Capítulo 9 (El segundo)

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El caos se desató en el limbo.

Para donde quiera que mirara, las personas corrían de un lado a otro, tratando de huir de lo que acababa de ocurrir. Los dos amigos de la primera víctima recibieron el mismo castigo que el anterior. Los guardianes apartaron los cadáveres con los pies, cual si fueran bultos de basura en la acera y volvieron a sus puestos alrededor del Faro.

Sólo había una manera de salir de ese nivel de la Colmena; pero diez uniformados que empuñaban pulsores se apostaron entre el público y las puertas de acceso, imposibilitando cualquier intento de escape. Era la primera vez que veía esas armas tan de cerca: eran tan largas como el antebrazo de un hombre adulto e igual de negras como el objetivo para el que fueron creados. Parecían un rifle de asalto; pero en lugar de municiones, disparaban una serie de ondas sonoras que se expandían al azar, suficientemente intensas como para dejar inconscientes a un grupo de merodeadores durante horas. Algunas veces, en los noticieros, aparecían escenas de capturas y sometimientos en los que los pulsores eran los protagonistas. Los criminales veían aterrorizados el cañón y luego, un instante más tarde, luego de recibir el impacto “invisible”, se cubrían los oídos con las manos, sus músculos se tensaban y sus desgarradores lamentos estremecían al espectador. Luego de unos segundos en los que su sufrimiento parecía ir en aumento, el merodeador se desmayaba. Si los diez guardianes disparaban contra la multitud, ni siquiera el grueso muro de cristal podría acallar sus alaridos.

Nunca antes había visto tantos zánganos como los que en ese momento trataban de restaurar el orden; supuse que les habrían llamado para ayudar a controlar la situación. Los clientes se apretujaban dentro de los ascensores para alejarse de la escena; excepto los del Séptimo, que parecía ni siquiera estar funcionando. Ya nadie se acercaba a los guardianes.

Sentí el mordisco de la hormiguita en mi muñeca: me quedaban setenta y cinco minutos. Me froté la piel para aminorar la sensación. Hasta ese momento las advertencias no habían sido más que ligeras sensaciones de comezón fáciles de ignorar; ahora, en cambio, el bicho clavaría sus tenazas cada vez más profundo, y las removería dentro más y más fuerte cada cuarto de hora. Supuse que Denisse estaría preocupada ante este hecho, que se miraría la mano e intentaría recordar lo que papá le explicó; pero aún no era el momento de regresar con ella. Algo estaba pasando en la Colmena y debía de averiguar qué.

Me separé del muro transparente y empecé a caminar con un nuevo objetivo, buscando entre las personas. La mayoría de los compradores, quizás presionados por su límite de tiempo autorizado, o acostumbrados a presenciar espectáculos de esa naturaleza, sobre todo los habitantes de la periferia, regresaban a su ruta; los individuos que permanecían junto al cristal continuaron el intercambio de impresiones: algunos afirmaban que el sujeto se había ganado la descarga en la cabeza por su actitud, otros que el guardián se había excedido en el castigo; otros hablaban acerca del incendio en el Faro y hacían suposiciones del cómo harían para controlarlo. Los menos, observaban en silencio, expectantes. Algunos animales pueden predecir el peligro.

—¿Me permites hacer una llamada? —le pregunté a una de estos últimos. Tenía los brazos cruzados y contemplaba el limbo con una expresión de desconcierto. Los contornos rectangulares del teléfono móvil se dibujaban en el bolsillo trasero de su short de mezclilla.

—No.

Ni siquiera volteó a verme. Sonreí. Eso me merecía por apelar a la buena voluntad de las personas.

—Te daré doscientos créditos.

Su semblante se relajó un poco ante el ofrecimiento. Todos tienen un precio.

—Quinientos.

Me aproximé hasta quedar detrás de ella y aparté su cabellera violeta.

—Trescientos, y no le diré a su dueño que se lo robaste —le susurré al oído. Ella miró por encima de su hombro en dirección a un sujeto que estaba treinta metros a la derecha. Luego me miró a mí.

Sueño ligeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora