Capítulo 37 (Contraataque)

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Las descargas salieron desde las puertas de al menos cincuenta establecimientos diferentes, incluida la boutique. Missael nos gritó que nos pusiéramos a cubierto, aunque eso no evitó que dos de los nuestros cayeran al suelo. Uno de ellos, un hombre que había estado vigilando la entrada desde cerca dio varios pasos hacia atrás, disparó hacia dentro del establecimiento con la esperanza de no morir en vano y después se derrumbó hacia la derecha tan despacio como un muro que colapsa. Desde dónde estábamos pude ver la marca de quemadura en el lado izquierdo de su cuello.

―¡Ayúdala, Said! ―me urgió mi padre y señaló a la hacker. La mujer estaba con una rodilla apoyada en el impecable suelo del Séptimo y se sujetaba el derecho del abdomen, donde se veía la tela quemada de su blusa. Respiraba rápidamente y apretaba los labios para no gritar a causa del dolor―. Los cubriré.

Mi padre se levantó y disparó varias veces hacia el interior de la boutique. Aquella era una lucha a ciegas. Me incliné junto a la mujer y eché su brazo sobre mi hombro para llevarla hacia un lugar seguro. Tan pronto llegamos mi madre le rasgó un pedazo de la blusa y le cubrió la herida tal y como había hecho conmigo.

―¡Al suelo! ―gritó Freddy y se unió al grupo. Se cubrió los oídos y esbozó una enorme sonrisa justo antes de que varias explosiones cimbraran el nivel entero. Escuchamos el romper de muchos cristales y gritos, algunos de dolor, pero la mayoría sólo de sorpresa y por parte de nuestro propio equipo.

―Somos carne quemada si no hacemos algo ―dijo Missael.

Las descargas continuaban una tras otra: salían desde el interior de los negocios e iban a impactarse en el cristal del centro del nivel, en donde se dispersaban sin sonido y sin dejar rastros. En los edificios principales se acostumbraban los muros de cristal grueso con ese mismo propósito. Entre los merodeadores se decía que los dirigentes de Vitruvio preferían limpiar una mancha de sangre que reconstruir un muro. Descarga tras descargar, aquello no parecía un ataque al estilo de los guardianes. Aquella forma tan agreiva de atacar correspondía más con...

―Son merodeadores ―anunció el tatuador―. Pero, ¿cómo? Se supone que el programa eligió sólo a los mejores. Dudo que escoria como ellos sea siquiera útil para la ciudad.

―Seguro Christopher los metió a la programación, como hice yo con ustedes ―explicó mi padre―. Y ahora los envía a matarnos. Muy astuto. No importa cuál bando gane, al final seremos menos despiertos en la cuenta regresiva para activar el Sueño Ligero.

Cuando entré a la Colmena me pareció que había más merodeadores que de costumbre en el lugar. Entonces supe el porqué.

Hubo una nueva explosión que nos hizo a todos agacharnos lo más posible.

―Me estoy quedando sin material aquí ―dijo Freddy y le mostró a Missael y a mi padre al menos una docena de esferas que cabían en la palma de su mano. Parecían dientes sueltos, como los que hasta hacia algunos años se le caían a Denisse de vez en cuando. Tomó una cápusla, la presionó entre el dedo índice y pulgar, hubo un click y la arrojó al interior de uno de los establecimientos desde donde salían las descargas. Tres segundos después explotó.

―La armería parece no estar vigilada ―anunció otro despierto.

No espero a que nadie le respondiera. Casi en cuclillas avanzó rápidamente por el pasillo, esquivando las descargas que no bridaban tregua, una tras otra, en lapsos de dos segundos cada uno, siempre a la misma altura. Missael lo llamó varias veces para que se detuviera, pero él no lo escuchó o fingió no hacerlo. Lo observamos con detenimiento durante su recorrido. Aunque era muy arriesgado, si lograba llegar a la armería mejorarían notablemente nuestras esperanzas de supervivencia.

Sueño ligeroWhere stories live. Discover now