasta abrir la puerta enrejada y bajar el puente. Kaiene ya divisaba el camino que conducía hacia el interior del bosque. Al ir a cruzarlo, cometió el error de mirar hacia abajo y por poco se marea del vértigo. Había un precipicio. Era una fortaleza muy bien aislada. Prácticamente, era imposible escapar. Sus posibilidades de huir se evaporaban. Aunque todas contaban con algún pasadizo secreto, sería como buscar una aguja en un pajar.

Cuando se internaron en el bosque, Kaiene se animó a preguntar a Natsuki por el prisionero.

—Ese hombre de la celda, parecía un monje. ¿Ha cometido algún crimen?

—Ese hombre era un escriba. Ha tratado de escapar con un objeto religioso. Sin embargo, fue pillado a tiempo.

—¿Y lo van a dejar morir por robar? —se horrorizó Kaiene.

—Ese hombre se había llevado una pieza muy valiosa para la orden. Pero ya ha sido devuelta a su lugar de origen. Creo que se lo ha castigado a morir por otros crímenes además de ese. Una decepción. Ahora tendrán que volver a buscar otro niño entre los aldeanos.

—¿Son elegidos desde pequeños?

—Sí, ahora los conocerás. Son indígenas de la zona. Tendré que seleccionar a uno de ellos. Cada vez es más difícil encontrar un escriba leal.

Navegando En Tierra De NadieWhere stories live. Discover now