Capítulo 41 (Su vida)

113 15 6
                                    

Corrí detrás del tatuador tan rápido como pude y sin embargo pronto nos dejó a Nadia y a mí varios metros atrás. Aquí y allá el ex guardián se detenía detrás de algún auto o en los límites de los muros y asomaba la cabeza apenas lo suficiente para asegurarse de que no caeríamos en una trampa. Levantó la mano derecha y cerró el puño. Al instante Nadia me detuvo tomándome del brazo y susurró que esa era la señal para que nosotros nos pusiéramos a cubierto. Era fácil olvidar que aquella chica había tomado adiestramiento de Seguridad. Esperamos algunos segundos mientras Missael recorría el paisaje con la mirilla de su pistola de voltaje y luego, cuando decidió que era seguro, levantó la mano de nuevo e hizo la señal para seguir avanzando.

Si bien por un momento pensé que nos dirigíamos hacia los tubos de desecho, descarté la idea cuando se detuvo detrás de una de las terribles máquinas sólo para revisar una última vez el panorama. Continuamos hacia la parte trasera de la Colmena, rumbo a la salida donde se reunían los descensores que provenían de los diferentes niveles. "Quizás la hacker alteró el programa y podremos subir", pensé; sin embargo, de nuevo mi idea fue errónea ya que el tatuador los pasó de largo sin siquiera voltear a verlos.

Missael se detuvo de repente y se recostó boca abajo en el suelo. Nos hizo una señal para que nos detuviéramos y Nadia y yo fuimos a ocultarnos detrás de un automóvil. Me asomé por debajo justo en el momento que él disparaba hacia un grupo de personas que se aproximaban a lo lejos. No traían uniformes de guardián ni parecían peligrosos, y aun así vi caer al menos a dos de ellos con heridas en los brazos antes de que el resto diera media vuelta y huyera, dejando atrás a los lastimados y palos de metal y otras armas improvisadas. Poco después los heridos se levantaron también y se alejaron en la misma dirección que sus compañeros.

"Avancen", murmuró. Y retomamos el camino. No entendía por qué atacó a un grupo de ciudadanos. Si bien venían armados, esas personas tan sólo eran habitantes de la ciudad, personas que ignoraban lo que ocurría dentro de la Central de Mercaderes y que en medio del caos vieron la oportunidad para saquear. Preferí no preguntarle, seguro que él tenía una buena razón para hacerlo y no era el momento de retomar las dudas y la desconfianza.

Llegamos a un punto de la pared que no parecía distinta a ninguna otra de la Colmena. Missael nos pidió que lo cubriéramos y presionó con las dos manos la fría superficie. De reojo alcancé a ver un destello que anunciaba el escaneó de sus huellas dactilares. Instantes después, la supuesta pared de concreto se deslizó hacia un costado sin hacer ruido, como si pesara lo mismo que un muro de cristal. Había más formas de entrar a la Colmena de las que yo siquiera hubiera imaginado.

"Es la entrada de empleados del Sexto Nivel", explicó. Entramos a una habitación iluminada sólo por las luces de emergencia; en las paredes estaban varias pantallas digitales que mostraban estadísticas de ventas y varias imágenes de clientes detectados como ladrones o peligrosos. A un lado de la puerta por donde entramos estaba una larga hilera de pequeños casilleros numerados y con el nombre de cada uno de los negocios del Sexto. En el aire se mezclaba el olor de más de un centenar de aromatizantes que colgaban el techo en un intento por disimular el olor humedad y sudor impregnado en los muros. En el fondo contrario estaba otra puerta en donde se distinguían unas escaleras metálicas.

Activamos las pistolas sólo para generar luz y seguimos al tatuador al otro extremo. Al levantar la vista descubrimos que las escaleras se continuaban varios pisos hacia arriba en forma de un caracol rectangular. Missael comenzó a subir luego de ordenar que estuviéramos atentos.

Los muslos comenzaron a dolerme luego de los primeros cincuenta escalones y dejé de contar luego de pasar de los cien. Sólo en algunos tramos había pasamanos, pero en la mayoría sólo quedaban algunos tubos de metal con pedazos arrancados u oxidados: de modo que la manera más segura de subir era con la espalda pegada la pared, como lo hacía el tatuador. Nuestros pasos hacían eco al golpear el metal y el sonido viajaba repitiéndose hacia arriba y hacia abajo, por lo que parecía que en todo momento alguien venía tras nosotros. No había manera de hacer el recorrido en silencio.

Sueño ligeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora