Capítulo 4. Los monjes de la Orden

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4. Los monjes de la Orden

Unas fuertes campanadas retumbaron por todo el edificio. Kaiene se levantó sobresaltada y por poco se cae de la cama. La risa fresca de Alysson al descubrir su sobresalto, relajó sus tensas facciones debidas al susto.

—¡Por todos los santos! ¿Ese es nuestro despertador? —preguntó angustiada Kaiene. Alysson asintió con la cabeza y esbozó una sonrisa divertida.

—Ya te acostumbrarás, a mí los primeros días me volvía loca. Hay que darse prisa, pues debemos estar presentes dentro de diez minutos en la puerta de nuestras habitaciones. El prior Haysenll pasará revista y no le gustan le hagan esperar a menos quieras quedarte sin desayuno, luego nos dará otros veinte minutos para limpiar nuestras habitaciones y ya podremos bajar al comedor.

—Todo parece estar demasiado organizado. ¿No se dispone de tiempo libre en este lugar? —replicó Kaiene con ironía.

—Me temo que no. Por favor, recuerda no mirar al prior de frente, le haces una reverencia pero siempre con la cabeza gacha.

Kaiene comenzaba a agobiarse con tanta norma. En ese estilo de vida se respiraba un ambiente un tanto impositor que comenzaba a asfixiarla. Ella siempre se había considerado un espíritu libre, sin ataduras y sin obligaciones. Esto parecía más un reformatorio con tanta austeridad y tanto servilismo. Se consideraba una mujer capaz de pensar por sí misma, bastante razonable y aquí no sabía por cuánto tiempo su carácter no le iba a jugar una mala pasada. Se asearon rápido con la palangana, las gotas frescas de agua tibia no invitaban a demorarse, echaba de menos una ducha de agua caliente.

—Toma, ponte esta cofia en la cabeza, es obligatoria. —Tomó el accesorio que Alysson la tendía y se lo colocó en el pelo que había trenzado previamente para ir más cómoda. Su compañera de cuarto también llevaba un mandil puesto sobre el vestido. Al reparar en aquel detalle, se preguntó si no sería también obligatorio.

—Alysson, ese mandil que llevas, ¿debo usarlo yo también?

—¡Por la virgen de la manzanilla! Se me había olvidado, menos mal me lo recuerdas. No temas nunca preguntarme, si hubiese sido Helena, te habría dejado sin él para que te castigaran. —Se arremangó la falda y corrió a abrir un cajón del armario. Sacó atropelladamente otro para ella y la ayudó a ponérselo. Una vez que ambas estuvieron debidamente ataviadas, salieron fuera del cuarto y se colocaron flanqueando ambos lados de la puerta. Alysson tenía la cara descompuesta. En el exterior del pasillo, el ambiente no era mucho mejor, la tensión era palpable en todas ellas que se atusaban constantemente los pliegues de su ropa o repasaban mentalmente que todo estuviese en orden. Decidió observar un poco al resto de sus compañeras, cada una de ellas era de una raza diferente algo que llamó poderosamente la atención de Kaiene. Vestían ropa similar a la suya y de tonalidades semejantes. Pero no todas llevaban la cofia y el mandil del mismo color. Siendo el color blanco el más abundante, tres lo llevaban de color negro y una de color verde. Suponía que debían tener algún significado especial para ser diferenciadas del resto, no debía olvidar preguntárselo a Alysson. Su mirada chocó con la chica que vestía el conjunto en verde y se quedó perpleja al descubrir que aquellos ojos ambarinos la observaban con desprecio. Era una llamativa pelirroja con un porte muy altivo. Esbozó una sonrisa cínica en su dirección y muy presuntuosa la miró por encima del hombro. Su actitud tan hostil la tomó por sorpresa, rápida como era de reflejos, lejos de sentirse intimidada por su soberbia, Kaiene esbozó una sonrisa cargada de ironía y con el mismo descaro la dio a tomar de su propia medicina. Realmente se estaban comportando como dos niñas de tres años, pero no pensaba dejar pasar aquel ademán tan incomprensible hacia ella. Reprobaba ese tipo de comportamiento tan fuera de lugar. Estaba segura que era Helena. Al ver su gesto, debió haberla pillado desprevenida, no debía estar acostumbrada a que nadie la replicara. Se giró con fastidio hacia su compañera de cuarto y la pagó con ella, increpándola con muy malos modos. Observó con lástima como la pobre muchacha parecía amargada en su presencia. Se alegró de haber tenido tanta suerte con Alysson.

Navegando En Tierra De NadieWhere stories live. Discover now