Capítulo 18 (Recuerda)

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Cerré los puños y con dificultad tragué saliva. Traté de apartar mí pie: fue inútil. Aquella mano estaba bien aferrada a mí y no parecía dispuesta a dejarme ir.

―¿Qué pasa? ―preguntó Iris―. Said, ¿qué sucede?

Intenté zafarme de nuevo. Si aquella persona estaba pasando por lo mismo que yo pasé, aun no se podría mover con libertad.

―Ayú...dameee... ―apenas alcancé a escuchar el susurro de una voz femenina.

Pretendí no escuchar. Luego de lo acontecido, cualquier presencia parecía suponer una amenaza.

Iris se puso de pie encima de mi hombro, me pidió que guardara silencio y, agarrándose de mis patillas, se inclinó hacia delante para mirar hacia abajo. A nuestro alrededor, sólo podía escucharse el rumor de los aparatos electrónicos que permanecían encendidos.

―Es una muchacha ―dijo Iris muy bajo, directo a mi oído.

Volvió a inclinarse hacia el frente.

―Está despertando ―comentó después.

De nuevo, la muñeca se dobló por la cintura. Su larga cabellera se balanceaba ligero. De repente, se incorporó con brusquedad y buscó refugio detrás de mí oído. Reía, como una niña que es sorprendida jugando a espiar a mamá mientras hace la comida.

―Creo que ya me vio ―celebró entre risillas.

Antes de que pudiera detenerla, Iris volvió a su posición y se asomó otra vez; sin embargo, en esta ocasión levantó la mano derecha y la movió de lado a lado, saludando a la desconocida.

―Hola, soy Iris ―recitó. Supuse que era parte de su programación original―. ¿Quieres ser mi amiga?

Escuché un quejido y lo que pareció ser una maldición. Después empezó una serie de sonidos de arrastre: la chica intentaba moverse.

―¿Qué... me es...tá pa...san...do? ―preguntó.

―Te quedaste dormida ―Iris sonrió, mostrando todos los dientes.

Los dedos que me tenían sujeto apretaron con más fuerza, claramente ella estuvo inconforme con la respuesta.

―¿¡Qué me... está pasan...do!? ―intentó gritar, a pesar del enorme esfuerzo y sufrimiento que eso suponía para su cuerpo.

Su agarré se aflojó, lo que aproveché para zafarme de su mano. Ella protestó con un gemido y a continuación se dobló hasta quedar en posición fetal a causa del dolor punzante de cada uno de los músculos que había utilizado. Al verla de esa manera, me alegré de haber sido tan paciente y no forzarme mientras se pasaba el efecto.

―¡No te va...yas! ―pidió ya sin moverse.

Ella era una mujer joven; calculé que no tendría más de veinte años de edad. Tenía la piel clara, casi pálida, aunque no podía precisar si eso se debía al Sueño ligero o no; llevaba el cabello negro corto, apenas hasta por debajo de los oídos, con dos trenzas de color rojo brillante que le llegaban a los hombros. Vestía una blusa de color morado que le dejaba un hombro descubierto, además de una falda negra que mi madre habría acusado de escandalosa. La luz de su muñeca aún era verde, por lo que era fácil adivinar que acababa de llegar al Sexto cuando el reflector del Faro estalló. Eso era mala suerte.

―No... te... ―la última palabra no alcanzó a salir de sus labios. Sus ojos negros quedaron ocultos tras los párpados y su respiración se acompasó poco a poco. Luego de unos segundos, pareció sumergirse de nueva cuenta en un profundo sueño.

Miré a nuestro alrededor en busca de señales de que alguien más hubiera despertado. Nadie más se movió. Iris me chistó un par de veces hasta que volteé a verla: con un movimiento de cabeza me pidió que me acercara a la chica. Le dije que no. Pero ella contratacó con la mirada de cachorro que tan bien ensayada tenía mi hermana y que ahora ella había aprendido.

Sueño ligeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora